LITERALIDADES HILARANTES SOBRE FRASES POPULARES CONTEMPORANEAS

| 01/05/2019

Demostración

Estos textos surgieron como un divertimento casi doméstico: interpretar con literalidad frases hechas cuyas metáforas son aceptadas por la cultura, es un juego humorístico que mi madre practica con maestría.

Luego de varios años de gestada la idea de concebir una serie de relatos con esa impronta, me sorprendió la eficacia que este ejercicio tiene para poner en cuestión el sentido común y fomentar el espíritu crítico.

Ambas tareas -concernientes tal vez al ámbito de la política- me han servido de motivación al retomar estos textos que recordaba pueriles, para otorgarles cierta relevancia, sin descuidar que en la disyuntiva entre tener razón y ser feliz la última gana, en todas las encuestas.

Demostración

Es cierto, por Fermín vos podías poner las manos en el fuego y se te congelaban. Su franqueza, su autenticidad, su manera de ser caminaban por el borde mismo de la cornisa entre lo sólido y lo alucinante. Vos podías estar en medio de una tormenta, con poco aire, heridos los ojos y tirando manotazos al viento, pero si buscabas pisar en un lugar sólido, ahí estaba Fermín haciéndote un piso con las dos manos -o con su cara si era necesario-, para que lo pises fuerte y descanses hasta que vengan las nuevas energías que hacen falta para la lucha diaria.

En cambio, aquel día fue diferente y por lo mismo no lo voy a borrar más de mi memoria. Incluso es probable que mi alma lo recuerde cuando la noche llegue y solo queden siluetas esquivas en oscura caverna de mis no-días.

El asunto fue que en la oficina habían puesto una máquina de café y vos tenías que comprar fichas para usarla. No eran fichas caras. Es decir, tomarse un café no alteraba catastróficamente ningún presupuesto; pero invitarle café a todos los compañeros, era para pensarlo varias veces. Aun así, todos, una vez por semana hacíamos un esfuercito y pagábamos una ronda de café, cortado o capuccino. Todos comprábamos fichas. Menos Fermín.

Que este mes no llego. Que me saltó una deuda. Que la semana que viene invito yo. Que ando sin cambio. Fermín no pagaba nunca una ronda de café y siempre tenía razones valederas que nosotros le creíamos porque Fermín, como ya he dicho, era de fierro. Eso sí, él siempre aceptaba gustoso los cafés de todos y cuando le dabas la ficha, te miraba a los ojos y te agradecía con una sonrisa de pibe.

Aquella tarde lluviosa, por azar o hastío, me fui antes de la oficina. Aprovecharía a verificar el pago en la agencia de viajes así que me despedí de Fermín, que siempre se quedaba solo después de hora y salí despreocupado, con la triste desgracia que, veinte minutos más tarde, caí en la cuenta que había dejado mi billetera en el cajón de mi escritorio y tuve que volver.

Al llegar a la empresa ya el olor a café se sentía por los pasillos y no quise creer. Para colmar mi sorpresa, cuando entré a la oficina lo vi. Era Fermín sentado en mi lugar, con los pies arriba del escritorio tomando un espumante capuccino y leyendo no sé qué libro de Fontanarrosa. Era evidente. ¡Fermín se quedaba después de hora para tomarse un café solo y no invitarle a nadie!

Primero mi ilusión estaba puesta en que el hilo fuera un cabello exógeno venido desde el aire o traído por un zonda de encierro. Pero después, por más que me restregara los ojos, Fermín seguía ahí, hecho de materia, impoluto e inescrupuloso.

Cuando les conté a mis compañeros -al otro día- no me creyeron. Incluso, cuando les mostré la diminuta hebra, con tal de no verla, se clavaron nepacos en los ojos y torcieron el pescuezo hasta quedar tendidos en el piso como felpudos hediondos e inservibles.

Pero yo la vi y él la mostró. Primero la tomó con dos dedos como pinzas. Un tironcito hacia el vacío y después, la elevación cautelosa de gusano de seda. Entonces, la descarada exhibición ante mis ojos extrañados. El asombro.

Las susurrantes voces de pifia en estadio de fútbol ante ella, luminosa en el aire con su blanco de novia en primer plano. Exhibida por él mismo. Irrefutable hilacha de vidriera.

Ariel E. García, es barilochense de tercera generación por parte de madre y su ascendencia paterna lo acercó desde muy joven a la comunicación y la palabra. Estudió Letras en la Universidad Nacional del Comahue sin relegar por ello su vocación de escritor.
Sus Literalidades son interpretaciones textuales de frases hechas cuyas metáforas son aceptadas por la cultura, lo cual representa a la vez un juego humorístico heredado y una puesta en cuestión del sentido común que fomenta el espíritu crítico. Los textos conforman un compendio cuya publicación se hace semanalmente en este diario.

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