LA EXPEDICIÓN QUE TRAGÓ AGUA, 160 AÑOS ATRÁS

| 15/01/2023

Naufragar en el Limay y vivir para contarlo

Naufragar en el Limay y vivir para contarlo
El Limay a la altura del Anfiteatro. En 1863, sus aguas no corrían tan plácidas.
El Limay a la altura del Anfiteatro. En 1863, sus aguas no corrían tan plácidas.

Había partido de Puerto Montt en diciembre de 1862, cruzó la cordillera y navegó por el Nahuel Huapi, pero el río castigó con severidad la osadía.

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En la tarde del 7 de enero de 1863, la expedición fluvial que lideraba Guillermo Cox llegó a su fin. Las peripecias del trasandino lejos estuvieron de terminarse, más bien, allí comenzaron. Pero no sólo tuvo que abandonar sus planes de llegar desde el Nahuel Huapi a Carmen de Patagones a través del Limay primero y el Negro después, tuvo que preocuparse sobre todo por salvar la vida.

El viajero, chileno de mayores galeses, dejó un vívido relato de las circunstancias que tuvo que afrontar sobre el río que hoy separa las provincias de Neuquén y Río Negro. Por entonces, el curso de agua era tan desconocidos para los forasteros, tanto chilenos como argentinos, que navegarlo equivalía a la imprudencia. En efecto, “a las cinco (de la tarde), nos pusimos otra vez en medio de la corriente; navegamos como un cuarto de hora; la corriente aumentaba poco a poco”, empezó a inquietarse el jefe de la partida.

“Según nuestros cálculos, debíamos hallarnos a corta distancia del punto a donde habían alcanzado los españoles en 1782”. Cox se refería al intento de Basilio Villarino, que había procurado llegar a Valdivia desde Carmen de Patagones, por vía fluvial. En realidad, ya transcurría 1783 cuando sus embarcaciones se desviaron por el Collón Cura. No pudieron alcanzar el lago Huechulafquen porque sencillamente, el calado de las chalupas era demasiado. Apenas si pudieron asomarse al gran espejo de agua a pie, antes de emprender el retorno.

En 1863, el chileno que había partido de Puerto Montt el 7 de diciembre anterior, calculó “unas 75 millas navegadas (unos 120 kilómetros) cuando al doblar una punta, el río se declara en un impetuoso torrente, luego se presentan grandes olas y remolinos; enormes penachos blancos en todas direcciones dan a conocer la presencia de grandes piedras. Salvamos las primeras con alguna dificultad, pero la corriente nos arrastra y la reventazón ahoga el bote que apenas obedece a la bayona”. Ese término se utilizaba para designar a una clase de remo que en este caso, parecía utilizarse como timón.

La desesperación cundió en la pequeña tripulación. “En un claro intentamos ganar la orilla, ¡imposible! Hacemos mayor fuerza de remos para que tenga acción la bayona, todo es inútil; resolvimos entonces, lanzarnos al medio del peligro y cortar valientemente por la cresta de las olas. En ese momento, todo era confusión y movimiento, apenas nos podíamos tener en los bancos, y a grandes voces nos animábamos mutuamente; algunos instantes más y escapábamos”, aventuró Cox.

No fue el caso: “de repente; el bote experimentó un violento choque, el agua entró por el fondo y, en un espacio de tiempo inapreciable, nos alcanzó a la cintura; mandé que se continuase bogando para tratar de dirigirnos a la orilla, pero ya el agua hacía flotar los remos sacándolos de los toletes”, es decir, los implementos que son el sostén de los remos. “En el mismo momento, una gruesa marejada toma el bote de costado y lo de vuelta poniendo la quilla al aire”.

Quiere decir que la chalupa que habían construido los carpinteros de la expedición con tanto empeño en Puerto Blest, no duró ni un día entre las bravías aguas del Limay. “Yo tenía mi salvavidas a la cintura, pero viendo otro a mi lado, lo cogí y junto con Lenglier y el marinero Vera, que nos hallábamos en el lado opuesto al de donde vino la marejada, fuimos cubiertos y sumergidos bajo el bote”. El primero se llamaba Enrique y era un francés que se había aquerenciado en Chile. El segundo era Septimio, “con algunos elementos de instrucción y que parecía dotado de buen carácter”, había introducido Cox unas páginas antes en su diario.

La cosa se puso muy fea para el expedicionario. “Me fui a pique; el salvavidas me hizo subir, pero sentí que mi cabeza topaba en los bancos de la chalupa, no podría respirar, hacía esfuerzos para zafarme y no lo conseguía; sofocado y desesperado, sin comprender mi situación, ya me sentía ahogado, cuando un ruido de espuma hirió mis oídos; me sentí girar violentamente dos o tres veces, toqué el fondo y salí a la superficie”.

Salvado el hombre, aunque todavía debió luchar para ponerse a salvo. “Vi entonces, a mi lado, a Lenglier, pálido y desfigurado que luchaba en medio de las olas; a unas pocas varas más, el bote con la quilla al aire sostenido a flote por los tubos inflados de los botes de gutapercha (una especie de látex que se obtenía de los árboles del mismo nombre), y montados encima, a cuatro de los peones”.

Con la mente más clara, “ofrecí a Lenglier el salvavidas que llevaba en la mano, pero lo rehusó prefiriendo confiarse a su destreza de nadador y se dirigió al bote. Los peones le pasan un remo y sube a la quilla, hacen otro tanto con Vera. Yo más lejos del bote, seguí nadando; algunos remolinos me empujaron a la orilla, toqué una piedra, me apoyé en ella y llegué luego a la revesa, me tomé de unas ramas y me icé a la tierra”. ¡Al fin!

No obstante, “el bote siguió por algún tiempo arrastrado por la corriente, pero al fin se detuvo como acuñado entre dos piedras, cerca de la orilla; los peones entonces se echaron al agua, y salieron a tierra. El ancho del río era como de ochenta metros en ese lugar, la profundidad como de unos cuatro metros”. El Limay estuvo a punto de cobrarse con creces tamaña temeridad.

El 15 de enero, es decir, exactamente 160 años atrás, Cox cruzaba de nuevo la cordillera pero a la altura de Valdivia y en dirección a la Ciudad de los Ríos, para reequiparse y hacerse de las mercaderías que le había solicitado el lonco Paillacán, en cuyos toldos encontró incómodo cobijo. Algunos de los expedicionarios habían quedado como rehenes. A pesar del enorme tropiezo, no abandonó su propósito de arribar a Carmen de Patagones.

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