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| 23/05/2021

Frente al lago

Frente al lago
Foto: Facundo Pardo.
Foto: Facundo Pardo.

Carolina miró el lago desde la ventana de la cabaña en la que estaban alojados con Luis. Él había salido temprano, para ultimar los detalles de un evento al que debía asistir en Llao Llao, relacionado con su empresa. Como se trataba de un fin de semana largo, decidieron el viaje. En los tiempos libres que dejara aquella actividad aprovecharían a recorrer y descansar. Y estar solos. Ambos venían de matrimonios anteriores, con hijos. Hacía tres años que estaban juntos. Carolina sentía que su vida había comenzado cuando conoció a Luis. “Si un día nos casamos quisiera que fuera en un lugar así” le dijo la tarde anterior, mirando el amplio parque alfombrado de verde y rodeado de árboles que se estira hasta el lago, en ese complejo de cabañas en el que estaban alojados. Él la miró sonriendo, no dijo nada, solo la besó en la punta de la nariz.

Carolina recordó por un instante aquella conversación luego de cenar en un restaurante de Buenos Aires, meses atrás:

  • En cuanto me salga el divorcio nos casamos – le dijo él, tomándole la mano.
  • Yo solamente quiero algo familiar, con amigos íntimos – le dijo ella.
  • ¿Adónde te gustaría? – se intrigó él.

Carolina pensó un rato, jugando entre sus manos con una flor que tomó del florero que presidía la mesa.

  • Por ahí en Bariloche, un atardecer, a orillas del lago.

 

Y allí estaba, frente a la ventana, mirando el lago. Se le ocurrió ir mas tarde hasta la recepción y consultar sobre la posibilidad de organizar la futura boda allí. Era temprano y tendría todo el día.

  • A eso de las siete te van a venir a buscar, para la cena de gala – le fijo él al irse, esa mañana.
  • ¿Es muy elegante? – quiso saber ella
  • Va a ser importante – dijo Luis al subirse al auto.

 

Almorzó sentada a la mesa en el deck de la cabaña, desde allí se veía un pedazo de la playa sobre la que está recostado el complejo. Más allá se escuchaban voces, seguramente vendrían desde el muelle que había mas adelante, al que el bosque no le dejaba ver. Miró unos cauquenes que nadaban por la bahía, ajenos a todo, dejando una pequeña estela en el agua calma, que se abría al paso de las aves. Pensó en sus hijos, que habían quedado al cuidado de sus abuelos, también en los de Luis que estaban con los suyos. Contuvo los deseos de llamarlos, para saber cómo estaban. “Andá y disfrutá, que tenemos planes maravillosos con ellos” le dijo a Carolina su padre, al llevarla al aeropuerto. Luis había viajado un par de días antes.

Luego de almorzar decidió caminar por los alrededores y después volver a dormir una siesta y comenzar a prepararse para cuando la buscaran. Cerca del muelle, se sentó en las piedras, recostada contra un arrayán. Cerró los ojos y levantó el mentón, para que el sol le de de lleno en la cara. Aspiró profundo y pensó en Luis y en lo feliz que la hacía. Ese hombre era el remanso que llegó a su vida en el momento justo, a la salida de una profunda depresión causada por el divorcio. Ella era recepcionista de un médico y Luis uno de sus pacientes. Un par de invitaciones y largas caminatas hicieron el resto. Había sufrido mucho y se juró no más relaciones estables. “Solamente cuestiones pasajeras, sin compromiso” le había confesado a Micaela, su amiga más íntima. Y allí estaba, perdidamente enamorada, frente al Nahuel Huapi. “Me lo merezco” se dijo, mientras caminaba rumbo a la cabaña.

 

A las siete de la tarde, puntualmente, oyó que golpeaban a la puerta. Era un amable joven, de impecable traje azul oscuro, invitándola a seguirlo hasta la recepción, donde la esperaba el automóvil para llevarla hacia Llao Llao. Tomaron por la senda que bordea un inmenso jardín repleto de flores, adentrándose en el bosque, entre cuyos árboles se divisaba el lago, un poco más debajo de donde ellos caminaban. A Carolina le fastidió un tanto hacerlo con sus tacos altos pisando las pequeñas piedras que lo alfombraban. El muchacho, respetuosamente, le ofreció que lo tomara del brazo para evitar alguna torcedura o, lo que era peor, una caída. El sol ya empezaba a esconderse detrás del cerro de enfrente y una cálida brisa, suave, jugó con el cabello de Carolina. Justo en el momeneto en que unos teros gritaron algo molestos por su presencia, ella detuvo algo su marcha observando un grupo de gente que se hallaba en la playa, junto al muelle.

  • ¿Qué hay ahí? – le preguntó al muchacho, segura de que él sabría por ser empleado del complejo.
  • Es un casamiento señora.
  • Pucha – dijo ella, sonriente – me robaron la idea.
  • ¿Por qué? – quiso saber el muchacho.
  • Yo iba a averiguar para organizar el mío – respondió ella, mirando en aquella dirección.

 

De pronto todo se precipitó. Carolina se detuvo y dijo en voz alta: “Aquella que está allá es Mica”, reconociendo a su amiga; junto a ella vio a los hijos de Luis y un poco más allá a los suyos, con los abuelos. El joven que la acompañaba, le hizo un gesto con el brazo, invitándola a descender hacia  la playa. Desde algún lugar del bosque se comenzó a oír una música, que interpretaban con sus violines un par de jóvenes. Carolina vio también a algunos amigos más, todos mirándola desde el lago. Luis no estaba. Una extraña mezcla de ganas de correr hacia ellos o de marchar lo más lento que se pudiera, para que ese instante se demorara todo lo posible. Sintió su nombre desde un costado. Al mirar hacia allí, vio a Luis, que avanzaba hacia ella, saliendo de atrás de un arrayán inmenso. La tomó del brazo y ambos caminaron hacia la orilla del lago; allí, detrás de la mesa, los esperaba el juez que los casó.

Los cauquenes se acercaron, abandonando su indiferencia. Sabían que allí algo importante estaba sucediendo.

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