23/01/2022

Un cumpleaños de sueños cumplidos en la Casita del Gutiérrez

Un cumpleaños de sueños cumplidos en la Casita del Gutiérrez

En 1930 se construyó la histórica Casita Rosada en el Gutiérrez, esa que atrae la atención de quienes pasan por Ruta 40, sobre la mano izquierda en la pendiente de la montaña.

María Verónica Bazán es bisnieta de Francisco y Clotilde y nieta de Julio Eduardo Felley. Siempre soñó con realizar la fiesta de su cumpleaños número 50 en esa hermosa vivienda.

Ella actualmente vive en Córdoba, pero pudo cumplir su anhelo y la fiesta, aunque muy íntima, fue entre esas paredes que le quedaron grabadas en el corazón desde pequeña.

La cumpleañera junto a su mamá, Cristina Felley

 

Un poco de historia

La familia Felley tuvo sus orígenes en la zona del Cantón de Valais, en Suiza. En 1895, María Goye y algunos de sus hijos (Julio, Enrique, Josefina y Celina) se embarcaron rumbo a Talcahuano en Chile, cruzando primero por el estrecho de Magallanes. Toda la travesía, María la hizo sin su marido, porque había enviudado, llegando luego de algunos años a la zona del lago Moreno, donde vivía su hermano, Félix Goye, junto con quien fue dando vida a la actual Colonia Suiza.

Primero, les dieron un predio en la zona de la hostería Las Cartas, pero como la familia se iba ampliando, pidieron al Gobierno otro lote en la costa del lago Gutiérrez. En ese entonces, la Nación otorgaba terrenos a los extranjeros que mostraban su intención de trabajar la tierra.

Ese lote abarcaba desde la costa hasta el filo del cerro Meta, allí sembraron trigo, papas, avena y zapallos. Asimismo, contaban con cabezas de ganado y ordeñaban las vacas para hacer los quesos.

Más allá de todas las actividades que llevaban adelante, lo que más rédito les daba era el aserradero. Francisco Felley se casó en 1918 con Clotilde Cretton, que era oriunda de la costa de Chubut.

Con un carro iban hasta unas salinas en cercanías de Maquinchao y Jacobacci, llevando tejuelas, muebles y ventanas y traían la sal que vendían en Bariloche. Tardaban más de un mes en hacer ese viaje.

El aserradero generó trabajo para mucha gente y su producción era muy apreciada por los comerciantes para ofrecerla así a los clientes. Para que funcionara a agua fue necesaria una turbina, por lo que debieron hacer un dique a 200 metros de allí, para ganar 40 metros de desnivel y así captar mayor potencia. Mientras estaban prendidas las máquinas, ninguna de las casas del terreno tenía energía eléctrica, pero eso no era un inconveniente, ya que organizaban las tareas domésticas en base a esa rutina. A las once de la noche iban hasta la turbina, que habían comprado a Capraro, atravesaban el bosque y la cerraban.

Un lugar cargado de historias y sentimientos que María Verónica quiso revivir en un encuentro muy especial: el festejo de su cumpleaños número 50.

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