07/05/2017

Para Raúl Pérez, crear siempre ha sido una gran necesidad

Hoy es el último día en que se puede visitar la exposición de óleos de Raúl Pérez en el salón del Colegio Médico de calle Gallardo y Rivadavia, de 17 a 21 horas.

Para Raúl Pérez, crear siempre ha sido una gran necesidad
Un artista barilochense de talento internacional.
Un artista barilochense de talento internacional.

Pérez es uno de los grandes artistas que tiene nuestra ciudad, reconocido además por ser un luthier cuyos instrumentos han sido adquiridos desde diferentes puntos del planeta. Por supuesto que es un excelente músico también.

Hace más de 30 años que no exponía sus pinturas. Su esposa insistía para que lo hiciera, pero fue finalmente otro artista, José Luis Rogel, una especie de hermano que le dio la vida, quien lo convenció.

“No me basé en nada especial para seleccionar los trabajos, porque tengo cientos de óleos y acuarelas de diferentes etapas” comentó.

Dice haber nacido “por error” en San Martín de los Andes. “Mi padre trabajaba en Parques Nacionales y lo habían mandado a San Martín para hacer unos trabajos. Como mi mamá tenía 15 años y estaba embarazada, la llevó para que no estuviera sola, y ahí se me ocurrió nacer” dijo entre risas.

Desde siempre, sintió la necesidad de plasmar en algún material lo que sentía, ya sea tallas en madera, canoas, dibujos o pinturas. “En la escuela primaria, tallaba tótems con tizas y se las regalaba a mis compañeros. Algunos de ellos todavía las conservan” dijo.

A los 13 años, comenzó a fabricarse sus propios óleos porque no tenía el dinero suficiente para comprarlos. Evidentemente resultaron de muy buena calidad porque, en la muestra, se pueden ver algunos cuadros de esa época y continúan intactos.

“En esa época, las bolsas de harina venían de una tela muy linda, las preparaba y estiraba sobre un marco de madera y quedaban fantásticas” recordó con nostalgia.

Recuerda que, en el colegio, siempre se llevó dibujo, porque le hacía los trabajos a los compañeros y nunca llegaba a entregar los propios a tiempo. “Música también me la llevaba porque aprender solfeo me parecía muy aburrido. Soy y he sido docente. Eso me ha permitido ver cómo un docente, con su manera de dictar una clase, te puede bloquear o desanimar por completo” dijo, además, que eso lamentablemente sigue ocurriendo.

Tiene como a uno de sus grandes maestros a José González Graciam, que aún vive en Melipal. “Él me ayudó mucho con el arte en general y, a los 14 años, presenté, por primera vez, una muestra en la Municipalidad”. Era una etapa del arte local con grandes exponentes como Tom Maes, Panozzi y Larrouyet, entre otros. Con Rogel, se conocieron en una exposición y, de allí, han continuado siendo grandes amigos. 

Pérez reconoce a la pintura y al arte, en general, como una necesidad, no como un desahogo o una actividad para hacer en tiempo libre o fines de semana. “Para mí, siempre fue muy grande esa necesidad, tanto como comer o respirar” agregó.
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Volver a exponer

“Dejé de hacer exposiciones porque me sentí desilusionado con la gente de Bariloche”. Cuando tenía 17 años, le ofrecieron una beca para ir a estudiar a Buenos Aires y no la aceptó porque no concibe su vida lejos del paisaje que nos rodea. 

“En los años ochenta, estaba exponiendo, vinieron empleados municipales a hacer otro trabajo y, sin consultarme, comenzaron a descolgar los instrumentos; en otra ocasión, bajaron todos mis cuadros porque necesitaron el salón, siendo que me habían dado esa semana a mí”.

Son varias las anécdotas con este tipo de situaciones. “En otro momento, me invitaron a una muestra colectiva. Le dije a la secretaria de Cultura que el cuadro que había elegido no era de los mejores, pero que los otros no los tenía enmarcados aún. Me dijo, no importa, da lo mismo que traiga cualquiera, y no es así”. Reflexiona que, por eso, Bariloche está como está, sin una buena sala grande para muestras, sin un teatro público para 300 personas o sin un lugar donde dar conciertos en el centro.

“Yo entiendo a la gente de acá; a veces, se intelectualiza mucho sobre el arte” reflexionó. “No nos olvidemos de que Bariloche no fue fundado por intelectuales, sino por gente que llegó aquí con una mano detrás y otra adelante, que se forjó gracias al trabajo de muchas personas, y no hay registro de esas personas. Nadie sabe quién hizo, casi a mano, el camino al Challhuaco o el techo del hotel Llao Llao”. 

“Acá hay una tendencia a que la historia de Bariloche es la calle Mitre, avenida San Martín o cerro Catedral, y no es así. Mi papá fue carpintero de edificios emblemáticos y nadie lo sabe” dijo.

Es verdad lo que dice Pérez; sin ir más lejos, el Cristo de madera que está en la Inmaculada Concepción, lo talló él con un tilo que tenía en su propiedad. Fue realizado en base a un trabajo que le encargó el párroco. Ni una sola placa o texto indicativo se encuentra en el lugar.

“Me fui desilusionando porque vi que no se respeta al artista. Una vez, hice una muestra de instrumentos musicales única en el país porque, hasta ese momento, nadie en Argentina los hacía. Afuera del salón, había una carrera de bicicleta de nenes, fue un canal a televisar ese evento, vieron que yo estaba adentro y ni siquiera entraron a ver de qué se trataba” comentó apenado.

Años después, en el km 6 de Bustillo, hizo otra muestra similar. Durante todos esos días, fue sólo un músico a visitarla, Alejandro Fatur. “Llamé a varios artistas para invitarlos personalmente, a los medios de comunicación, pero no fue nadie. Acá está pasando algo parecido, El Cordillerano es el único medio que vino”.

Venta

Entre febrero del 68 y diciembre del 69, fue la primera gran época de sus óleos en Europa, con 50 trabajos vendidos en ese tiempo. Continúan llegando a su taller clientes en busca de pinturas o instrumentos, pero aquí poco se habla de Raúl Pérez. 

El artista da clases en su taller de Rancho Grande, “tengo varías víctimas que insisten en aprender” comentó riéndose. “Algunos hacen instrumentos, otros aprenden a fabricar herramientas, cada uno aprende lo que le interesa”.

Cuando tenía 20 años, tenía tres trabajos, en la Escuela Las Quintas como docente, en Teléfono del Estado y en el Centro Atómico. “Me quedaban cuatro horas para dormir, pero llegaba a casa y necesitaba pintar, tocar la guitarra o jugar al ajedrez. Entonces me he pasado tres o cuatro noches sin acostarme” comentó. 

Raúl tiene cinco hijos y ocho nietos, todos con la veta artística intacta, más allá de la actividad que han elegido como oficio o profesión. “Mi papá, hace unos años, me preguntó si habíamos tenido una buena vida, sin pasar necesidades. Le dije que sí, y me respondió que jamás pensó que yo lo lograra siendo artista, aunque nunca me había hablado de eso”, finalizó el artista.

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