09/06/2019

Organizar la avalancha informativa

Si se considera que acceder a la información es un derecho, se supone que mantenerse informado es un valor en sí mismo. Ahora bien, ¿qué se entiende por información? ¿Existe una relación armoniosa y proporcionada entre la cantidad de contenidos informativos que se emiten y la que podemos procesar? ¿No habían dicho que la sobreabundancia de información es quizá más eficaz que la censura?

Pareciera que todo el mundo tiene necesidad de comunicar. Tómese el trabajo el lector de transitar un día por las zonas más cotizadas de la Avenida Bustillo y se cansará de contar carteles que promocionan diversas ofertas turísticas, gastronómicas o inmobiliarias, entre otras. La saturación es considerable, aunque esa congestión sea bastante menos molesta que recibir llamadas en plenas vacaciones de verano o al caer la tarde de un día laboral, para que una sufrida empleada en telemarketing nos ofrezca algún producto financiero o informático, oferta la mayoría de las veces incomprensible.

Tomar la decisión de pasar unos minutos frente a la televisión para seguir las alternativas de un programa informativo puede resultar factor de estrés. No tanto por el tenor de las informaciones, sino porque a la acción central que da a conocer el relato del conductor o conductora, hay que sumarle las líneas que transcurren velozmente al pie de la pantalla. Al mismo tiempo, aparecen la temperatura y las direcciones en Internet o en las redes sociales del espacio en cuestión. En ocasiones, se parte la pantalla en dos para difundir imágenes de archivo mientras en el piso, la cámara se fija en la transmisión en vivo. ¿No son demasiados los focos?

Además de los medios tradicionales, hay que contabilizar el tiempo que la gente consagra a mantenerse actualizado en las redes sociales, recursos que, más allá de los usos entre familiares o amistades –tanto reales como virtuales-, también funcionan como nuevos canales de emisión y recepción de informaciones, a veces de manera más rápida y efectiva que la televisión o la radio. Ahora bien, las informaciones o contenidos que ponen a circular los emisores, ¿son importantes para los destinatarios?

La primera distinción que parece necesario plantear en relación a la función de la información son los conceptos de cantidad y calidad. Está claro que el rápido desarrollo técnico de los medios de comunicación ofrece un auténtico bombardeo informativo. Pero resulta obvio que, de esas andanadas, muy pocas se traducen en conocimiento y contribuyen a la mejoría ciudadana. En Bariloche, los dos sistemas de televisión por cable ofrecen alrededor de 90 canales y el satelital que aquí opera, centenares. No obstante, creemos no equivocarnos si decimos que demasiado a menudo, “no hay nada para ver” y el televidente medio termina por consumir un producto cinematográfico o televisivo que, a priori, no buscaba.

Si la memoria no nos falla, esta ciudad se conectó a Internet en 1997. Al igual que en el resto del planeta, los agoreros que nunca faltan anunciaron que, con la llegada de las nuevas tecnologías, caducarían formatos como la radio, la televisión o los diarios impresos. Unos cuantos años después, no sucedió nada de eso, aunque es verdad que Internet tiene una importancia decisiva en la organización de los espacios públicos.

La digitalización permitió que el intercambio de información adquiriera una velocidad nunca experimentada, pero también la profundización de sus aspectos más banales. Pareciera que los receptores de los mensajes estamos inermes frente al desafío de administrar la cantidad de información y la discusión sobre qué rol debe desempeñar el Estado frente a tamaña explosión, atrasa una década.

El desafío consiste en ver de qué manera el torrente informativo adquiere calidad, para apuntalar la tarea educativa, la capacidad de conocer e, incluso, la posibilidad de llegar más lejos. En consecuencia, la alteridad (la relación con otros) requiere que las relaciones se tornen armoniosas. La noción de interacción no se da si uno de los términos de la relación se limita a recibir de manera pasiva y sobre todo, a-crítica.

Las industrias de la cultura y la comunicación no pierden tiempo a la hora de aprovechar los nuevos recursos técnicos. Nunca se escuchó e intercambió tanta música o se vieron tantas películas como en nuestros tiempos. Qué consecuencias tendrá la abundancia informativa todavía no se sabe... A los fines discursivos, imaginemos dos extremos: un joven que sea capaz de prepararse y usufructuar tantos recursos a favor de su formación y actualización o por el contrario, al mismo individuo rehén de un modo de vida enclaustrado y alienante. Claro que siempre habrá muchos grises... Desde la perspectiva política, Internet y la sobreabundancia de información deberían alimentar nuevas formas de ejercer ciudadanía. Podríamos empezar por administrar nosotros mismos la avalancha informativa.

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