NÁUFRAGOS, MOJADOS Y DE NOCHE, A ORILLAS DEL LIMAY

| 15/01/2023

¡La vida por una cajita de fósforos!

¡La vida por una cajita de fósforos!
Según sus cálculos, Cox naufragó unos 12 o 15 kilómetros del río Collon Cura. Por entonces, el Limay estaba libre de represas, claro.
Según sus cálculos, Cox naufragó unos 12 o 15 kilómetros del río Collon Cura. Por entonces, el Limay estaba libre de represas, claro.

Después de alcanzar tierra, los miembros de la expedición de Guillermo Cox debieron superar otra carencia: ¿cómo hacer fuego con todos los implementos húmedos? Todo sucedió 160 años atrás.

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El 7 de enero de 1863, la expedición fluvial que Guillermo Cox pretendía conducir desde el Nahuel Huapi hasta Carmen de Patagones por el Limay y el Negro, se interrumpió abruptamente a raíz del violento naufragio que sufrió. Todos los tripulantes salvaron su vida y pudieron llegar a la orilla, pero no más poner los pies en tierra firme se suscitaron otro tipo de inconvenientes de difícil superación.

Es que la fatídica jornada tocaba a su fin y se sabe, en nuestras regiones la diferencia de temperatura entre el día y la noche puede alcanzar tranquilamente los 20 grados, aunque transcurra el más feliz de los veranos. “En este momento, soplaba un viento helado de la cordillera; ¿con qué encender fuego para secarnos?, teníamos los vestuarios empapados”, recapituló el jefe del malogrado intento.

Sin embargo, los hombres no desfallecieron. “Todos teníamos los elementos necesarios para sacar fuego, uno un pedernal, otro un mechero, otro fósforos, pero el agua los había echado a perder y, sin embargo, no podíamos pasar la noche sin fuego”. Mojados y con las temperaturas acercándose a los 0 grados, el riesgo era elevado. “Para calentarnos, no tuvimos otro recurso que correr registrando las orillas, en busca de los objetos del naufragio, que la corriente podía echar a tierra”.

Después de mostrar su iracundia, partir la chalupa y voltearla de campana, el Limay reaccionó con alguna generosidad. “Así salvamos algunos sacos de charqui y harina, mi mochila, la de (Enrique) Lenglier, todo lo que nos permitió cambiar de ropa, y también dar alguna a nuestros peones, cuyos efectos se habían perdido en el descalabro”. Se trataba de cuatro tripulantes, la mayoría oriundos de Chiloé, a quienes Cox había contratado en Puerto Montt.

“El sombrero de Lenglier también vino a la orilla, no volví a ver el mío”, lamentó el autor del diario. “Salvamos igualmente una caja de lata que contenía el café y el chocolate, todo eso era muy bueno, pero faltaba el fuego, cuando, ¡oh fortuna!, registrados mis bolsillos, hallé una cajita de cobre en donde había cuatro o cinco fósforos secos; era un auxilio de la Providencia, sin eso hubiéramos pasado una noche terrible”.

Los náufragos debieron respirar aliviados. Por segunda vez en la jornada, tenían la chance mantener a raya las posibilidades de morir. “Pronto se encendió un gran fuego, y nos extendimos en el suelo alrededor”. Amenaza disipada. “Entonces pensamos en el perro, ¿qué había sido de él?; me acordaba que antes de salir del puertito en que tocamos a las cinco de la tarde, lo había desatado del cordón del que lo amarraba a un banco, de otro modo hubiera sido sumergido dentro del bote, lo corto del cordel no le habría permitido salir a la superficie”.

Páginas antes, Cox había descripto parcialmente al pichicho. “Tigre era un perro que podía servir de modelo a los perros de buena crianza. A pesar de haber recibido una mala educación, a causa de la gente que había frecuentado en su juventud, su buen genio había triunfado. En el calendario de su vida, los días de ayuno y de abstinencia debían haber sido más numerosos que los de abundancia; sin embargo, debo decir en su honor, que nunca pensó en repartir el tiempo perdido en perjuicio de nuestros víveres”.

Habituado a los ambientes rurales y cordilleranos, el perro pudo soportar la tremenda mojadura. “Felizmente nada sucedió, allí cerca estaba el pobre Tigre, se habría dicho que comprendía la desgracia que nos había sucedido; con el hocico entre las patas, abatida la cara, los ojos fijos al suelo, ni aun quería acercarse al fuego; ¡oh admirable instinto del perro!, conocía muy bien que no era por pura diversión que habíamos ejecutado ese baile acuático en que él había tomado parte y que era común la desgracia que nos hería; desde ese momento aumentó la afición que teníamos a nuestro buen Tigre”.

Cox y su gente habían partido de Puerto Montt el 7 de diciembre de 1862. Exactamente un mes después, la chalupa que habían construido en Puerto Blest, quedó inservible en el Limay. Al día siguiente, 8 de enero, los náufragos fueron localizados por gente mapuche que respondía al liderazgo del lonco Paillacán, padre del luego célebre Foyel. Para calmar la irritación de su sorprendido anfitrión, el frustrado navegante viajó a Valdivia para regresar con una serie de mercaderías. El 15 de enero, exactamente 160 años atrás, cruzaba de oriente a occidente la cordillera para cumplir ese cometido. Su extraordinaria aventura estaba lejos de finalizar.

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