¿OTRA VEZ DISPUTAS LIMÍTROFES CON CHILE?

| 02/09/2021

1878: La vez que las flotas estuvieron a punto de cañonearse

1878: La vez que las flotas estuvieron a punto de cañonearse
El monitor "Los Andes" en el río Santa Cruz. 1878.
El monitor "Los Andes" en el río Santa Cruz. 1878.

Buques chilenos se habían apoderado en Santa Cruz de embarcaciones extranjeras que tenían autorización argentina para embarcar guano. Buenos Aires respondió con el envío de una pequeña escuadra.

La renovada intención del gobierno chileno de disputar jurisdicción argentina actualiza conflictividad que parecía para siempre sepultada. Las y los más veteranos recordarán la beligerancia de 1978, cuando las respectivas dictaduras militares condujeron a los dos países a las puertas de la guerra. Sin embargo, fue poco más de 100 años antes cuando los buques de las dos marinas estuvieron a punto de enfrentarse a la altura del río Santa Cruz. Inclusive, la exigua escuadra argentina tenía orden de abrir fuego, de no superarse ciertas instancias.

Hacia 1872, la presencia austral de la Argentina se limitaba al establecimiento de Luis Piedra Buena en isla Pavón, pero del lado chileno ya existía Punta Arena. Ese año, sus autoridades paralizaron las actividades pesqueras que, en la costa, intentaba desplegar un francés residente en Buenos Aires: Ernesto Rouquaud. Al tanto del conflicto, Buenos Aires envió la goleta “Chubut” con la misión de instalar una posición con dotación permanente al sur del río Santa Cruz, en noviembre del año siguiente.

Una corbeta chilena de guerra, la “Abtao”, se hizo presente en el estuario sureño, pero no pasó gran cosa. Sin embargo, el gobierno de Chile emitió una declaración según la cual, debía respetarse su soberanía al sur del río Santa Cruz. En 1874, a la débil presencia argentina se sumaron el bergantín “Rosales” y el cúter “White”. Quedó así conformada la Escuadrilla Sur, al mando de Martín Guerrico, de existencia efímera.

Las cosas pasaron a mayores cuanto otro navío trasandino, la corbeta “Magallanes”, apresó a una barca francesa que extraía guano de la zona con autorización argentina. Para colmo, cuando la presa era conducida a Punta Arenas, se perdió a la altura de Cabo Vírgenes. Ambos gobiernos intercambiaron enérgicas protestas y en octubre de 1878, la misma “Magallanes” se apoderó de otra embarcación, en este caso, estadounidense, que también contaba con permiso argentino para explotar guano en la caleta Monte León.

En esta oportunidad, dio el alerta Carlos María Moyano, futuro gobernador del Territorio Nacional de Santa Cruz, por entonces, teniente de marina. Era presidente Nicolás Avellaneda, quien dijo en el Congreso: “poniéndose en el caso de legítima defensa, el Poder Ejecutivo ha dispuesto estacionar un buque de guerra en la boca del río Santa Cruz, levantar una fortificación a la entrada del mismo y sobre su margen norte, dotándola con cañones y guarnición correspondiente”.

Si bien la flota chilena era considerablemente superior a la argentina, se dispuso el envío de una expedición al mando de Luis Py, el mismo que presta nombre a la avenida donde está la sede tan transitada del Poder Judicial, en Buenos Aires. Se conformó con el monitor “Los Andes”, la bombardera “Constitución” y la cañonera “Uruguay”. Luego se sumaron otra bombardera y una corbeta más. La fuerza de desembarco se reducía a 50 hombres.

Las instrucciones selladas que el ministro Julio Roca entregó a Py debían abrirse después de superar Carmen de Patagones. Decían el primer apartado: “Apenas lleguen a sus manos estas instrucciones, pondrá todo su empeño en apresurar la marcha de los buques puestos bajo sus órdenes y tomarán posesión de la margen sur del río Santa Cruz, levantando la bandera argentina y poniendo en tierra las fuerzas que lleva de desembarco”. El segundo: “Desde que llegue a la embocadura de dicho río, observará una prudente y eficaz actividad de defensa, por tierra y por agua, haciendo uso de los torpedos y demás elementos de guerra que se han puesto a su disposición, y dará cuenta al gobierno de sus actos, por la vía más corta, sin desprenderse de los acorazados ni de las cañoneras República y Constitución”. Tercera y más grave: “Si al llegar a Santa Cruz encontrase en la embocadura o río adentro uno o más buques de guerra chilenos con ánimo de estorbar el desembarque de nuestras fuerzas y la toma de posesión de la margen sur de dicho río -o si estando ya establecida nuestra estación naval llegasen buques chilenos con el propósito de oponerse a los actos de jurisdicción y dominio que en los artículos anteriores se expresan-, el jefe de la estación los intimará de la manera más formal y solemne al abandono del río y de su embocadura, y si desatendiesen esta intimación, después de declinar en ellos toda responsabilidad de la agresión, la hará efectiva por la fuerza consultando las reglas del honor y el deber”. La última, para este recorte de El Cordillerano: “hasta nueva orden no consentirá que las fuerzas a sus órdenes de mar y tierra salgan fuera de la estación naval más allá de tiro de cañón de la misma”.

Felizmente para la historia de los dos países, cuando arribó la escuadrilla argentina al río Santa Cruz (noviembre de 1878), los navíos chilenos se habían retirado. Inclusive, se dispuso remontar el río hasta el punto llamado Cañadón de los Misioneros, para corroborar su ausencia. Hablando de calles -en este caso barilochenses- integraba la expedición Santiago Albarracín, por entonces subteniente, quien dejó escritas sus apreciaciones sobre esas jornadas de suerte incierta.

Legó el marino: “Divisábamos la pequeña eminencia de la margen derecha, las casillas levantadas por los marinos chilenos que éstos dejaron en pie y en buen estado al alejarse para siempre de aquellos parajes. Algo más lejos se alcanzaba a divisar un toldo habitado por un rionegrino llamado Coronel y por su esposa doña Rosa, india tehuelche, y una numerosa prole de indiecitos. Hacia Beagle Bluff, en las proximidades de la boca del río Chico se divisaba, sobre un banco, el casco del bergantín-goleta Bouchard, perdido allí unos meses antes, y que había conducido ganado vacuno por cuenta de nuestro gobierno para poblar la región”.

Las únicas bajas que registró la Expedición Py, como se la conoce en la jerga marinera, se produjeron cuando una lancha se dio vuelta y cuatro marinos perdieron la vida, ahogados. El 6 de diciembre de 1878, un tratado firmado en Santiago acordó no innovar por 14 meses, con opción a otro año más. Resulta insólito que 143 años después, un gobierno tambaleante como el de Sebastián Piñera, saque a relucir viejas diferencias para aligerar su frente interno.

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