17/06/2018

EMOCIONES ENCONTRADAS: Pinturas en la piedra

EMOCIONES ENCONTRADAS: Pinturas en la piedra

El aire de la mañana estaba helado, el cielo plomizo, esperando que las nubes se pongan de acuerdo para comenzar a soltar el agua tan necesaria para la sedienta tierra de la meseta, que ondula sensual, quieta, misteriosa. A un costado de la ruta, se elevan algunas lomas, coronadas de piedras.

Emiliano descendió del vehículo y nos guió. Cortando por el campo, comenzamos a caminar hacia una de ellas. El hombre conocía cada recoveco del lugar; las alturas de “la mesada”, sus habitantes y misterios, también en los alrededores y sus poblados: Sierra Paileman, Los Berros, La Ventana, Cona Niyeu y otros parajes.

En la humildad de su casa, la noche anterior, nos contó de algunos secretos de esa geografía aparentemente quieta y callada. Anchimayen, el guanaco negro, algún renú y tantas otras cosas fueron brotando de la boca de aquel lugareño de hablar pausado, dejando que cada palabra cumpla su cometido; escuchando y, tras un silencio, que elabora la respuesta, dejarla salir. De padres y abuelos Wüilliches, sobrevivientes de la conquista e “invitados” a marchar al desierto, a esos pedreros misteriosos. Al escuchar sus relatos, sentí que la historia saltaba de los libros hacia mí viva y doliente. Y me abrazaba.

“Una vuelta, de pibe, me quedé mirando, entre las jarillas, la huella que dejó una piedra que caminaba (ese mito tan conocido por la zona), vi el rastro y la encontré debajo de una mata, no la toqué y no me pasó nada. Un tiempo después, mi papá me dijo que yo no debía seguir nada que se arrastre, que siempre tenía que mirar la luz”.

Desgranó sus relatos mientras, como quien muestra un tesoro, nos dejó ver puntas de flecha y algunas piedras trabajadas, para utilizarse en forma de herramientas, especies de punzones para agujerear cueros. También contó de las pinturas grabadas en las piedras de una cueva en un campo cercano. Allí nos dirigíamos. “Miren aquel guanaco cómo nos vigila”, comentó Emiliano en un momento. Tuve que hacer un esfuerzo para distinguir a lo lejos, en lo alto de una loma vecina, la figura del animal recortada contra el cielo. La vista tan acostumbrada a ese paisaje le permite a esta gente advertir cualquier alteración y detectar el mínimo movimiento.

En la parte alta, las matas y arbustos dan paso a piedras bayas y sus caprichosas formas, moldeadas por las aguas y los vientos a través de los siglos. Entramos en una gruta de dimensiones importantes. En las paredes, se encuentran diferentes tipos de grabados que los puelches, que habitaron esta zona hoy desierta, pintaron allí. Algunos círculos de color rojo, guardas y líneas, un dibujo de lo que parece ser el horizonte que desde allí se ve.

Misterios. Me invadió la sensación de ingresar a un templo, la percepción de estar con alguien de otro tiempo a mi lado y yo parado sobre sus huellas. Al voltear a mirar el campo que desciende y se va a lo lejos, me pareció ver la silueta de aquel hombre, que iba tras el guanaco o el choique en busca del alimento, cazador, recolector, dejando a su familia en el toldo. Como el hombre de este tiempo, que sale a cazar su sustento llevando por armas su esfuerzo y su salario, a diferencia de aquel que portaba lanzas y flechas. Los dos habrían vuelto cansados, con éxitos y fracasos sobre sus hombros, a la calma del nido. En el cielo, un ñanco planeaba en círculos, quizás custodiando nuestra presencia mientras, desde el jarillal, una calandria soltaba su trino al aire, endulzándonos la mañana.

Porqué no imaginar el día que descubra ese lugar el mercado y señalice en la ruta esas piedras, imprima folletos y hasta levante algún puesto de venta de souvenirs, creando un atractivo turístico alejado de la contemplación y el recogimiento al estar frente a algo tan conmovedor que nos conecta con otros tiempos. Me quedo con la sensación de este peregrinar a un lugar al que se llega casi en puntas de pie, preguntando y atravesando el campo guiado por gente de la tierra.

Iniciando el regreso, ya en el vehículo, di una última mirada a aquellas piedras en lo alto de la sierra, con los grabados en su vientre. La visita a ese lugar conmovió mi alma, como quizás algo conmovió al hombre de aquel tiempo y quiso dejar en la piedra un mensaje para todos los tiempos.

Te puede interesar
Ultimas noticias