29/07/2019

Aprendiendo a dar inteligentemente

Aprendiendo a dar inteligentemente

El camino para ser “grande” es servir a los demás, dijo Jesús. De manera que podríamos decir que el camino para volverse una persona “agrandada” es desear que los demás nos sirvan. Pero, ¿qué significa servir? El servicio es un medio por el cual damos y recibimos todo lo bueno que la vida tiene para ofrecerle a cada uno. 

Esto quiere decir que aquel que sirve es el distribuidor y no el productor de las cosas buenas. Los seres humanos no fuimos diseñados como embalses que acumulan los tesoros a nuestra disposición sino como canales para dar, compartir y disfrutar dichos tesoros.

Se suele decir que la persona que da es mayor que la que recibe pero, ¿por qué? Esto es así porque aquel que da tiene (aunque sea poco); en cambio aquel que recibe es el que está en necesidad y tiene carencia. ¿Cómo podemos entonces convertirnos en dadores inteligentes? Básicamente poniendo en práctica estas cuatro acciones:

Dando a los demás por el simple placer de dar (sin esperar nada a cambio)

Podemos dar por diversas razones: porque sentimos pena por quien está en necesidad o culpa por algo que le hicimos a esa persona y luego nos arrepentimos, por ejemplo. Cuando no damos por el placer que nos brinda tal acción, nos volvemos codependientes de la gente. Esto sucede, sobre todo, cuando damos esperando que el otro nos dé las gracias o algún tipo de reconocimiento y no lo hace. Esas actitudes negativas solo nos conducen a la amargura y el resentimiento. La mejor receta: dar por el placer de dar creyendo que es un valor humano que nos hace seres humanos plenos y felices.

Disfrutando primero aquello que vamos a darle a otra persona

Nadie puede darle a otro lo que no tiene. Nadie puede dar lo que primero no se da a sí mismo y lo disfruta. Cuando viajamos en avión, se nos instruye a colocarnos primero la máscara de oxígeno nosotros mismos antes de intentar ayudar a alguien más. Quien disfruta sanamente las bondades de la vida puede después compartirlas con los demás con alegría y total desprendimiento.

Dando siempre de forma específica y medida lo que la persona necesita

Es fundamental, cuando brindamos ayuda, conocer nuestros límites. Esto nos permite tener en claro qué debemos y qué no debemos hacer por la persona. No es saludable intentar hacernos cargo de las dificultades ajenas, al punto de desgastarnos. Lo ideal es dar lo que el otro precisa en ese momento y nada más. Si le damos lo que no nos pide, muy probablemente no lo valorará ni lo disfrutará. Demos siempre en su justa medida y ambas partes lo disfrutarán.

Siendo conscientes de que la semilla que sembramos tendrá una cosecha ilimitada

Muchas veces al ayudar a alguien, con el tiempo, nos enteramos de que gracias a esa semilla que sembramos logró sus objetivos ampliamente. Y siempre, pero siempre, una semilla sembrada le traerá al sembrador una cosecha en algún lugar.

En cuanto de nosotros dependa, demos siempre con generosidad y alegría porque este es el secreto de la verdadera grandeza.

Por consultas, podés escribir a [email protected].

Te puede interesar
Ultimas noticias