200 AÑOS ATRÁS, LA PRENSA DE BUENOS AIRES CELEBRÓ SU MUERTE

| 17/06/2021

Güemes, el insobornable

Güemes, el insobornable
Güemes, herido en las calles de Salta
Güemes, herido en las calles de Salta

En el norte de las Provincias Unidas, la Revolución de Mayo adquirió el carácter popular que no alcanzó en ningún otro punto de la Argentina actual. Cayó víctima de una emboscada, a la que tendió otro salteño.

Martín Miguel Juan de Mata Güemes Montero de Goyechea y la Corte vino al mundo el 8 de febrero de 1785, en el seno de una familia acomodada. Pero ya durante las Invasiones Inglesas, se jugó el pellejo por un ideal alto. Cuando se produjo la Revolución de Mayo, formó parte del ejército patriota que cruzó armas con el enemigo en Suipacha, con saldo victorioso. Y aunque parezca una contradicción desde una perspectiva de clases, desde 1814 en adelante siguieron a Güemes sus paisanos: el gauchaje pobre de Salta.

Pese a la torpeza de los jefes porteños que enviaban las autoridades de Buenos Aires, los escuadrones gauchos se las arreglaron para evitar que esa zona de las Provincias Unidas quedara en manos realistas. Cuando San Martín reemplazó a Belgrano al frente del Ejército del Norte, recorrió el teatro de operaciones y constató sobre el terreno las atrocidades que los hombres del rey cometían en los pequeños pueblos de los parajes. Supuso y con razón el futuro jefe del Ejército de los Andes, que en esos caseríos perdidos palpitaba el ánimo de revancha.

El 3 de agosto de 1814, los contingentes al mando del salteño obligaron a los realistas a evacuar Salta. Pero inmediatamente “la guerra gaucha” pasó a la ofensiva y meses después, el 14 de abril de 1815, los escuadrones patriotas hicieron morder el polvo de la derrota a los realistas en Puesto del Marqués. Para Güemes, el prestigio que supo ganar en el campo de batalla se materializó en influencia política y al mes siguiente, fue designado gobernador de su provincia por el Cabildo.

Durante su mandato, terminó de enemistarse con los pudientes porque según el mandatario, debían aportar en mayor medida a la guerra contra los maturrangos. Por aquellos tiempos, Buenos Aires quedaba muy lejos de Salta. No solo geográfica, sino también políticamente. Es más, varios oficiales porteños de alto rango e inclusive funcionarios gubernamentales, no sentían el menor aprecio por ese joven audaz y demasiado autónomo.

Al comprender que las provincias del norte tenían que arreglarse solas frente al invasor, Güemes no se amilanó. A diferencia de otros ejércitos, el salteño se conformaba absolutamente por voluntarios. Era la gente, que se armaba con lanzas, boleadoras y herramientas agrícolas. Los fusiles y carabinas eran muy pocos. Los soldados eran “irregulares”, como sostiene la literatura militar clásica.

En una ocasión, un capitán español llegó hasta Güemes con un intento de soborno que intentaba el virrey del Perú. El barbado respondió con tanta firmeza como elegancia: “Yo no tengo más que gauchos honrados y valientes. No son asesinos sino de los tiranos que quieren esclavizarlos. Con éstos únicamente espero a usted, a su ejército y a cuantos mande de España. Convénzanse ustedes de que jamás lograrán seducir no a oficiales, sino ni al más infeliz gaucho. En el magnánimo corazón de estos hombres no tiene acogida el interés, ni otro premio que su libertad [...] al pueblo que quiere ser libre no hay poder humano que lo sujete”.

No obstante esas expresiones, fue un coronel salteño quien conspiró con los sectores descontentos ante los empréstitos que impuso Güemes, el que ocupó Salta el 7 de junio de 1821. Antes de salir de la ciudad, el jefe patriota recibió un balazo y llegó gravemente herido a su campamento, donde, así y todo, dispuso lo que estaba a su alcance para ordenar la novena reconquista de Salta. Cuando diez días después dejó de existir, toda la ciudad marchó al Chamical para asistir a su entierro.

Como contrapartida, en Buenos Aires, la prensa oficial informaba feliz: “Murió el abominable Güemes al huir de la sorpresa que le hicieron los enemigos. ¡Ya tenemos un cacique menos!” No vale la pena ni recordar al miserable que escribió esas líneas. Fue la sangre de “abominables” de esa índole la que nutrió la libertad de América. 200 años después de su caída, su memoria ocupa un justo lugar.

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