06/04/2019

La casa del pionero

La casa del pionero

Se suele decir que la historia está en el presente. Lo que sucedió ayer sigue operando y muchas cosas de hoy son consecuencia de aquel ayer. Hace unos días, caminando por la calle Pasaje Gutiérrez, esa que bordea lo que fuera el viejo cementerio y más tarde circuito de motos del cerro Otto y que está poblándose de edificios de la universidad y Conicet. Recordé que a ese lugar habían trasladado, allá por los ´80, la que fuera una de las primeras casas de la Colonia Nahuel Huapi, con el fin de levantar allí un parque que recreara las casas antiguas, las de los pioneros.

En una de las tantas fotos históricas de Bariloche, se puede ver lo que fuera el almacén de Carlos Wiederhold, a su lado una vivienda que conectaba con una especie de galpón. Esta última fue la única sobreviviente, que por años estuvo detrás de un comercio en la primer cuadra de la calle Mitre y, posteriormente, se realizó el traslado al predio de la falda del Otto. Allí está lo que queda de ella, sumida en el más cruel de los abandonos, tapada de yuyos, desguazada prácticamente, utilizada como depósito de chatarras y hasta de baño público.

Los arboles han cerrado sus copas sobre ella, como protegiéndola, y unos pájaros le cantan desde el alero, ese que seguramente distinguiría a lo lejos algún viajero que llegara desde el este, o navegando por el lago. Seguramente tendría en su interior esa tibieza que da la leña, cortinas en sus ventanas, un perchero detrás de la puerta, una flor en un jarrón, algún almanaque en un clavo, una tina, una palangana y tantas otras cosas que utilizaban cotidianamente quienes en ella moraban. Colgaría del techo un candil, un pedazo de charqui y una fiambrera. El ladrido de un perro, un caballo atado a un palenque y un carro cargado de lana o maderas, esperando en el patio, un gallinero en el fondo al lado de una leñera, un cantero con flores en las ventanas. Una mujer se habrá asomado mirando al lago, esperando a su compañero. Esa huella que legaba a sus puertas, mas tarde fue la calle larga a la que fueron adornando otras casas y seguramente desde allí, bajaría un sendero hasta el muelle para ver llegar las jangadas que traían maderas al aserradero. Entre esas paredes habrá habido brindis y hasta baile, el día que se enteraron aquellos pobladores de la creación del pueblo San Carlos. Tal vez en ese galpón descansaron quienes marchaban con la comisión de límites. Quizá sintió quebrarse el aire con el silbo del tren.

Si no aprendemos la lección, la historia la repetirá hasta que lo hagamos. Un día brotó el Center y otro día, en medio de una polvareda, dio su adiós el mercado municipal. El ciprés histórico, que fuera el primer monumento de la aldea, fue apeado para pasar con una calle. Edificios que han tapado el pan de cada día, que es mirar nuestro lago y tantas otras cosas que llevan a un lugar común: el desprecio al valor histórico de las cosas y la falta de planificación. La cultura debe ser un valor agregado al turismo, para el goce nuestro y de quienes nos visitan.

Saltando un alambrado precario que pretende cercar ese pequeño solar y tratando de no perderme en los matorrales, gané la vereda. En la construcción cercana, unos albañiles, como gorriones bochincheros, festejaban el trabajo y el solcito mañanero al son de la radio; por la bajada de Gutiérrez, pasó una camioneta, con el conductor desquitando en el acelerador el vértigo de estos tiempos. Todos ellos ajenos a ese pedazo de historia nuestra, de ese cascaron reseco de madera, alrededor del cual creció la ciudad que habitamos.

Te puede interesar
Ultimas noticias