BARILOCHE, EPICENTRO DEL ENSAYO NUCLEAR ARGENTINO

| 05/05/2023

Richter y Perón: cuatro años de sueños y fraudes

Richter y Perón: cuatro años de sueños y fraudes
Richter en un laboratorio de la isla Huemul.
Richter en un laboratorio de la isla Huemul.

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, el grupo de oficiales que gobernaba el país quiso participar de la carrera atómica. Pero la partida fue muy en falso.

La farsa duró cuatro años, pero tuvo su origen en 1943, cuando un grupo de oficiales se hizo del poder político en la Argentina. Apenas finalizó la Segunda Guerra Mundial, las grandes potencias pisaron el acelerador en la carrera nuclear y bajo conducción militar, el país quiso ser parte. No era fácil, porque Estados Unidos no iba a permitir competencia alguna en su patio trasero y, además, los sectores científicos argentinos no simpatizaban con las inquietudes castrenses.

A partir de 1946, el gobierno de Perón emprendió “la búsqueda de sectores aliados en las FFAA y empresariales para promover el desarrollo científico y tecnológico y, de esta forma, atraer científicos europeos de primera línea. Con una mirada estratégica tanto del desarrollo técnico como del aprovechamiento nacional de los recursos naturales, se impulsaron múltiples y simultáneos proyectos”.

Por entonces, vecinas y vecinos de Bariloche difícilmente pudieran adivinar que la ciudad se vería envuelta en una llamativa trama en la que desempeñaron su rol sueños de grandeza, delirios y hasta fraudes. Brevemente, pasa revista a la relación entre el poblado y el surgimiento de la energía nuclear en la Argentina la historiadora Giulietta Piantoni, una de las autoras de “Río Negro. Los caminos de la historia” (Pido la palabra Editorial – 2021).

Su aporte forma parte del segundo tomo, con el título “Pensar y hacer Río Negro: las ciencias y la tecnología en la provincia”. Según la investigación, fue “gracias a una alianza entre la Dirección Nacional de Fabricaciones Militares y la Universidad Nacional de Cuyo” que “pudo darse inicio al programa nuclear argentino, mientras que otros proyectos quedaron inconclusos, tras el fuerte viraje que tomaría la política nacional en este aspecto con la llegada al país del físico austríaco Ronald Richter”.

La historia es más o menos conocida o al menos, eso debiera. “En 1948, Juan Domingo Perón se encontró con el científico y éste lo convenció de que era capaz de obtener energía a partir de fusión controlada. Richter había trabajado en el proyecto nuclear del régimen del Tercer Reich y emigrado a la Unión Soviética. Su llegada a la Argentina se había producido en secreto como parte de una delegación de científicos, ingenieros y técnicos que trabajarían en un proyecto aeronáutico”.

Hay que recordar que, por entonces, el ámbito universitario y científico nacional no se parecía en mucho al actual. Entonces, “dada la ruptura con los académicos argentinos, Perón dio impulso al proyecto. En junio de 1949 se dieron por iniciados los trabajos en la Isla Huemul en San Carlos de Bariloche para conseguir la fusión nuclear controlada, como fuente inagotable de energía”.

Por entonces, la ciudad ya no tenía tanto que ver con el perfil agrícola, ganadero y mercantil que había prevalecido hasta la década del 30. En 1934 había llegado el ferrocarril, en esos mismos años comenzó el proceso de transformación arquitectónica de la mano de Parques Nacionales y en 1940, por ejemplo, se inauguró el Centro Cívico. El turismo ya aportaba considerablemente al movimiento económico.

El gobierno peronista intentó no dejar detalle librado al azar, porque “paralelamente, dentro del Primer Plan Quinquenal y de la Constitución de 1949, se comenzaron a considerar a los hidrocarburos y a las reservas de uranio como bienes nacionales, lo que implicaba la potestad del Estado argentino para su explotación, en tanto componentes estratégicos para proveer al sector industrial”, enmarca la historiadora.

En ese contexto, “en abril de 1950 Juan Domingo Perón y Eva Duarte viajaron al sur y entre los destinos que visitaron se encontraba la Isla Huemul. A partir de las promesas de Richter y el proyecto en Bariloche, el 31 de mayo de 1950 se creó la CNEA (Comisión Nacional de Energía Atómica) dependiente de Presidencia de la Nación, con la finalidad de coordinar y estimular las investigaciones atómicas, y el desarrollo de la física experimental”.

Pero… “El tiempo fue transcurriendo y los resultados prometidos por Richter no aparecían en el horizonte, por lo que algunos sectores impulsaron pericias científicas respecto de lo que se llevaba adelante en la Isla Huemul. Entre los especialistas que ofrecieron su opinión al respecto se encontraba José Balseiro. El dictamen fue contundente y concluyeron que los experimentos y afirmaciones de Richter no tenían fundamentos, siendo incluso considerados fraudulentos”.

Una vez que se conoció la opinión de los científicos argentinos, la continuidad del austríaco entró en la cuenta regresiva. Al fin, “en 1952, el proyecto Huemul fue cancelado, pero había abierto las puertas a otras investigaciones de física aplicada”. A pesar del desencanto y el fraude, algunas semillas germinaron y ya para 1954, se dieron experiencias de enseñanza e investigación que desembocaron en el Instituto de Física de Bariloche. El Balseiro de hoy.

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