21/07/2018

EMOCIONES ENCONTRADAS: Con W

EMOCIONES ENCONTRADAS: Con W

En un pueblito de la meseta patagónica, chico, pero con instituciones básicas: comisión de fomento, correo, comisaria, parroquia, escuela y juzgado de paz. En este último, sucedió lo que paso a detallar.

La oficina funcionaba en una casa. Lo que alguna vez fue un comedor era la sala de espera; una de las habitaciones, el archivo; otra, la oficina del juez; y la cocina que seguía siendo cocina, donde siempre había un mate, café u otro convite para los ocasionales visitantes que se acercaban a hacer trámites.

La monotonía de la oficina era alterada por algún “finao”, un nacimiento, casamiento o el trajín en épocas de “votaciones”. El personal eran el juez, una secretaria y la portera, doña Irma. Esta última limpiaba a diario las dependencias y siempre miraba con ganas a ese escritorio donde se sentaba Rosa, la secretaria, que daba la bienvenida a quien llegaba por algún trámite y lo anunciaba al juez o ella misma lo realizaba.

Un buen día, Rosa se ausentó del pueblo y el juez le pidió a Irma si podía atender en el escritorio de la entrada. Se le cumplió el sueño. La noche anterior no durmió de la ansiedad por cubrir aquella vacante y cumplir la función.

Rogaba que llegara alguien por algún requerimiento.

Se puso su mejor ropa, planchó su delantal y la hora de apertura del juzgado la encontró sentada en el escritorio, donde descansaban unas hojas en blanco y una lapicera; no eran necesarias, pues sólo debía indicar a la persona que llegara que espere y anunciarla con el juez, pero no se iba a perder la oportunidad de hacer notar la importancia del cargo con el que había sido honrada. A eso de las diez de la mañana, llegó un hombre que venía del hospital, con la intención de anotar a su hijo nacido esa madrugada.

-Buenos días señora–, saludó respetuoso, sacándose el sombrero.
-Buenos días señor. ¿Cuál sería el trámite?–, preguntó Irma con aire solemne.
-Vengo a anotar a mi hijo, que nació en la madrugada–, respondió el hombre.
-Bueno, le voy a tomar unos datos–, dijo la señora.

Ahí ya se había metido en un lugar difícil; su tarea era dejar esperando allí al flamante padre y golpear la puerta del despacho del juez para anunciarlo. Ella no sabía si aquella sería la única oportunidad de “sacarle el jugo” al escritorio y a ese cargo, así que estaba decidida a no dejarla pasar. Acomodó la hoja, tomó la lapicera y preguntó:

-¿Cómo le va a poner al chiquito?
-Washington–, comentó el hombre.

Irma dudó, y disimulaba haciendo girar la lapicera entre sus dedos. No sabía cómo escribir el nombre. El padre se dio cuenta y pretendió ayudarla:

-Washington, con w–, le remarcó.
-Sí, sí, ya sé. Pero no me acuerdo sin con doble v larga o corta.

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