BARILOCHE EN LA ÉPOCA DE LOS PACTOS DE MAYO

| 05/05/2024

“La pequeña población de San Carlos” y un “confortable hotel de madera”

“La pequeña población de San Carlos” y un “confortable hotel de madera”
Bariloche hace mucho tiempo. Se desconocen el año y el autor de la foto.
Bariloche hace mucho tiempo. Se desconocen el año y el autor de la foto.

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Tanto Juan Steffen como el mediador británico, Thomas Holdich, legaron párrafos que describen la fisonomía barilochense de 122 años atrás.

Después de la celebración de los Pactos de Mayo de 1902, los equipos técnicos de la Argentina y Chile, en compañía de los enviados británicos, se abocaron a recorrer “los valles sub andinos litigiosos entre los 41° y 46° de latitud sur”, es decir, la zona que incluye a Bariloche, El Foyel, El Bolsón y aún zonas más australes. De los testimonios que legaron tanto chilenos como europeos, derivan párrafos que permiten acercarse a una semblanza barilochense 122 años atrás.

Es el caso de los escritos que plasmó Juan Steffen, geógrafo de origen alemán que, por entonces, trabajaba a las órdenes del gobierno trasandino. El comisionado británico, Thomas Holdich, llegó desde el sur a Puerto Montt el 3 de abril de 1902, es decir, un mes después de que el gobierno argentino reconociera la existencia formal de San Carlos de Bariloche. Juntos, chilenos y británicos debían cruzar la cordillera para encontrarse con sus colegas argentinos.

Relató Steffen: “como punto de partida de la expedición había sido determinada la pequeña población de San Carlos, llamada hoy Bariloche, en la orilla sur de Nahuel Huapi, donde se encontraba el campamento general de las subcomisiones argentinas de límites, que bajo la dirección de su activo jefe, el señor F.P. Moreno, estaban ocupadas hace tiempo en los múltiples preparativos para el viaje”.

Después de un temporal que detuvo a la comitiva momentáneamente en Puerto Varas, “efectuamos el trayecto de la cordillera los días 9 y 10 de abril, aprovechándonos de servicio de transporte organizado por la empresa de los señores Hube y Achelis”, destacó su compatriota. “Durante este trayecto, cuyo punto culminante es la división interoceánica en la plataforma del paso Pérez Rosales, se atraviesan no menos de cuatro lagos: el Llanquihue, el Todos los Santos, Frío y el gran brazo occidental del Nahuel Huapi”.

La descripción coincide en los tres últimos con el antiguo Camino de las Lagunas, que siglos antes habían recorrido expediciones esclavistas y jesuita bajo guía puelche o huilliche. En la actualidad, es el trayecto de la excursión turística que se conoce como Cruce Andino de los Lagos, momentáneamente fuera de servicio porque precisamente, el paso que recuerda el funcionario chileno -Pérez Rosales- está cerrado.

En 1902 observó Steffen que “los trechos intermediarios (sic)” se recorrían “en caminos carreteros, que en parte presentan condiciones excelentes, en parte -como la bajada desde la cumbre del paso hasta la laguna Fría- necesitan mucha compostura”. También consignó el geógrafo que “en lugar de los frágiles botes y lanchas a vela que necesitaban a menudo una semana de constante voltejear para pasar de un extremo del lago Todos los Santos al otro, se recorre esta distancia en un vaporcito en pocas horas, y todo el viaje desde Puerto Varas hasta San Carlos de Nahuel Huapi puede realizarse en 36 horas”. Hoy nos resultaría una eternidad ese lapso.

Por su parte, admitió Holdich que a orillas de la “laguna Frías” se sumergió “en los brazos del distinguido geógrafo, mi viejo amigo el Dr. Moreno, que, como me había prometido antes de abandonar Buenos Aires encontrarme aquí el 10 de abril y estaba puntual como de costumbre, haciendo honor a su palabra”. Desde Puerto Blest, las tres comitivas “navegaron en una lancha de vapor hasta la incipiente población de San Carlos”, anotó por su parte Juan Martín Biedma, quien recopiló estos sucesos en “Crónica histórica del lago Nahuel Huapi” (Editorial Caleuche – 2003).

Para variar, el mal tiempo retuvo a peritos, árbitros y exploradores. Entonces, “se alojaron en un pequeño y confortable hotel de madera cuyo largo comedor ofrecía un pequeño museo local adherido a sus paredes empapeladas. Se exhibían allí curiosidades indígenas, un anillo, una o dos vasijas ornamentadas, pipas, cueros de distintos tipos, un palo en forma de serpiente y un huevo de pájaro que no tenía forma de tal”.

Al parecer, Biedma redactó su relato con los escritos de Holdich a la vista. “El living mostraba con orgullo, carpetas, alfombras y flores de papel. Así era este hotel de comienzos del siglo veinte, que según elucubraba el comisionado inglés, antes que promedie la centuria (por la pasada) ya tendría ascensor, luz eléctrica, música durante las comidas y un gerente alemán o suizo, que con amabilidad el número de nuestro cuarto, cuatro pisos arriba”, completa la versión del autor. El británico también avizoró un futuro más bien turístico, antes que forestal. En ese punto, no se equivocó, pero, desafortunadamente, no consignó el nombre de aquel hotel. Al menos, Biedma no la transcribió.

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