UN VAPOR RUIDOSO, TRABAJADORES CHILOTES, BOTES EN EL LAGO

| 07/04/2024

¿Cómo era el Bariloche que vio Clemente Onelli 121 años atrás?

¿Cómo era el Bariloche que vio Clemente Onelli 121 años atrás?
La foto se tomó 17 años después, pero el panorama que vio Onelli no fue muy distinto. Archivo Visual Patagónico.
La foto se tomó 17 años después, pero el panorama que vio Onelli no fue muy distinto. Archivo Visual Patagónico.

Lee también: Una especie hoy en extinción y su “crimen frustrado”

El italiano llegó por primera vez a estas playas en 1903 y legó sus apreciaciones en “Trepando los Andes” (Ediciones Continente-2007), libro que publicó al año siguiente.

Un vapor que hacía demasiado ruido al navegar, una mísera casucha donde hoy se alza un cotizado centro turístico, trabajadores de origen chilote que huían de la miseria y pequeñas embarcaciones a remo que emergían de los rincones del lago. Tales fueron algunas de las observaciones que legó Clemente Onelli sobre el Nahuel Huapi y Bariloche, después de conocer la zona en su viaje de 1903. Vívido retrato que recrea la atmósfera imperante 121 años atrás.

Inicialmente, el viajero de origen italiano se dejó conmover por la tranquilidad que transmitía el entorno, pero “al rato, un grito agudo, un lamento horrible y angustioso de un monstruo agonizante hiere los oídos y parece que hace temblar con sus vibraciones las hojas inmóviles del bosque dormido; una sorpresa: en una caleta tranquila, seguido de blanca estela, avanza coqueto un vapor, que abusa del silencio solemne para agitar el aire con su sirena”.

Onelli no consignó el nombre de la embarcación, pero muy probablemente fuera “El Cóndor”, que hacía la ruta que menciona su escrito desde 1900. El viajero se desplazaba por las aguas a bordo de una pequeña velera. “Una señal y el abordaje está hecho en pocos minutos, la lancha es amarrada a la popa y nos deslizamos veloces hacia Puerto Blest, donde un pequeño muelle, una casucha, más chica aun entre las montañas que se le desploman encima, completa el ambiente noruego de Throndhjem o Sognefjörd”, consignó el europeo.

La pujante ciudad de Trondheim tomó en sus orígenes el nombre del fiordo al que aludía el italiano. “Pero aquí, a Dios gracias, no hay billetes circulares ni turistas con programas al minuto ni cañas de pesca de faquires ingleses esperando el salmón pagado de antemano”, celebró. “El viajero aquí no tiene programa ni cicerones; pero tiene una casucha abrigada, donde a la noche hará el nido entre el mullido colchón de lanas allí amontonadas para la exportación”.

Onelli tuvo el privilegio de escuchar los inquietantes rumores cordilleranos, porque “desde ese rincón, húmedo y frío como un sepulcro, sentado sobre los maderos del muelle, allá delante de ese fjörd (sic), en la vasta quietud de la naturaleza tranquila y el reflejarse indeciso de las estrellas, (el visitante) verá tenue y fosforescente la claridad de la luna, que baña afuera la superficie del lago; después, un estampido profundo y fuerte retumba en los desfiladeros de adentro: es el cerro Tronador, que fragorosamente envía al abismo avalanchas de nieve”.

La paz se vería nuevamente alterada por los ruidos navales. “A la alborada, cuando el fjörd duerme aún en las penumbras, que se prolongan hasta muy tarde, el vaporcito aturde el aire con su sirena estridente, llamando al viajero, pues la salida es inminente para los países del sol”. El pasaje no tenía nada que ver con las multitudes turísticas de la actualidad, se integraba con “pobres trabajadores chilotes, de cara emaciada y pálida, que a pie han superado la montaña fronteriza, suben a bordo, con su pequeño equipaje al hombro, en busca de trabajo más recompensado en las estancias argentinas”.

Luego de completar carga y pasajeros, la embarcación ponía proa al Este. “El vaporcito, en menos de una hora, se pone en la zona alegre e iluminada: ahora corre a todo vapor en dirección opuestas, buscando las casitas de los colonos, escondidas en los fondos de las pequeñas caletas, y donde estos, en débiles embarcaciones, vienen avanzando a fuerza de remo, en busca de la correspondencia, la única comunicación que tienen con resto del mundo”. Alegre paisaje…

Onelli observó que a “las 11 de la mañana: los chilotes se preparan a almorzar, extraen de entre sus harapos unas bolsitas mugrientas, de donde sacan un cuero de vaca, el cacho, como ellos lo llaman, que llenan con harina de trigo tostado, que mezclan con el agua que huye de los costados del barco. Con 300 gramos de esa especie de engrudo se encuentran atorados y se declaran satisfechos, y lo prefieren cualquier otra comida, tanto, que no es difícil en el caso de oírlos quejarse cuando trabajan en nuestro país”.

Según el futuro fundador del Zoológico de Buenos Aires, dirían los trabajadores chilotes: “En la Argentina nos dan mucha carne, pero nada de manutención”. En opinión del europeo, “son gente que en el trabajo duro del bosque y de la montaña no hay quien los iguale por actividad, energía y fuerza; pero en los países llanos y abiertos, toman un embonpoint (itálica en el original) que los vuelve haraganes y casi inútiles”. Interpretamos que el italiano quiso aludir a cierto estado de pesadez que tal vez no se explicara por la topografía, sino más bien por las tremendas condiciones laborales que debieron soportar aquellos migrantes.

¿Que opinión tenés sobre esta nota?


Me gusta 0%
No me gusta 0%
Me da tristeza 0%
Me da alegría 0%
Me da bronca 0%
Te puede interesar
Ultimas noticias