¿CUÁLES FUERON LAS PRIMERAS LIBRERÍAS DEL PUEBLO?

| 15/05/2022

En el Bariloche de los 60 había más sol en el centro

En el Bariloche de los 60 había más sol en el centro
La Pensión Italiana, en Elflein y Quaglia. Después, fue la hostería Ciervo Rojo. Ahora ocupa la esquina un enorme edificio Que Schulz no llegó a conocer.
La Pensión Italiana, en Elflein y Quaglia. Después, fue la hostería Ciervo Rojo. Ahora ocupa la esquina un enorme edificio Que Schulz no llegó a conocer.

Grandes ventanales sin rejas y con cortinas americanas. Así lucían las casas barilochenses en los lugares donde hoy se erigen enormes mamotretos de cemento y hormigón.

Hans Schulz nació en Bariloche, en 1955, quiere decir que su niñez se extendió hasta mediados de la década siguiente, aproximadamente. “De mi infancia quedan los recuerdos de una vida apacible de pueblo chico. En mis recuerdos, los paseos por el pueblo transcurren a lo largo de grandes ventanales sin rejas y con cortinas americanas. Había más sol y recién hace poco, observando detenidamente fotos de archivo, se me reveló la causa: no había edificios altos”.

Qué diría hoy el periodista y escritor, si observara la proliferación de inmensas moles que tomó por asalto el centro del pueblo de antaño. Inclusive para quienes llegamos a Bariloche a comienzos de los 90, están irreconocibles calles como la Mitre, la Elflein, Gallardo y la misma Onelli. El recordado Roy Centeno, colaborador de El Cordillerano en sus comienzos, solía decir que era más apacible caminar por la vereda sur de la Mitre porque durante buena parte del día daba la tibieza del sol. En el presente, prácticamente no hay diferencias con la norte, de tantos edificios que brotaron.

Schulz publicó su libro en 2011, es decir, poco más de una década atrás. Salvo unos meses durante la pandemia, no se detuvo la vorágine de la construcción. Felizmente quedaron en las páginas de “Mandato paterno” (EDUCO) algunas imágenes del Bariloche que ya no existe. Desde ya que tenía sus falencias, sus conflictos irresueltos, sus silenciamientos y odiosas diferencias, pero al menos, reinaba el sol entre sus calles céntricas.

“También había menos autos. Visto a la distancia, la vida cotidiana en las casas y las calles de aquel pueblo transcurría lenta y entre grandes espacios”, recapitulaba el antropólogo en su escrito. “Intuyo ese pasado cuando los viajes me llevan a aquellos pequeños poblados del interior de mi país que se quedaron en el tiempo. Pocos autos, poca gente y mucho tiempo. Las puertas al mundo eran, para mí, el cine, la música y, sobre todo, los libros, a través de los cuales yo conocí lo que mis hijos conocen hoy a través de la televisión y el cine”.

Voraz lector, aprovechó Schulz para recordar “con bastante claridad las pocas librerías de mi pueblo, parte esencial del imaginario antiguo de la aldea en la que una vez viví. Allí estaban la librería ‘Alemania’ de la familia Naumann, sobre Quaglia, un edificio enteramente construido en madera, y la librería ‘Mitre’, sobre la primera cuadra de la calle del mismo nombre, del matrimonio Stampfel. Esta última duró mucho más tiempo”.

Sin embargo, el autor se detuvo más en la “Alemania”. Escribió: “De la primera recuerdo espacios amplios, el piso de madera que crujía, los libros sobre la mesa y clientes conversando apaciblemente, casi como en un café. Es extraño cómo, de aquel pueblo, ciertos ámbitos y ciertas atmósferas, que al parecer no tenían especial relevancia, la cobran con los años”. En efecto, “a medida que estos pasan, algunas cosas se desvanecen definitivamente en nuestra memoria mientras que otras van cobrando nitidez, revelando significados que quedaron ocultos mientras las cosas ocurrían”.

Schulz recurrió al aporte de otra barilochense nostálgica de aquel pueblo. “En uno de los libros de Graciela Pino, una foto muestra el antiguo edificio de madera de esta librería sobre la calle Quaglia. Hoy, en su lugar, se levanta un hotel de varios pisos y, en la planta baja, un restaurante de comidas rápidas. Allí, en su piso superior, vivía Herman Wolf, personaje del Bariloche de mi infancia”.

Once años atrás, quedaba “a su costado sur, ignorada por los pasantes, una vieja vivienda de madera cuyo fondo daba, en aquellos años, sobre el ‘arroyo sin nombre’, cuando este, en aquel tramo, todavía no corría debajo de la tierra. La pequeña casa ha pasado del antiguo negocio de souvenirs de aquellos años a ser una agencia de viajes”. ¿Qué habrá ahí ahora, ante tantos embates de cemento y hormigón?

Muy particular fue la impresión que dejó el terremoto de 1960 en Hans Schulz, por entonces, de 5 años: “Puedo verme con toda claridad en aquella tarde en el jardín observando mis autitos de juguete que no dejaban de moverse sobre el suelo y la salida precipitada de mis padres de la casa. Sé que luego fuimos todos a ver el muelle destruido, pero yo solo recuerdo los autitos que se mueven”. Y el sol entibiaba a las calles céntricas…

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