PRIMER GOBERNADOR DE LA PATAGONIA

| 31/08/2019

Álvaro Barros soñó con una región en desarrollo pero duró poco en el cargo

Adrián Moyano
Álvaro Barros soñó con una región en desarrollo pero duró poco en el cargo
El coronel, según la mirada de Prilidiano Pueyrredón.
El coronel, según la mirada de Prilidiano Pueyrredón.

Entre los “conquistadores del desierto” hubo matices. El coronel que asumió el puesto en tiempos de Avellaneda supo polemizar con el mismísimo Roca y sugirió la distribución de tierras entre “indios” en las mismas condiciones que los inmigrantes extranjeros. No fue escuchado, claro.

El primer gobernador de la Patagonia fue el coronel Álvaro Barros, quien resultó designado por el presidente Nicolás Avellaneda el 21 de octubre de 1878, cuando todavía la inmensidad de la región no había sido incorporada a la soberanía argentina. Su mandato no llegó a los cuatro años pero durante su ejercicio dejó asentado un pensamiento: con conquistar no alcanzaba, se requería colonizar.

Barros había llegado al país con el Ejército Grande que comandaba Justo José de Urquiza, para enfrentar a Juan Manuel de Rosas en la batalla de Caseros. El futuro gobernador había tenido que emigrar hacia Uruguay cuando niño, detrás de los pasos de sus padres unitarios. Ya en 1856 fue enviado a la frontera sur, donde conoció a fondo la realidad que planteaba la convivencia azarosa con las poblaciones indígenas.

Así lo destacó María Inés Cárdenas de Monner Sans en su ponencia “Álvaro Barros, pionero y artífice de la Conquista del Desierto”. La autora presentó su trabajo en el Congreso Nacional de Historia que versara sobre ese hecho, reunido en General Roca en noviembre de 1979, en ocasión del centenario de la expedición. Barros se había caracterizado por una visión distinta del “problema indígena”.

Según la autora, desde los periódicos y los libros, el militar había insistido “en la necesidad de usar con los indios un método para adaptarlos a la civilización. No sobornarlos para usar su fuerza políticamente, no dominarlos por medio de las armas, no exterminarlos en forma de genocidio, como lo proponía el general Rivas”. En síntesis, Barros predicó “sus afanes colonizadores” con matices respecto al ideario dominante.

Recordaba Cárdenas de Monner Sans que “Álvaro Barros señaló cuanto vicio se practicaba en la frontera: explotación de civiles, soldados e indios, realizada por los comerciantes de los distintos pueblos fronterizos; extralimitaciones de militares destacados en la frontera, al no cumplir o cumplir vilmente, las órdenes del gobierno”. Asimismo, “señaló constantemente el mal manejo del blanco con el indio, pues aquel usaba la mentira en su trato diario”.

Conocimiento profundo

Quizá por estas razones el presidente Avellaneda lo puso al frente de tamaña empresa. En los años inmediatos anteriores, Barros había polemizado públicamente con el general Roca, al señalarle “lo ilusorio que significaba ‘conquistar y asegurar para el desarrollo de nuestras industrias y riqueza natural extensos y fértiles campos’. Para Barros era imprescindible tomar posesión de la tierra y eso, significaba colonizar”.

Según la historiadora, “ese fue el pensamiento de toda su vida, el que heredó del abuelo materno (Pedro García, el primero en liderar una expedición a Salinas Grandes). Por cierto que Roca también elaboró este pensamiento.

Ya sabemos que el 5 de octubre de 1878 el Senado sancionó la ley 947 que aprobaba el plan para la Conquista del Desierto. En el mismo mes fue sancionado un decreto que completaba la ley anterior: la creación de la Gobernación de los territorios de la Patagonia”.

Entonces, “el 21 de octubre de 1878, el presidente Avellaneda designó como primer gobernador de la Patagonia, al coronel Álvaro Barros, de seguro porque buscaba a uno de los hombres que mejor conocía en nuestro país los problemas del desierto y premiaba así la tesonera prédica de toda su vida militar. Nadie como él había escrito sobre la necesidad de garantizar la paz interior y quizás nadie como él había defendido la soberanía argentina”, explicaba la autora.

La ponencia sostiene que “aunque el decreto fue firmado en octubre de 1878, Barros no tomó posesión del cargo hasta el 2 de febrero de 1879. Los tres meses del ‘interregno’ los pasó Barros en el lugar para estudiar ‘las condiciones del suelo, los recursos naturales y los medios de progreso que conviene emplear’. Así consta en el informe que elevó al Ministerio de Guerra”, según reveló la autora 40 años atrás.

Para cumplir su cometido, el mandatario “recorrió el extenso terreno desértico, donde toda comunicación era todavía imposible. Comprendió la necesidad de trazar un sencillo plan para ponerlo en práctica rápidamente. Consultó a los técnicos que le podían ayudar, incluidos los baqueanos de distintas zonas. Al dirigirse al Ejecutivo aconsejaba dar impulso a Viedma para que pronto se constituyera un centro de progresivo poblamiento”.

Al mismo tiempo, Barros sostenía que “Santa Cruz y Choele Choel eran puntos estratégicos que debían ser ocupados militarmente y la gradual colonización podía dejarse para una segunda etapa. Para lograr buen éxito convenía escalonar los esfuerzos y no entreverarlos desde un principio”. Entonces, “al comienzo del 79, concretando viejos sueños, fundó la colonia de indios General Conesa”.

Esfuerzos y frustraciones

Después de levantar esa población, Barros “recogió los restos de la tribu de Catriel, que en número de mil hombres perecían de necesidad en el fortín llamado ‘Conciliación’. De allí fueron trasladados más tarde a la margen opuesta del río Negro porque todos los esfuerzos realizados hasta entonces se los llevó una alta crecida que inundó aquella tierra. Más tarde hubo que hacer otro tanto en Viedma, también sumergida bajo las aguas”.

Cárdenas de Monner Sans escribió que “en 1881 Barros elevó una Memoria al Ministerio del Interior en la cual realizó un balance de la obra ya cumplida y aconsejó prestar a los indios un apoyo equivalente al que el país brindaba a los extranjeros”. De haberse prestado oídos a esa propuesta, buena parte de los conflictos que involucran al pueblo mapuche en la actualidad se hubieran resuelto de antemano.

El coronel gobernador también “estudió las deficiencias de la Ley de Patentes, cuyos ingresos permitirían impulsar las apremiantes necesidades económicas de la Patagonia, donde algunas incipientes industrias evadían –ya entonces–, los pagos correspondientes”. Asimismo, “destacó la necesidad de disponer de un buen puerto y, basándose en la opinión de Fitz Roy, creía que convenía organizar el de San Antonio, pues desde ese punto se podría excavar y extraer agua”.

Barros consideraba que “el litoral marítimo debía ser poblado, instalando allí futuros puertos que dieran salida a los productos agrícolas y ganaderos del interior, y más adelante, a los de las industrias que allí lograran establecerse. Y sin traicionar sus principios liberales demostrados a lo largo de su vida, entendía que esta etapa del inmediato desarrollo patagónico debía corresponder a las iniciativas individuales que se sumarían a las oficiales del gobierno”. Esa meta, la del desarrollo patagónico, aún está incumplida, aunque en 2019 sea necesario rediscutir qué se entiende por ese concepto.

Polémicas con Winter

Quizá la configuración de la región fuera otra hoy si hubiera logrado plasmar en la práctica sus ideas, pero “el 15 de junio de 1882, invocando razones de salud, Barros solicitó licencia y lo reemplazó interinamente el coronel Lorenzo Winter. Pero no volvió a hacerse cargo de la gobernación y Winter continuó reemplazándolo. De inmediato, comenzaron las rispideces entre ambos en las columnas de los periódicos”.

Con amargura, el coronel le escribía a Bernardo de Irigoyen: “Cuando me recibí de la Gobernación de ese territorio, como en otras ocasiones le he manifestado a V.E., las oficinas de esa Gobernación se reducían a unos cuantos muebles viejos instalados en un pobre cuarto. Cuando me vine de la Patagonia quedaban concluidas cuatro hermosas piezas con techo de azotea, entabladas y empapeladas y otras cinco o seis al otro lado, sin techo, a la altura de techar y patio enladrillado”.

Explicaba: “eso se hizo sin que hubiera costado un peso al gobierno, pues los ladrillos eran hechos por los indios que el gobierno mantenía y, con la venta de una parte de los ladrillos, se compraron todos los demás materiales del edificio y se pagaban los maestros. Después de mi retirada de allí, el secretario de la gobernación o el Sr. Winter han recibido una cantidad mensual para la edificación de la Casa de Gobierno”. Más allá de la sutil mención a la mano de obra servil que tuvieron que prestar los mapuches cautivos, Barros se quejaba de la dependencia de Buenos Aires, que comenzaba a gestarse.

Adrián Moyano

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