UN RECUERDO PERSONAL

| 25/08/2021

Pil Trafa: “La historia pasa por los que la escribieron”

Pil Trafa: “La historia pasa por los que la escribieron”

El periodismo tiene ese tipo de cosas.

Por algo Gabriel García Márquez lo calificaba como “el mejor oficio del mundo”.

Una noche de marzo de 2003, un cronista foráneo, en un boliche porteño, durante una fiesta post Premios Gardel, se topaba con diferentes artistas que deambulaban entre la fauna nocturna.

El periodista, de repente, estaba frente a Pil Trafa, el líder de la banda emblemática del punk argentino: Los Violadores.

Pil, lejos de ser un rockero cascarrabias, se presentaba como un tipo macanudo, incluso un caballero, que se paraba sin prejuicio frente a un pibe que, grabador en mano, le proponía hacer una entrevista.

De repente, el cantante expresaba: “Mi esposa es peruana, productora de espectáculos… Una vez nos llevó a tocar a Perú, y así nació este romance, hace cinco años; ya llevamos tres de casados… Y en septiembre llegará nuestro primer bebé”.

“Me dolió venir a la Argentina, porque mi mujer se quedó en Lima, trabajando en la infraestructura de un recital. Estamos todo el día en contacto, por teléfono o vía Internet”, decía.

Y seguía: “Nuestro hijo va a nacer acá, y será hincha de Boca, aunque todavía no sé si nena o nene (fue varón)”.

Entonces le pregunté por qué quería que su retoño llegara al mundo en este país. “La Argentina, más allá de todo lo que le podemos criticar, tiene universidades gratis. En Perú, hay dos, nada más, con cien mil postulantes para tres mil vacantes”, contestó.

Y detalló: “Mi esposa aceptó que nuestro hijo nazca aquí. Nos sentimos bien con esto, a pesar de los Menem y toda la carroña que hay por acá”.

Se encontraba muy entusiasmado con el bebé por venir: “Tengo una felicidad absoluta. Nada lo puede empañar. Estoy muy contento, es fantástico”, contaba.

Por otra parte, más allá de los vaivenes internos, hablaba con orgullo de Los Violadores: “Somos un grupo con mucha historia, y lo bueno es que nunca nos fuimos, siempre estamos. Tenemos un lugar en los corazones de muchos pibes que nos siguen”.

Explicaba que el público de la banda, en ese momento, lo formaban “chicos de quince años, ‘ramoneros’, y gente de treinta y pico que se ubica atrás y ya no poguea”.

Apenas tres meses después, lo reencontré en un camarín marplatense; precisamente, junto a su agrupación emblema.

Cuando me vio, recordó aquella conversación noctámbula en Buenos Aires.

Faltaba poco para que saliera a escena.

Elongaba, y se mostraba preocupado porque sentía su voz debilitada por una seguidilla de recitales en ambientes fríos.

Sobre las tablas, sin embargo, se sacudiría y cantaría espantando a los fantasmas de la ronquera climática.

Aquella vez, fui una especie de asistente fallido.

Desde el escenario, me pidió que le alcanzara una toalla de su bolso, y, en la oscuridad, tomé equivocadamente un par de medias anudadas.

Al agarrarlas, sonrió ante el error.

Después del recital, recordó los inicios de Los Violadores en época de dictadura, y marcó una gran diferencia con el punk inglés: “Nosotros no hablábamos de la reina, sino de la represión, de lo que pasaba acá”.

A su vez, resaltó que, tanto tiempo después de haberse originado, el grupo aún destacaba por “la potencia escénica”.

“Todo el mundo tiene derecho a una opinión, a tener una textura, una lírica… Pero la historia pasa por los que la escribieron, y quienes escribieron la historia del punk en la Argentina, y sé que esto suena pedante, fuimos nosotros”, resumió.

En aquella ocasión, me invitó un whisky.

Hace unos días -el viernes 13 de agosto-, murió.

En mi memoria, guardo el brindis de aquella noche lejana.

Descanse en paz.

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