20/12/2018

Para enfriar el planeta, hay que cuidar el suelo

Entre el 44 y el 57 por ciento de todas las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) provienen de la industria de la alimentación. La deforestación aporta entre el 15 y el 18 por ciento y, en este rubro, los argentinos no podemos mirar para otro lado porque, antes de comenzar a plantar soja genéticamente modificada o maíz, se procedió a desmontar o a sustituir las plantaciones que existían previamente.

A escala planetaria, la agricultura industrial se mete en las sabanas, los humedales y los bosques para roturar enormes extensiones. Los datos de la FAO aseveran que la expansión de la frontera agrícola es responsable de un 70 a 90 por ciento de la deforestación mundial. Con el agravante de que cerca de la mitad se desforesta para producir granos para exportación: la agricultura industrial es responsable de entre 15 y el 18 por ciento de las emisiones de GEI por la deforestación que provoca. En el norte de Córdoba y Santa Fe, en Salta y Tucumán, en Chaco y en Formosa, saben muy bien de qué hablamos.

En la práctica, el sistema alimentario industrial actúa como una inmensa agencia de viajes. Los ingredientes que se emplean para forraje de los animales pueden cultivarse en la Argentina para alimentar pollos que se exportan de Chile a China. Allí se procesan y, eventualmente, se consumen en un local de comida rápida en Estados Unidos. Una proporción considerable de los alimentos que ingerimos se produce a escala industrial en sitios lejanos y viaja miles de kilómetros antes de arribar a nuestra mesa.

Cálculos conservadores estiman que el transporte de alimentos produce una cuarta parte de las emisiones de GEI que, en general, provienen del sector transportador. Se trata del 5 o 6 por ciento del total. Por su parte, el procesamiento y empaque aportan entre el 8 y el 10 por ciento de las emisiones sectoriales. La primera de las actividades es sumamente rentable para el esquema alimentario industrial.

La transformación de los alimentos en platos listos para su consumo, en sándwiches, snacks o bebidas, demanda enormes cantidades de energía. Otro tanto ocurre con el empaque y enlatado. Procesar y empacar hace que la industria alimentaria invada las góndolas de los supermercados y comercios barriales con cientos de formatos y marcas diferentes, dispersión que genera una enorme cantidad de emisiones: entre el 8 y 10 por ciento de las totales.

La refrigeración es el elemento central en los modernos sistemas globales de distribución, tanto en supermercados como en cadenas de comida chatarra. Adonde llega el sistema alimentario industrial, llega la “cadena de frío”. Si la refrigeración, en general, es responsable del 15 por ciento de todo el consumo de energía a nivel mundial y si se sabe que las fugas de los refrigerantes químicos son una fuente importante de GEI, puede afirmarse que la refrigeración de alimentos aporta entre el 1 y el 2 por ciento de todas las emisiones.

Como ya puntualizamos, el sistema alimentario industrial descarta casi la mitad de la comida que produce. La desperdicia en el largo viaje que media entre los establecimientos de producción y los depósitos de los intermediarios, entre éstos y las firmas procesadoras, hasta arribar, al fin, al comercio minorista o los restaurantes. Buena parte se pudre en acumulaciones de basura y en rellenos sanitarios, hecho que genera torrentes sustanciales de GEI.

Entre el 3,5 y 4,5 por ciento de las emisiones globales proceden de los desperdicios y más de 90 por ciento proviene de materiales y sustancias que se originan en el sistema alimentario.

Si tales son las contribuciones de la agricultura industrial al calentamiento global, pensar de qué manera podría enfriarse el planeta es relativamente fácil. Resulta obvio que es necesario cuidar el suelo.

La expansión de prácticas agrícolas no sustentables condujo durante el siglo XX a que se destruyera entre el 30 y el 75 por ciento de la materia orgánica en las tierras arables, y el 50 por ciento de la materia orgánica en los pastizales y las praderas. Estas pérdidas masivas de materia orgánica son responsables de entre el 25 y el 40 por ciento del exceso actual de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera.

Ese volumen de CO2 puede retornar al suelo si se restauran las prácticas que las comunidades campesinas mantuvieron por generaciones. Si, a nivel mundial, existieran políticas correctas e incentivos apropiados, se podrían recuperar los niveles de materia orgánica que existían en el suelo antes del advenimiento de la agricultura industrial (en un lapso de unos 50 años, aproximadamente). De esta manera, se podría compensar entre un 24 y 30 por ciento de todas las emisiones actuales de GEI. Proporción para nada desdeñable.

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