EXPERIMENTACIÓN EN LA PRIMAVERA TEATRAL

| 23/09/2019

Hay que prestarle oídos a “(Lo que no se escucha)”

Hay que prestarle oídos a “(Lo que no se escucha)”
Las que sí se escuchan, en escena.
Las que sí se escuchan, en escena.

Una obra en la que casi, no hay nada para ver. La palabra dicha como protagonista excluyente o más bien, el sonido dicho. Una búsqueda que provoca una re-jerarquización de los sentidos.

A puesta que se asume experimental, quizá corresponda reseña de idéntico carácter. Veamos: al ingresar, la organización de la Primavera Teatral avisa que la capacidad de la sala será reducida porque espectadores, asistirán a la función acostadas y acostados, nada de asientos. Es más, sugieren dejar carteras o mochilas fuera porque los espacios entre colchoneta y colchoneta son más bien mínimos. Quizás Aravinda Juárez –la actriz que recibía a la gente el sábado último en La Llave- percibiera estupor en algunos de los rostros, porque aclaró que las actrices no irían a intervenirnos ni a interpelarnos. ¿Alivio?

Una vez dentro, tenue iluminación. Sólo se ve con claridad a la directora del experimento, Flavia Montello. Hay que tenderse nomás, aguardar que la “platea” se complete y abandonarse a la posición horizontal. Detrás del que firma, uno de los calefactores produce apenas un zumbido y desde la ruta, cobran cuerpo los motores del tránsito nocturno. Nadie habla, se instala un clima de recogimiento aunque no se aproxima oficio religioso alguno. Cuando se apaga la única luz que pendía desde el cielo raso, la oscuridad es casi total.

Las actrices no pueden verse pero sus movimientos se perciben apenas, en derredor de las y los espectadores. Aquí no hay escenario y el centro está ocupado por quienes vinieron a ver qué onda. Las intérpretes se desplazan alrededor. Al comienzo, los sonidos que emiten invocan al viento y como estamos donde estamos, imposible no asociarlo a su omnipresencia en Patagonia. La impresión recibirá corroboración instantes después, cuando el sonido se transforme en palabra hablada.

Las “didascalias”

Sabíamos que los textos que se pronuncian en “(Lo que no se escucha). Paisajes sonoros” tienen origen en tres textos teatrales pero que precisamente, no se dicen habitualmente en escena. Aprendimos cuando entrevistamos a la directora y a Ángeles Verta que en el léxico teatrero, se llama “didascalias” a las líneas de las dramaturgias que explican qué deben hacer las y los intérpretes corporalmente o qué sucede en escena, más allá de las explicitaciones verbales. De ahí que las palabras que escuchamos tuvieran bastante de descripción, de semblanza o ambientación. No es que las actrices se limiten a decir la letra, la pronuncian con inflexiones, estiran determinadas pasajes y alteran los ritmos predecibles. Respiran, sus exhalaciones e inhalaciones se perciben con nitidez, como parte sustancial de la expresión. Transmiten viento, sus intensidades y disminuciones. La palabra dicha apuntala la sensación porque precisamente, refiere al patagónico más omnipresente, al menos en los primeros pasajes.

Los textos tienen origen en “Naturaleza muerta con naranjas podridas”, de Pablo Longo; “Ni un paso atrás”, de Carolina Sorín; y “Malahuella”, de Carol Yordanoff. No hay hilo entre ellos y más bien, es hermético el resultado.

El elenco no sólo experimenta desde su investigación, con la ubicación del aspecto visual en segundo orden o en ninguno de ellos: el cronista observó alrededor en un par de ocasiones y varios de las y los espectadores, asistían a las alternativas con los ojos cerrados. Privilegiar “paisajes sonoros” era la consigna y había que seguirla: en determinado momento, las cinco actrices se desplazaron y se agruparon al pie de donde habitualmente está el escenario. Querer observarlas equivalía a perder el hilo de los dichos, como para corroborar la impresión a priori, según la cual el hábito de privilegiar el aspecto visual puede erigirse como obstáculo para los demás sentidos. La apuesta y su constatación implican un desafío, cuando el virtual monopolio de la imagen implica una jerarquización -en los hechos- de las percepciones.

“(Lo que no se escucha). Paisajes sonoros” es precisamente eso. Poner en palabras y darle sonido a esas líneas que comúnmente sólo leen directores, intérpretes y quizá técnicos, redunda en una sucesión de climas, atmósferas y ambientes en cuyo transcurso, la imaginación puede y debe expandirse más que de costumbre. A veces, la primera impresión requiere confirmación. ¿Son en realidad tan sórdidos los hechos que se narran? ¿En verdad resulta ominosa la trama? ¿Hay trama? ¿Hace falta?

La obra que además de las nombradas reúne a Emilia Herman, María Lemú Pinnola, Sofía Suez y Mariana Travín surgió de un Proyecto de Investigación en Creación Artística (PICA), en el ámbito de la Universidad Nacional de Río Negro (UNRN). Más allá del resultado, es gratificante que en Bariloche se consagren docentes y estudiantes a investigar sobre lenguajes teatrales, toda una novedad si se tiene en cuenta que hasta no hace mucho, las únicas investigaciones que se producían aquí tenían que ver con ciencias de las llamadas duras. Los tiempos cambian.

El colectivo quiso hacer teatro experimental y para el público, asistir a una de las funciones implica continuar con la experimentación: interpelar la noción de comodidad, des-jerarquizar la percepción sensorial, cuestionar el liderazgo de la razón, poner al intelecto a la par de otras posibilidades y un etcétera que podría alargarse, sin dudas. Porque no hay que creerle a las actrices cuando proclaman: ¡fin! En realidad, “(Lo que no se escucha) Paisajes sonoros” tiene que más que ver con aperturas que con clausuras.

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