26/05/2019

El mundo fue y será una porquería

No hace falta ser cultor del tango para, al menos, estar en condiciones de entonar algunas estrofas de “Cambalache” y tampoco se requiere ser filósofo para concluir que esos versos gozan de perfecta actualidad, cuando se refieren a la confusión de los valores y a la pérdida de sentido que caracterizan los primeros tramos del siglo XXI. 

Puede que no falten quienes digan: ¡pero Discépolo era peronista! ¿Y? Otros próceres, ¿no tenían filiación partidaria? Domingo Sarmiento, ¿no tenía ideología? Una persona bastante menos controvertida que el sanjuanino como René Favaloro, ¿no tuvo nada que ver con el radicalismo? No se puede desconocer la tarea de los grandes hombres y mujeres que contribuyeron a la argentinidad porque se enrolaran en tal o cual experiencia política.

A diferencia de otros creadores populares que desplegaron su talento de modo instintivo y un tanto ingenuo, sus biógrafos aseguran que Discépolo siempre fue consciente de sus aportes. Se sostiene que incluso podría asegurarse que toda su producción artística se articula por un estilo común, un cierto aire o espíritu justamente discepoliano, que la gente suele reconocer inmediatamente, como si su obra expresara el sentido común argentino.

La singularidad de Discépolo todavía inquieta, tanto dentro como fuera del universo del tango. Mientras la mayoría de sus contemporáneos suena extraña para las generaciones actuales, el hombre que escribió y compuso “Cambalache” persiste y está vigente. Si hasta versiones heavy metal se hicieron de ese crudo diagnóstico, tan acertado como cínico. Y el rock nacional también sabe de “Yira yira”.

Enrique se formó en el teatro, gracias a su hermano Armando, dramaturgo del grotesco rioplatense. De hecho, arribó al tango después de incursionar en la autoría teatral y la actuación, con suerte dispar. Cuando se decidió a encarar la autoría de canciones, no contó con la aprobación de Armando, a cuyo cargo estaba. De hecho, sus comienzos no fueron muy venturosos: “Que vachaché” recibió una estruendosa silbatina al momento de su estreno.

Pero, en 1928, Azucena Maizani cantó “Esta noche me emborracho” en un teatro de revistas y su suerte comenzó a cambiar. Era un tema bien rioplatense, con el protagonismo de una vieja cabaretera a quien el tiempo trató con impiedad. Días después, los versos de aquel tango circularon por todo el país y los músicos argentinos que estaban de gira por Europa lo incluyeron en sus repertorios. Con ese tema, nació el Discépolo del tango.

Ese mismo año, la actriz y cantante Tita Merello retomó el denostado “Que vachaché”, pieza que quedó a la misma altura de “Esta noche me emborracho”. Finalmente, el año terminaría con amor: Tania, una intérprete española, se revelaría como gran intérprete de sus tangos y, además, lo acompañaría por el resto de su vida. En aquellos tiempos, se trataba de rubros claramente diferenciados, pero Discépolo escribía letra y música. Esta capacidad le permitió trabajar cada tango como una unidad.

No tan curiosamente, si se tiene en cuenta la escasa tradición democrática de la Argentina, sus obras conocieron la censura a partir del golpe de 1943. Las restricciones continuaron al asumir el gobierno de Perón y, en 1949, directivos de SADAIC solicitaron que se dejaran sin efecto las prohibiciones contra el lunfardo. Tuvieron que recurrir al propio presidente, quien afirmó que ignoraba que existieran esas directivas. “Uno”, una de las obras de Discépolo censuradas, volvió a radiarse.

Con su talento, Enrique Santos se las ingenió para hacer de sus breves y, muchas veces, violentas historias una auténtica comedia humana. Abandonó gran parte de la influencia modernista que evidenciaban otros autores y, según se dice, tradujo al formato “menor” de la canción algunas ideas dominantes de la época: el grotesco teatral, el idealismo y el extrañamiento.

Con el humor socarrón y su lirismo, Discépolo fue muy lejos. Gardel grabó casi todos sus primeros tangos. Nadie puede negar que “Yira yira” en la voz del Mudo del Abasto es uno de los grandes momentos de la música argentina. Felizmente, Los Piojos acercaron esa obra inmortal a las nuevas generaciones. ¿Hay otros ejemplos en la música ciudadana? Si los hay, no fueron tan contundentes.

Norberto Galasso, uno de sus biógrafos, expresó que su vida “fue un permanente desgarrarse en una sociedad injusta [...] sólo comprensible en el marco de la sufrida Argentina del siglo XX”. Si a Discepolín le hubiera tocado transitar estos tramos del XXI, ¡qué de líneas mordaces incluiría en nuevos tangos, qué de críticas ácidas andaríamos todos tarareando! Aunque habría que ver si su música sería capaz de sortear el férreo cerco mediático que atenaza toda expresión popular capaz de cuestionar el (des)orden imperante.

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