DESPUÉS DE CUATRO AÑOS DE INCERTIDUMBRE

| 01/01/2021

Enero, pero de 1869: la cosecha que torció el rumbo de la colonia galesa

Adrián Moyano
Enero, pero de 1869: la cosecha que torció el rumbo de la colonia galesa

Si bien ese primer logro se perdió en su mayoría ante una creciente del río Chubut, se dejó de hablar de posibilidades de traslado hacia Santa Fe. La “tierra negra pelada” sorprendió por su generosidad.

El futuro de la colonia galesa sobre el río Chubut todavía era incierto en 1867 y se pensaba en su traslado a Santa Fe. Pero en enero de 1869, la suerte comenzó a torcerse, aunque las familias de los colonos todavía deberían afrontar duras contingencias. 152 años atrás, los granjeros galeses lograron una espectacular cosecha de trigo que comenzó a hacerles pensar que podían prosperar en aquellos territorios, hasta entonces tan hostiles.
La marea comenzó a cambiar como consecuencia de un gesto casi displicente. “Había entre nosotros un inmigrante llamado Aaron Jenkins, oriundo de Troedyrhiw, Merthyr Tydfil, sur de Gales, el cual había sido desde el principio uno de los que menos fe tuvieron en el país, y deseaba vivamente dejar el lugar e ir a cualquier otro lado”. La trama que rescata El Cordillerano puede leerse en “Crónica de la colonia galesa de la Patagonia”, que escribió un protagonista de los acontecimientos: el reverendo Abraham Matthews. La edición que consultamos fue publicada por Editorial Raigal (Buenos Aires) en 1954.
Ocurre que Jenkins, “como otros, había recibido, después de nuestro progreso en el valle, una cantidad de semillas para sembrar. Pero, como no tenía lo implementos apropiados para arar y no estaba dispuesto a preparar la tierra con pico y pala, resolvió arrojar sus semillas en la tierra negra pelada. Para ello, la rastrilló un poco, aunque sin esperar nada de ella ni de las semillas”, según la observación de Matthews.
Esa desesperanza tornó más significativo el hallazgo. “En noviembre de ese año (1867) el río estaba muy crecido, y estando un día a su orilla frente al terreno que había sembrado, Aaron Jenkins vio que las aguas llegaban casi al borde, y que había cierto declive hacia el terreno que habría labrado y se le ocurrió hacer una zanjita para que el agua corriera al sembrado. Así lo hizo y después de abrir una zanja de unas veinte o treinta yardas vio que el agua corría hacia su trigal y lo cubría en fina capa. Cuando creyó que la tierra había sido suficientemente regada interrumpió el pasaje de agua, y como el tiempo estaba caluroso, al cabo de una semana el trigo cubrió el terreno con sus verdes brotes”.
Es de imaginarse el alborozo entre los galeses. “Unas siete semanas más tarde le dio agua por segunda vez y para fines de febrero el trigo estaba hermoso y abundante. Cortado, atado y trillado representó varias bolsas del grano más hermoso jamás visto en parte alguna”, resaltó el reverendo en su narración. “Antes de esto se creía que la tierra negra, pelada, no tenía valor alguno, puesto que nada crecía en ella de por sí, sino saber que las semillas que tuviera no podían brotar por la extrema sequedad”.

Cambio de ánimo

Sin embargo, “hay en esta tierra semillas de varias clases de hierba que con solo recibir agua, germinan y crecen en abundante cosecha”. El éxito del experimento cambió el ánimo de la colonia. “Había en el valle, en las mismas chacras ya ocupadas, unos cuantos miles de acres de esta tierra y, realizado este ensayo, se resolvió repetirlo y regar esta tierra, antes de ceder y abandonar la región. Se mandó informe de ello al Gobierno y el doctor (Guillermo) Rawson consintió en extender la ayuda necesaria para realizar este nuevo ensayo”.
Por entonces, todavía gobernaba en la Argentina Bartolomé Mitre y el médico era su ministro del Interior. En ese carácter, en mayo de 1868, “envió semillas, alimentos y vacas, de modo que todos estaban animados y dispuestos a sembrar para el año siguiente”, resalta el texto de Matthews. “Como en este año se sembraba en la tierra negra, pelada, no era menester tanto trabajo y tiempo, ya que bastaba arrojar las semillas, rastrear (rastillar) la tierra y después abrir pequeñas zanjas para regarla cuando se elevara el nivel del río”.
Con optimismo, “algunos sembraron, según creían entonces en gran escala, y todos sembraron en cierta cantidad. El río subió oportunamente, de modo que todos obtuvieron agua para sus trigales que presentaban aspecto inmejorable en todas las direcciones. Las cosechas llegaron a la madurez temprano, en enero de 1869, ya que se había sembrado tempranamente. Cuando todos habían segado su trigo y la mayoría lo había empezado a juntar en haces, y algunos pocos habían comenzado a apilarlo en parvas, comenzó a llover, y siguió lloviendo durante unos nueve días”. La sucesión de aguaceros traería penosas consecuencias (ver aparte) pero los resultados de aquel gesto casi displicente de Jenkins, incidirían decisivamente en la historia de la región.

Adrián Moyano

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