13/09/2018

Vicealmirante O’Connor, el de la calle

Vicealmirante O’Connor, el de la calle
Una recreación de la “Modesta Victoria” original.
Una recreación de la “Modesta Victoria” original.

Después de explorar el lago Nahuel Huapi por primera vez para la Armada Argentina, la “Modesta Victoria” inició el regreso. El marino cayó a las torrentosas aguas, pero pudo salvarse del ahogamiento.

Al por entonces teniente de la Armada Eduardo O’Connor casi le costó la vida emprender el regreso desde el Nahuel Huapi hasta Carmen de Patagones. En efecto, cuando la embarcación “Modesta Victoria” se aventuró nuevamente en las aguas del Limay después que sus navegantes exploraran el gran lago, el marino cayó desde la popa y se entreveró con los rápidos del río, que le perdonaron la existencia.

Le había tocado a O’Connor coronar con el éxito la misión que la Marina se había fijado años antes, para finalmente el 13 de diciembre de 1883 entrar a la vela en el gran espejo de agua sobre el cual, unos cuantos meses después comenzaría a levantarse Bariloche. Tuvo que hacerlo a la sirga con una embarcación secundaria, a la cual había bautizado sugestivamente como el célebre nombre: “Modesta Victoria”.

Una semblanza del navegante fue trazada por Enrique González Lonzieme en el trabajo denominado “Personajes de la Conquista del Desierto: el vicealmirante Eduardo O’Connor”, que el autor presentó en el Congreso Nacional de Historia sobre la Conquista del Desierto, que se llevó a cabo en General Roca en noviembre de 1979. Ese cónclave tuvo como misión conmemorar la serie de expediciones que 100 años antes, había llevado a cabo el Ejército Argentino.

El autor reprodujo algunos párrafos escritos por el marino, en su “Parte informe de la exploración del Alto Limay y lago Nahuel Huapi” (1884-1885), que por entonces se encontraba manuscrito. Para González Lonzieme, O’Connor era un “hombre de exquisita sensibilidad” y quedó “profundamente impresionado por la majestuosa belleza del paisaje que conforma las orillas del famoso lago” y así lo manifestó en su informe oficial.

Escribió el futuro vicealmirante: “Presentóse a nuestra vista un grandioso panorama en forma de inmenso anfiteatro que desarrolla un horizonte de miles de metros; desplegándose una dilatada superficie líquida de una extensión aproximada de tres leguas, de contornos parabólicos, perdiéndose en lontananza y teniendo por base una extensa cadena de montañas de cimas altísimas, cubiertas de nieve. Nada más imponente y caprichoso que la disposición de las crestas salientes de las montañas”.

Espejo de plata

Se presentaron a la vista de O’Connor “monolitos gigantescos de variadas formas elevándose a las nubes, figurando ruinas de castillos fantásticos, torres truncadas, cimientos de construcciones sin concluir y, en fin, contornos de objetos y seres extraños como la imaginación más rica pueda forjar... La inmensa superficie líquida sólo es interrumpida por una gran isla cubierta de vegetación. El silencio es solemne y ningún ruido interrumpe la serena tranquilidad de las aguas en sus raros días de calma. La superficie se presenta entonces como un espejo de plata”.

Según la reconstrucción de González Lonzieme, “las tareas de O’Connor y sus hombres en este escenario se prolongaron por casi dos meses, durante los cuales realizaron un prolijo levantamiento hidrográfico. El 7 de febrero de 1884 dieron por terminadas esas tareas y emprendieron el regreso, riesgosa navegación por los rápidos del Limay que sortearon hábilmente, no sin poner en peligro la embarcación y aún sus propias vidas”.

Fue esa la oportunidad en que el propio marino se vio en figurillas. “Al dirigir el Modesta Victoria desde la popa cayó al agua en medio de los remolinos del río salvándose a duras penas de morir ahogado”. Pero las maniobras resultaron finalmente exitosas y “el día 17 de febrero amarraron en Villa Roca donde saludaron al jefe de la División, general Villegas, dándole parte del éxito de la misión”.

En el relato de González Lonzieme, el periplo continuó hasta que “el 19 del mismo mes encontraron el vapor Río Negro a la altura de Chichinales y a su bordo llegaron a Patagones donde O’Connor dio por terminada la expedición. Con ella había completado brillantemente los estudios de la cuenca del río Negro iniciados por Guerrico y Obligado. Así lo reconoció el Gobierno Nacional cuando el 1º de julio de 1884 ascendió a quienes habían acompañado a O’Connor en aquella aventura”.

En consecuencia, el presidente Roca y su ministro Benjamín Victoria, resolvieron: “Por cuanto la exploración del Alto Limay y el lago Nahuel Huapi practicada por el Teniente de la Armada Eduardo O’ Connor (...) así como las que anteriormente ha llevado a cabo el mismo Oficial y el Subteniente Santiago J. Albarracín en toda la extensión del Río Negro, importan un progreso notable para la hidrografía de la República, comprobando por medio de ellas la posibilidad de mantener comunicación eficazmente al sostenimiento de la línea militar y al desarrollo de las poblaciones establecidas en sus márgenes, y considerando, por otra parte, que estos Oficiales se encuentran comprendidos en las prescripciones de la Ley de Ascensos”, se los premió con los grados de capitán y teniente de la Armada, respectivamente.

Como corolario de su nueva situación, O’Connor “fue designado para prestar servicios como segundo comandante de la bombardera República”. Entonces, sus nuevas responsabilidades lo alejaron de la Patagonia andina. Años después, alcanzó el grado de vicealmirante. Murió en actividad el 5 de abril de 1921, a sus 62 años, con casi 47 de servicios en la Armada de la República Argentina. El Nahuel Huapi quedó imborrable en su memoria.

Un eximio cartógrafo

Eduardo O’Connor había nacido en Mercedes, provincia de Buenos Aires, el 18 de octubre de 1858. Era hijo de Juan O’Connor y Juana Crespín. A los 15 años, el 23 de abril de 1874, “ingresó como aspirante en la recientemente creada Escuela Naval que, bajo su fundador el teniente coronel de Marina Clodomiro Urtubey, funcionaba a bordo del vapor de guerra General Brown”, explicaba Enrique González Lonzieme.

Según el autor, “cuando O’Connor ingresó a esta escuela, el vapor General Brown se encontraba fondeado en Zárate, frente al emplazamiento del Arsenal de Artillería de Marina, ya que a Urtubey se le había encomendado la tarea de inspeccionar las obras de instalación de ese arsenal que estaba por ser inaugurado. Eran aquellos tiempos difíciles en la historia política argentina y el buque-escuela no pudo sustraerse a los acontecimientos”.

Entonces, “cuando ocurrió la revolución de 1874 y se plegó a la sublevación contra el gobierno la cañonera Paraná, el vapor General Brown fue designado buque insignia de una de las fuerzas de represión”. Pero “a fin de evitar que los cadetes se vieron envueltos en sucesos de índole política y reñidos con la disciplina, la Escuela Naval fue trasladada al transporte Coronel Espora el 10 de octubre de aquel año”.

Por cuestiones disciplinarias que involucraron a toda la camada, O’Connor fue dado de baja de la Escuela, pero sin embargo continuó en la Armada y “con fecha 17 de octubre de ese mismo año (1877) se lo asciende a Guardiamarina y se lo envía a Francia para continuar sus estudios”. Los aprendizajes en la base de Toulon “harían de O’Connor uno de los más completos cartógrafos de su época en nuestro país”.

Cuando Roca asumió el poder, se constituyó “una escuadrilla de transportes, que se llamó Escuadrilla del Río Negro, destinada a mantener el servicio fluvial de apoyo logístico a los fortines que se instalaron en las márgenes de aquel río patagónico”. Fue a fines de 1880 cuando O’Connor recibió la orden de “trasladarse en comisión al río Negro para hacerse cargo del vaporcito Río Neuquén que iba a ser empleado para el intento de llegar por vía fluvial al lago Nahuel Huapi, levantar una carta de los ríos Negro y Limay, estudiar sus respectivos regímenes y observar las condiciones de navegabilidad de aquellas vías fluviales”, decía González Lonzieme. La misión recién pudo cumplirse tres años más tarde.

Te puede interesar
Ultimas noticias