02/05/2017

El lago se dejó navegar por piraguas y “wampos”

- SIGLOS ANTES QUE LA “MODESTA VICTORIA” -  Entre las crónicas que dejaron algunos jesuitas y los hallazgos arqueológicos, puede darse por sentado el carácter navegante y canoero de los primeros habitantes del Nahuel Huapi, junto al resto de la zona lacustre.

El lago se dejó navegar por piraguas y “wampos”
Canoas de un palo, en el museo de sitio de la Isla Victoria.
Canoas de un palo, en el museo de sitio de la Isla Victoria.

A mediados del siglo XVII, Diego de Rosales incluyó en su “Historia general del Reyno de Chile” varios párrafos reveladores sobre el pasado remoto de la región que desde 1902 cobija a San Carlos de Bariloche. El jesuita anotó que “la famosa laguna” del Nahuel Huapi contenía “en su ámbito muchas islas habitadas de indios rebeldes”. Se refería a los que llamó puelches, cuyo carácter isleño debió significar que necesariamente, fueran navegantes.

Por su parte, investigaciones arqueológicas encontraron actividad humana en la isla Victoria a la que dataron en dos mil años antes del presente, a través de fechados con radiocarbono. Quiere decir que las aguas del lago ya se dejaban navegar por desafiantes embarcaciones cuando Roma todavía no podía conquistar a la provincia que después llamó Hispania. Coherentemente, desde 1978 hasta 2000 se encontraron varias canoas monóxilas o de “un palo” en nuestras playas.

Los hallazgos no sólo se produjeron aquí, sino también en los lagos Verde y Lácar. En la primera de las ocasiones, un equipo que encabezaron un arqueólogo y un buzo rescató un “wampo” en el área de Playa Bonita, a unos 7 kilómetros del centro. Según el investigador Jorge Fernández, su hallazgo fue objeto de severas críticas por parte de “los especialistas, ya que por la época a que nos referimos no existían evidencias de que en la región lacustre del Noroeste de Patagonia hubiesen habitado pueblos prehistóricos o protohistóricos navegantes”.

Indirectamente, la aseveración de Jorge Fernández demuestra los límites que hasta no hace mucho cercaban el conocimiento sobre los puelches del Nahuel Huapi y su indubitable relación con las parcialidades mapuches del occidente cordillerano. El “wampo” de Playa Bonita se construyó a partir de un coihue, con algo menos de 5 metros de eslora. Uno mayor se ubicó en el lago Correntoso gracias a la faena del mismo investigador, con una longitud de 6,5 metros.

Fernández continuó con sus investigaciones hasta 2000, por entonces contabilizaba los hallazgos documentados de 15 embarcaciones antiguas, aunque tenía noticias de otras cinco. “Tanto cuantitativa como cualitativamente el tamaño y calidad de la muestra parecen suficientes como para convencernos de que no enfrentamos una circunstancia casual, sino que nos hallamos ante la comprobación -a través de sus restos arqueológicos- de un arte de navegar aborigen, indudablemente primitivo y antiguo”, concluía Fernández.

Hasta los aserraderos

Para el investigador, la construcción de “canoas de palo” recién se debió abandonar cuando se instalaron los primeros establecimientos madereros en las costas del Nahuel Huapi, hacia 1890. Más recientemente, las antropólogas Romina Braicovich y Soledad Caracotche coincidieron en afirmar que entre los registros arqueológicos indirectos, las crónicas que dejaron los españoles desde 1620 en adelante y los hallazgos de canoas de palo, se puede concluir la condición navegante de los puelches y sus antepasados.

Las investigadoras dan por sentado en sus trabajos que deben existir más “wampos” semienterrados en las orillas de los lagos o bien al abrigo de las espesuras boscosas. En sus especulaciones, les llama la atención que los testimonios de los jesuitas que quisieron misionar en estas latitudes se refirieran más a las dalcas y a las canoas de corteza que a las de palo, cuando el registro arqueológico marcha en sentido contrario.

Suponen que esa discordancia puede deberse a que los “wampos” no se utilizaran ampliamente en los momentos en que se produjeron las visitas religiosas o bien, a que los sacerdotes no concedieran importancia a describir los medios de navegación. Hay que recordar que la presencia de los jesuitas en el Nahuel Huapi fue discontinua y que se estiró por un lapso de apenas 50 años.

“Podemos pensar, por ejemplo, que si la dalca permitía ser desarmada y ser porteada en los caminos de tierra, es presumible creer que sería la embarcación elegida para realizar viajes más largos, antes que una canoa monóxila. Esto se puede plantear si se cree que dalca y canoa monóxila existieron en la misma época”, conjeturan Braicovich y Caracotche. El aporte de Rosales refuerza esa hipótesis (ver recuadro). Pero queda sin dudas, al carácter canoero y navegante de quienes nos antecedieron hace siglos por las islas y playas del Nahuel Huapi.

Hasta 10 remeros

El sacerdote Diego de Rosales llamó piragua a una de las embarcaciones de las que se valieron los habitantes ancestrales del lago. Era la de uso corriente en el área de Chiloé y según su minuciosa descripción, se confeccionaba con tres tablas que se cosían después de cortar tres tablones de largo variable. La proa y la popa se lograban a través de la utilización del fuego y unas estacas, al igual que la quilla.

Después de un proceso que hoy resultaría trabajoso, aquellos navegantes lograban “un barco largo y angosto”, al que inclusive se calafateaba con materias primas que otorgaba el bosque. Podían transportar hasta 200 quintales de carga (9.200 kilos) con un timonel y entre ocho y diez remeros e inclusive, valerse de una vela cuando la tripulación advertía viento favorable. Textualmente, Rosales anotó: “de estas piraguas usan también los indios Pegüenches, que habitan junto a la famosa laguna de Naguelguapi y otros que confinan con Chiloé”.

Los “pewenche” son los mapuches que identifican al pehuén o araucaria como “newen” (fuerza o energía) preponderante en su espacio territorial. Al menos en la actualidad, el pehuén sólo está presente en San Carlos de Bariloche o Villa La Angostura como árbol ornamental que se plantó adrede, ya que su área de dispersión natural se extiende al Norte de la “famosa laguna”, en las cuencas de los ríos Agrio y Aluminé. De la aseveración del jesuita puede inferirse que confundió a dos parcialidades mapuches diferentes o bien, que al menos en una parte del ciclo natural, los “pewenche” que usualmente residían más al Norte bajaban hasta las orillas del Nahuel Huapi para cultivar la tierra, recolectar sus frutos o cazar.

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