08/08/2018

Clemente Onelli, el naturalista que valoraba a los pueblos indígenas

Clemente Onelli, el naturalista que valoraba a los pueblos indígenas
Clemente Onelli.
Clemente Onelli.

En 1919 brindó una conferencia de contenidos poco difundidos, donde resaltaba las condiciones artísticas que observó en las culturas quechua, aymara, mapuche y tehuelche. Voz disonante en su época.

Clemente Onelli, el prócer regional que le da su nombre a la arteria más popular de Bariloche, compañero de Francisco Moreno y luego director del Zoológico de Buenos Aires, lamentaba que por su sangre no corriera sangre indígena y afirmaba que la suerte de los pueblos originarios había sido lamentable bajo la “civilización cristiana”. Además, suponía que “incas” y aymaras estaban emparentados con “araucanos” y tehuelches.

El naturalista, que había nacido en Roma (Italia) en 1864, brindó una conferencia de curiosa denominación en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Buenos Aires. La disertación se llamó “Psicología  estética de los indígenas sudamericanos” y afortunadamente, fue publicada en la revista de la casa de altos estudios (tomo XLIII) en 1919. El texto no es muy conocido y revela facetas poco difundidas del explorador.

La disertación giró en torno a la existencia -o no- de manifestaciones artísticas en los pueblos originarios que habitan el actual territorio argentino. Onelli viajó en repetidas oportunidades por la Patagonia, pero también se mostraba como profundo conocedor de otras latitudes. Por ejemplo, con indignación, exclamaba: “¡Pobre aymará! ¿Qué ha quedado de tu arte bajo la civilización cristiana? Desde el día del Conquistador hasta estos tiempos de la ciencia que investiga y de la democracia que triunfa, ¿qué opinión se tiene de ti?”

Con estilo de otros tiempos, el explorador manifestaba: “¿Cuál es el blanco o el mestizo, el cristiano o el ateo que reconozca en ti la conculcación de siglos de una esclavitud, sea imperialista, sea democrática, y que comprenda que en las latébras (sic) más íntimas de tu alma tiene que vivir ese mismo espíritu artístico que levantó esos templos al Sol, al Sol que tu adoras en secreto, porque lo sabes el gran artista, el gran poeta, el facedor (sic) de las tormentas de nieve, de las tempestades, de las tibiezas, de las tinieblas, de la fecundidad de vicuñas y alpacas, de los acantilados de tus breñas enormes y del desgaste de tus monumentales moles grabadas?”

Al menos en su discurso, Onelli no participaba del dogma eurocentrista que imperaba en aquellos años: “Quizás tú conoces todavía el significado de las hieráticas esculturas, que el sabio trata de silabear, y que tú no puedes revelar por el evangelio secreto, instalado desde el seno materno por tantos siglos de desconocimientos, de persecuciones y de desprecio de la raza que se cree a ti superior. Ellos, los blancos, te han sumido en la mayor ignorancia, pero tu ignorancia no es sin embargo tan profunda, y tú la demuestras porque el precepto que te viene de generación en generación y que aprendiste de los labios maternos en el yermo páramo donde el Sol empezó a acariciarte...”

Visión vigente

La postura del naturalista es más propia de los tiempos que corren, si se tienen en cuenta las políticas culturales que imperaban a principios del siglo XX. “Yo, como todo hombre de por los menos dos centímetros de sentido artístico, siento calmar mi espíritu ante el friso arquitectural griego que se destaca en líneas resueltas y nítidas sobre el cielo de turquesa de Grecia y de Anatolia; y la quebrada línea de un meandro siempre me había parecido el adorno más bello en su sencillez de arte, allá sobre la Acrópolis del Pireo; encontraba justo se llamara por antonomasia ‘greca’. Ahora pienso que es un nombre inmerecido: la greca tiene 70 siglos en el viejo mundo y 160 de existencia en América desde México hasta Magallanes: y si esta greca es sencilla y única en las tímidas tentativas artísticas del indio tehuelche y del indio pampa, es de una enorme riqueza de ingeniosas combinaciones entre los calchaquíes, los quechuas y los aymarás”.

Incluso, Onelli relativizaba los conocimientos de antropólogos y etnólogos. “Paciente sabio folklorista que descifras las grecas imborrables de las alfarerías y de los viejos tejidos y de las piedras esculpidas, ¿qué sabes tú de las 30 o 40 combinaciones que han sabido expresar esos viejos indios? Y si esa greca era para los helenos tan sólo el recuerdo estilizado de los meandros de un río, las múltiples grecas del indígena americano deben decir otras tantas ideas; ideas porque no materializaban; tengo una prueba”.

Para el naturalista había continuidades culturales entre los pueblos del actual norte argentino y los del sur. “¿No hay ninguno de ustedes que se haya alarmado ante mi afirmación que la greca aymará e incaica llega hasta el estrecho de Magallanes entre razas primitivas de araucanos y tehuelches? Yo no puedo afirmarlo; pero la línea llamada greca no paréceme a mí un dibujo espontáneo que pueda aparecer a la fantasía de un primitivo, como la raya, dos líneas cruzadas o paralelas, un mal círculo que son también los primeros garabatos que hace un niño a los cuatro años; y además para sostener mi idea pienso: ese meandro puede haber llegado -desde el norte hasta el estrecho del sur- como han llegado palabras del lenguaje quechua: el sol, el inti de los incas, se llama en araucano Anti, y Quilla, la luna incaica se dice Quillen. Un río en el Chubut se llama Mayu, trasformado más adelante por patrioteros ignorantes en Río Mayo; patrioteros que criticarán la ignorancia de los frailes españoles que con sus alteraciones y cambio de nombres, todo lo hacían confundir; ese Río Mayu del Chubut debe quedar con este nombre primitivo, para que, ante de ser olvidado, sirva de guía a investigaciones de estudiosos americanistas”.

En el mismo sentido, Onelli sostenía que “un poco más al sur en el territorio de Santa Cruz y dependiente de la cuenca del Deseado, en un parage (sic) llamado Tzesár, vive un capitanejo de raza tehuelche pura que se llama Quilchamal, el mismo vocablo que frecuentemente he encontrado en la lengua quechua y cuyo significado no recuerdo. ¡No sería por lo tanto extraño que los contactos o parentescos con el norte, afirmados débilmente por el rastro del idioma, puedan ser del mismo origen que la greca alterada y simplificada que usan en sus tejidos los pampas, los araucanos y los tehuelches, tejidos que se hacen también -aún más burdos- entre las indiadas del Chaco, más cercanas a las finas razas del noreste, pero que no tienen la greca denunciadora de un mismo origen”. Notable.

El poncho pampa

En relación al tema que le dio nombre a su conferencia, Clemente Onelli apuntaba que “un rasgo curioso de estética visual la tienen o la tenían los indios pampas, tan afines a los araucanos, pero mientras los araucanos, sobre todo del lado de Chile, en sus tejidos admiten el rojo y el amarillo, el pampa con el blanco y con el negro -colores tan fúnebres para nosotros- hacían tejidos bien alegres también para nuestra vista. ¿Quién no conoce el clásico poncho pampa donde el fondo negro se alegra por los vibrantes movimientos en blanco de la característica greca pampa?”

A la hora de reflexionar sobre las danzas, el explorador explicaba que “sus bailes se mantienen unisexuales y de hombres, y aun cuando el indio que baila no es estético, en el sentido de ellos buscan quizás este sentimiento; de otra manera no se explicaría, porque el indígena del sur, araucano y tehuelche, que viste a la usanza de nuestros campesinos o a su manera, para bailar se desnuda, cubriendo tan solo la cintura y la cabeza con unas cuantas plumas; los más hábiles son aquellos que en los violentos movimientos de las piernas y en la postura del Discóbolo griego, hacen mejor resaltar la agilidad y la turgencia de sus musculaturas a veces miguelangiolescas; por lo tanto el sentido estético de la danza indígena lo conceptúo superior al de la danza moderna”.

Para finalizar su charla, mucho más extensa que los párrafos aquí sintetizados, Onelli proclamaba ante un auditorio seguro estupefacto: “Yo no sé si todo lo que he dicho los ha persuadido sobre un estado psicológico del indígena sud-americano, estado que puede hacerle apreciar y revelar un sentido estético de cosas pero, créanme: yo desearía que corriera por mis venas por lo menos una gota de esa sangre ancestral para poder decirles con mayor autoridad que los indígenas, bajo su tosca corteza, han sido y son artistas en el alma”.

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