04/11/2019

El odio

En 1955 la revolución libertadora, previo a campañas de odio muy definidas, lograba que una parte de nuestro país festejara el derrocamiento de un gobierno elegido por el pueblo, junto con leyendas de viva el cáncer, y bombardeos en la Plaza de Mayo con 308 víctimas fatales y 600 heridas, todas civiles. A ello se suman luego cientos de militares y civiles muertos, tanto en acciones de defensa al Estado, como en posteriores fusilamientos. Estas acciones, deberían de ser enseñadas una y otra vez a nuestros niños y jóvenes, como resguardo moral de lo que no se debe hacer nunca con un gobierno elegido democráticamente.

Luego, y cuando salíamos en 1983 de aquello que nos fuimos enterando de a poco fuera un genocidio, y más allá de los autores intelectuales y materiales, nada podía predecir que 36 años después, en 2019, tendríamos una parte de nuestra población empoderada de la palabra y hasta la acción del odio, y en reconocimientos tan brutales como en todos los medios electrónicos o en debates familiares o de amigos.

El odio, como definición, es un sentimiento profundo e intenso de repulsa hacia alguien que provoca el deseo de producirle un daño o que le ocurra alguna desgracia.

El odio hacia los otros fue usado en todas las épocas de la historia humana, en muchos casos para exterminar sin miramiento alguno a generaciones enteras de seres humanos, sin que ello le provoque remordimiento al odiador.

El odio es difícil de incorporar, lleva tiempo y acciones para convencer al sujeto elegido, pero luego es más difícil de sacar, es como una marca a fuego. Se odia hereditariamente, mi abuelo odiaba a tal, mi padre y ahora yo.

En nuestro país, desgraciadamente, la estrategia política del odio ha servido estos últimos años para despertar una grieta (nunca cerrada por otra parte), para que los partidos en pugna por el poder usasen los métodos más sofisticados y modernos para confrontar con mensajes de odio, más que con ideas y proyectos.

Es así que se invierten fortunas en trolls, fake news, medios de prensa, periodistas, y hasta recibiendo el apoyo de gobiernos extranjeros, para mantener candente el odio hacia el otro.

Como no ser de Boca, si cuando nací me hicieron de Boca, como no ser radical, peronista, socialista, comunista, si mi familia lo era, como no odiar a tal, si es lo que aprendí…

Para salir del odio debemos enfrentarnos con nuestras propias mentiras y contradicciones. Es doloroso, es incómodo, pero propongo intentarlo antes que el odio se coma lo bueno de cada uno y nos deje vacíos, evitando entonces un proyecto de sociedad que merced a ese odio, nunca podemos llevar a cabo. Finalmente, también debemos saber que nuestros odios también generan grandes ganancias, no solo económicas, sino de poder, en quienes lo provocan o lo promueven.

Jorge L. Fernández Avello
DNI: 12.862.056

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