24/02/2019

Precaverse de los mármoles

Hoy deberíamos llevar a cabo las actividades que se reservan para los 17 de agosto. Es que un 25 de febrero de 1778, nacía José de San Martín, a quien en realidad recordamos en coincidencia con su fallecimiento. Al igual que con otros personajes, la imagen de San Martín que nos dibujaron poco tiene que ver con la real. Esa construcción no fue inocente.

Se lo suele describir como “un gran argentino que dio libertad a Chile y Perú”. Esa frase desde ya es petulante, porque fueron los propios chilenos y peruanos que se dieron a sí mismos sus respectivas libertades. Es más, la participación de los argentinos en la campaña al segundo de los países fue más que limitada. Además, no son pocos quienes afirman que el origen de San Martín fue guaraní.

Más allá de la cuestión sanguínea, se da por sentado que desde que nació y hasta sus cuatro años, creció en un medio cultural marcado por ese pueblo. Para la mirada de los Mitre, los Sarmiento o los Roca, el vencedor de Maipú estaría más cerca de una identidad paraguaya que argentina. Además, también está documentado que hasta los 34 años permaneció en España.

Fue en Europa donde se forjó el militar durante aproximadamente 30 batallas. A los ojos de los argentinos de hoy, el San Martín que desembarcó en Buenos Aires a poco de producirse la Revolución, respondería al estereotipo del “gallego”. Cómo no, si de los 34 con que contaba 27 años habían transcurrido en la península ibérica. La leyenda a la cual todavía acceden nuestros hijos en los establecimientos educativos señala que un buen día, el correntino sintió el llamado de su tierra primigenia y por eso puso proa a Buenos Aires para situar su sable al servicio de la independencia de su patria.

¡Pamplinas! El hombre que desembarcó en 1812 venía de luchar contra los franceses. San Martín estaba a las órdenes de las primeras juntas democráticas que aprovechaban el eclipse de la monarquía española para poner en práctica las ideas del liberalismo democrático. Buena parte de los españoles luchaba también contra el viejo orden, hartos de los abusos de la nobleza y del despotismo. Esa es la pelea del joven José. Recién decidió trasladarse a América cuando la suerte de las armas se tornaba absolutamente adversa en España.

Antes que poner su espada al servicio de la independencia, San Martín la desenvainó para luchar contra la monarquía absolutista. Por entonces, la Revolución de Mayo no era separatista pero procuraba avanzar hacia la democracia y el reemplazo del virrey por una forma de autoridad que emanara de los sectores populares. Por eso la independencia se postergó hasta 1816, cuando la restauración monárquica había triunfado no solo en España, sino en toda Europa. Mal podía ser San Martín antiespañol, si era español.

Fueron ideales políticos los que inspiraron sus acciones. Los mismos que lo condujeron a Chile bajo la bandera del Ejército de los Andes, una fuerza binacional.

Enemistado con Buenos Aires, que le ordenó retornar para poner a sus hombres al servicio de la represión de los federales, San Martín condujo la Campaña al Perú bajo la bandera chilena, mal que les pese a varios chauvinistas. Era aquel otro ejército americano. En definitiva, sobran las razones para homenajear al guaraní-correntino-español-americano, antes que a la caricatura de mármol que de él hicieron.

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