ESCENAS EXISTENCIALES

| 03/07/2019

Gesto

Convencidas del inminente amanecer, las turbas caminan en fila hacia las fincas. Son las cinco. Los espera un día de ardua labor, pero es tiempo de cosecha, y cosechar -sus ánimas lo saben- enarbola la flameante brisa de sus miradas.

Cómo no soltar amarras, descuidar la etiqueta, dejar el tablero cuadriculado de las formas y los boletines oficiales. ¡Cómo no recrudecer con ignominias las bárbaras constelaciones de teclas cliqueantes y resumir en vapores la siempre enfermiza cadencia del látigo que exige peines, badenes y posturas!

Los policías creen en las marcas de la ruta y su taxatividad efectiva al punto de usar gafas milimetradas que condenan a los pájaros sin público. Por eso, ahogan sus tímpanos con recalentados cafés de madrugada, cuando los labradores marchan y las plumas escriben cadencias de derroteros imprevistos.

Los primeros contratan meteorólogos, geógrafos, ornitólogos. Quieren prever la poesía, alumbrar lo no-dicho, pintar picassos en sus computadoras. Aprietan la masa y la húmeda eroticidad se les escapa entre los dedos.

Los obreros y los poetas, en cambio, cantan y desafinan a gusto. Lloran. Gritan y molestan. Buscan el error que agriete la gomina. Y no temen soltar todas sus plumas y verlas danzar, improductivas y volubles al ras del piso con tal que algún alfil cambie el color de sus desgraciadas diagonales por una verde letanía ascendente con orgasmos de artificio sin escalas hacia el cenit infinito que lo nombre.

*El escritor barilochense comparte aquí los textos que componen su serie "Escenas existenciales". Los cuadros en prosa poética invitan al lector a subirse a un vuelo al borde del lenguaje, para entrever las contradicciones y vestigios palpitantes de lo específicamente humano.

 

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