¿UN DEMONIO QUE DABA AVISOS CUANDO ALGUIEN CRUZABA?

| 30/01/2022

Mitos y desaciertos sobre el monte Tronador y su nombre

Mitos y desaciertos sobre el monte Tronador y su nombre
Alturas del Tronador. Foto: Secretaría de Turismo de Bariloche.
Alturas del Tronador. Foto: Secretaría de Turismo de Bariloche.

La elevación fue noticia en los últimos días, al congregar gran y desprolija afluencia turística. Las primeras menciones a su existencia en crónicas escritas datan de comienzos del siglo XVIII.

En los días despejados pueden observarse sus picos nevados cuando inclusive, faltan más de 100 kilómetros para arribar a Bariloche, si se proviene de Neuquén. También es digno de admiración a simple vista, cuando se recorre la ruta 5 en Chile, en inmediaciones de Osorno. En los últimos días fue noticia a raíz de la aglomeración de turistas que saturó su camino de acceso e inclusive, hizo caso omiso a los horarios de ascenso y descenso. Se trata de un cerro de tanta magnificencia como historia.

El Tronador mide 3554 metros de altura y, desde la perspectiva de los conquistadores, el primero que dejó referencias escritas sobre su existencia y nombre fue el sacerdote Miguel de Olivares, según el racconto que elaboró para su “Toponimia del Parque Nacional Nahuel Huapi” Juan Martín Biedma (Editorial Caleuche-2004). El religioso, de la orden jesuita, escribió su aporte entre 1736 y 1738.

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Según la cita del investigador argentino, el chillanejo –había nacido en Chillán (Chile) en 1672– escribió: “De los muchos volcanes que tiene esta cordillera está uno a la vista del Nahuel Huapi llamado Anon por los indios, en un cerro que descuella sobre los demás, siempre está cubierto de nieve. Este volcán se tiene observado que siempre que pasaba alguno por aquella cordillera a la vista del cerro despedía de sí tal fragor como un trueno muy recio, de suerte que los puelches lo tenían por señal de que iba o venía gente; pues se percibía de partes distintas”.

Por parte de El Cordillerano, debemos aclarar que corregimos la ortografía antigua de Olivares para facilitar la lectura. En las líneas siguientes de su descripción, añadió que “el padre Felipe (por Van der Meeren o Laguna) y el Guillelmo que pasaron hartas veces por el camino confesaban que siempre lo habían oído. Yo pasé una vez y confieso que tronó dos veces. Y estando el día claro y sereno, aunque ya con la noticia no hizo novedad a ninguno de los compañeros”.

De origen flamenco, Laguna fue el encargado por su orden de reestablecer el proyecto de misión a orillas del lago, después de la muerte de Nicolás Mascardi, en 1673. Hizo varios viajes desde Valdivia hacia el Nahuel Huapi y desde aquí hacia Chiloé, con actuación en la zona en los últimos años del siglo XVII y primeros del XVIII. Después, se sumó al trabajo su colega, oriundo de Cerdeña, quien continuó con la misión hasta su fallecimiento, en 1716.

Por las pretendidas advertencias, interpretaron Olivares y sus antecesores que “en aquel volcán había algún demonio que con aquella demostración daba señal de su asistencia o que con pacto de los indios estaba allí para que les avisase cuando iba gente a sus tierras para prevenirse y si recelaban guerra, huir. Mas los padres le mandaban en nombre de Cristo salir de la montaña y que jamás inquietase a los pasajeros”.

Olivares dejó esas observaciones en “Historia de la Compañía de Jesús en Chile”. Cuando su orden recibió la orden de expulsión por parte de la corona española, prestaba servicios en Concepción y San José de Mocha. Al acatarla, se dirigió a Italia, donde dejó de existir en la localidad de Imola, en 1786, aunque no hay acuerdo entre los historiadores al respecto. También existen quienes adjudican a otros autores su libro.

Según el relato de Biedma, Ramón Lista consideró que “anon” significa “quirquincho” en “lengua tehuelche”, aunque admitió no saber “qué relación pueda tener este animal con el nevado”. En idioma mapuche, anün equivale, entre otros significados, a “echar raíces” o “quedar firme”, conceptos que parecen más apropiado a las impresiones que derivan de observar el Tronador. O inclusive, a sus nieves eternas.

Para complicar más las cosas, otro asiduo visitante del Tronador en tiempos hispánicos aportó otra denominación. En efecto, Francisco Menéndez integró varias expediciones que unieron Castro (Chiloé) con el Nahuel Huapi a partir de 1791. Según las constataciones de Biedma, el franciscano “nos da para este cerro otro misterioso nombre indígena: Vanquenmay”. En su reconstrucción, “recibió las señas de Vanquenmay, de un anciano casi ciego de Calbuco, que en su juventud había recorrido el camino a la misión de Nahuel Huapi, en tiempos del padre Guillelmo”, es decir, casi 70 años antes, como mínimo.

Francisco Fonck, editor y comentarista de los diarios de Menéndez a fines del siglo XX, pone en duda que el enigmático Vanquenmay fuera el Tronador, porque el sacerdote anotó que formaba parte del mismo cordón que el volcán Calbuco, evidentemente un desacierto. En el largo plazo, prevaleció la denominación que en realidad, hace referencia a los quejidos de sus ventisqueros y glaciares, al moverse.

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