27/05/2019

Transformando nuestro pasado

Transformando nuestro pasado

Los seres humanos tenemos la capacidad de recordar. A diferencia de los animales, nosotros podemos archivar los recuerdos en la mente y otorgarles un significado o un valor. Hoy se sabe desde la neurobiología que comenzamos a tener recuerdos a partir de los tres años. Y ese archivo conforma nuestra identidad: el relato propio que nos dice quiénes somos.

Todos, ya sea que lo deseemos o no, conservamos recuerdos. Pero por lo general, al traer un recuerdo al momento presente a través de la voluntad, no lo hacemos fielmente. Es decir, tal y como ocurrió el hecho que generó dicho recuerdo. ¿Qué hacemos entonces? Lo editamos, al igual que se hace con una noticia, quitando y/o agregando detalles.

Esto es así porque, a medida que pasa el tiempo, la emocionalidad de los recuerdos va desapareciendo. Esto nos brinda la posibilidad de recordar lo que sucedió, sea bueno o malo, pero sin demasiada carga emotiva. Por ejemplo, cuando volvemos de grandes a un determinado lugar donde estuvimos de chicos, casi siempre lo encontramos más pequeño de lo que era porque solemos fijar los recuerdos según nuestra proporción.

Todos nuestros recuerdos son editados, pues sufren alguna modificación con el transcurso del tiempo y debido a los cambios que se producen en nosotros. Por eso, no debería sorprendernos que dos personas relaten un acontecimiento de forma distinta. No es que mientan sino que cada uno recuerda “a su manera” y le quita o le agrega información, según su propia percepción.

Los recuerdos son la confirmación de que hemos vivido y atravesado diversas experiencias. Son una especie de registro de nuestra vida que queda adherido a la memoria. ¿Por qué? Por el impacto emocional que tienen sobre nosotros. La emoción vendría a ser el pegamento que graba cada recuerdo en la mente de una persona. Por ejemplo, si yo experimenté una gran alegría el día de mi casamiento, esa alegría va a hacer que queden en mi mente los pormenores de ese acontecimiento.

Y cuanto más intensa es la emoción, más fijo queda el recuerdo en la memoria. Esto se ve claramente en vivencias negativas como un hecho de inseguridad, un accidente, una discusión fuerte. Lo mismo pasa con esos momentos en nuestra vida que se vuelven “inolvidables” y atesoramos especialmente: el primer beso, el nacimiento de un hijo, una graduación. Las emociones que sentimos nos conducen a conservar esos recuerdos y traerlos al presente a menudo a voluntad.

¿Sabías que tus sueños son una mezcla de todos tus recuerdos? Por esa razón, a veces, parecen no tener mucho sentido. Pero todos sin excepción traemos al presente recuerdos de nuestro pasado según el estado emocional en el que nos encontramos hoy. Si estoy contento, recurriré a recuerdos agradables. Si estoy triste, escogeré recuerdos desagradables.

Para concluir, está comprobado que en un estado de contentamiento, los recuerdos tristes que todos tenemos pierden su fuerza. Por eso procuremos siempre, aun en medio de las dificultades, encontrar algún motivo para agradecer y elegir ser felices.

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