ADA MARÍA ELFLEIN PASÓ POR LA LOCALIDAD EN 1916

| 27/10/2023

Pilcaniyeu, “triste” pero “centro comercial y ganadero de importancia”

Pilcaniyeu, “triste” pero “centro comercial y ganadero de importancia”
La estancia Pilcanieu (sic), unos 20 años después del viaje de Ada María. Foto: Bruno Salomón en Archivo Visual Patagónico.
La estancia Pilcanieu (sic), unos 20 años después del viaje de Ada María. Foto: Bruno Salomón en Archivo Visual Patagónico.

Después de iniciar el retorno desde Bariloche hacia Buenos Aires con Neuquén como destino inicial, la viajera y cronista describió tramos de la actual Línea Sur con particular agudeza.

Para el verano de 1916, Pilcaniyeu probablemente experimentara más movimiento vehicular que en la actualidad. Por entonces, la localidad de la Línea Sur funcionaba como encrucijada para los caminos que vinculaban a Bariloche con Neuquén y también recibía tráfico desde Esquel y el Valle del Chubut. Dejó constancia de esa efervescencia Ada María Elflein, quien, después de conocer el Nahuel Huapi, inició su regreso hacia Buenos Aires a bordo de un Mercedes que describimos una semana atrás en El Cordillerano.

La unidad había partido desde aquí bien temprano y “a mediodía llegamos al pueblo de Pilcaniyen (sic) empalme de las líneas de automóviles entre Neuquén, Bariloche, 16 de Octubre (Esquel) y Chubut”, puntualizó la periodista, que se convirtió en pionera como viajera cronista. “Está asentado en el fondo de un valle rodeado de tétricas sierras rojas, erizadas de matas y de pasto duro y dispuestas en anfiteatro”.

Ada María encontró familiares esas fisonomías porque “a trechos nos recuerdan las desoladas montañas que limitan los páramos de Jujuy y Bolivia”. La arquitectura que a comienzos del siglo pasado caracterizaba a Bariloche, dejaba de advertirse. “Ya no vemos aquí las graciosas construcciones de madera de la frontera chilena. Todos los edificios son de adobe enlucido; y no hay nada más triste que el blanco crudo de la cal contra ese cielo de desierto, azul y duro como una cúpula de cobalto”, opinó la escritora.

Sin embargo, concedió que “Pilcaniyen, a pesar de esa nota de tristeza, es un centro comercial y ganadero de importancia. Se halla en el radio de la compañía de Tierras del Sur Limitada, poderosa sociedad inglesa, dueña de leguas y leguas de campo aquí donde los pobladores indígenas no poseen ni un metro de tierra”, cuestionó. “El tráfico de pasajeros que van y vienen en los automóviles, constituye otro elemento de vida”.

En efecto, “mientras almorzábamos, llegó el coche del Chubut con numerosos viajeros”. Interpretamos que la capitalina no se refería genéricamente a la vecina provincia, sino a las poblaciones sitas en el valle del río Chubut, porque consignó que “los que seguían para Bariloche o 16 de Octubre (denominación primera de Esquel) debían esperar en Pilcaniyen la combinación”. En tanto, “los que se dirigían a Neuquén partieron una hora después en el mismo coche en que habían llegado”.

Después de la pausa, Ada María, sus compañeras y compañeros continuaron hacia Comallo. “Durante toda aquella tarde atravesamos serrijones, mesetas y quebradas. Hallábamos un extraño encanto en los pequeños valles desiertos, encajonados y calientes, entre cerros rojos que parecen amontonamientos artificiales de piedras sueltas, de todo tamaño y forma, dispuestas de manera absolutamente distinta de sierra en sierra y que chispeaban al sol como trozos de vidrio. Salíamos de uno de esos laberintos y cruzábamos médanos y mallines. Aquí y allá veíamos casas de comercio; algún rancho miserable; construcciones de adobe con muros sin vanos, como fortalezas: un alfalfar color esmeralda en el marco gris del arenal y sobre el que revoloteaban millares de gorriones”. Notable fresco de la zona, cuando todavía no conocía al ferrocarril.

Un rato después, “antes de llegar a Cumallo (sic) atravesó la máquina (el automóvil) un vasto juncal completamente liso donde se lanzó a toda velocidad por la huella recta, sintiendo al parecer, como nosotros, el acicate del vértigo”, celebró la viajera. En ese tramo, “cruzamos varias veces un río de curso tortuoso, de barrancas altas, escarpadas y arenosas. Sobre el caudal del río hállase en construcción un puente”.

La cronista celebró con entusiasmo el avance de la infraestructura. “Nosotros en la capital, poco nos cuidamos de semejantes cosas: el lector de diarios que tropiece con la noticia de la inauguración de un puente sobre el río Cumallo, buscará quizá un instante en su memoria ese nombre geográfico y si no da con él, pasará con indiferencia al próximo artículo. ¡Un puente cualquiera sobre un arroyo cualquiera en la inmensidad del territorio argentino!”

Con razón, reflexionó Ada María: “Poco sabe el lector de lo que significa semejante obra para el poblador de la remota región: paso seguro en toda época del año por un curso de agua molesto siempre, infranqueable a menudo; ahorro de tiempo y de dinero, eliminación de inconvenientes y peligros; un progreso de imponderable valor para arrancar de su aislamiento a núcleos de población esparcidos por nuestro suelo”. Qué diría la empecinada viajera si supiera que 108 años después de su viaje, la Ruta Nacional 23 todavía no termina de asfaltarse.

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