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| 18/03/2018

Bailes de campo

Los bailes de campo suelen ser muy pintorescos: el entorno, los conjuntos musicales, cómo llegan y cómo se van algunos, y un montón de cosas más que merecerían un libro aparte.

Edgardo Lanfré
Bailes de campo

Los puede haber comunitarios, en algún club o en la escuela o también en las estancias, en épocas de señalada o fin de año. Los hay familiares, por nacimientos, bautismos, bodas, cumpleaños, casamientos, aniversarios, etc. A esta altura, se darán cuenta de que lo importante es tener ganas de festejar. Por lo demás, es cuestión de buscar la excusa.
Desde el momento en que llegan los concurrentes, arreglados y adornados para la fiesta, hasta que sacan a alguno como santo patrono (al hombro), pasan varias cosas. Al comienzo, todo es amabilidad y buenos modales; más luego, entra a tallar el alcohol y aparecen rencores y bravuconadas. Bien dice Alberto Cortez: "el alcohol saca cosas que el hombre calla, que debieran salir cuando el hombre bebe agua…”
Cualquiera, aún hoy en la ciudad, para acudir a una reunión social se empilcha y perfuma. Estos bailes no son la excepción, solo varía la calidad de la ropa y el precio. Antiguamente, las mujeres encargaban, en los boliches de ramos generales, los lienzos en los que venía la harina, que eran de color blanco y, con ellos, se confeccionaban polleras que luego eran teñidas de colores, extraídos de algunas raíces de plantas y yuyos del campo. Si la tela estaba bien cuidada, se hacían hasta ropa interior. Cuentan que una vez cayó una señora en una alcantarilla, boca abajo, y se le había levantado la pollera; así que, en el calzón, se alcanzaba a leer: “50 kilos netos”. ¡Vaya uno a saber!
Por el lado de los hombres, alguno de los organizadores se encarga de desarmarlos; a la entrada, igual que en un boliche bailable donde se coloca un guardarropa, se pone el “guarda cuchillos y rebenques”, y se le entrega a cada cliente un número por "prenda".
Cuando es suficiente la concurrencia, arranca el baile, con conjuntos en vivo. Los hombres comienzan a sacar a bailar a las mozas que esperan sentaditas, “cuchicheando” entre ellas, esperando el cabezazo que les ofrece salir a bailar rancheras, valses y chamamés. No es necesario echar humo como en las bailantas, ya que la polvareda que levantan es suficiente; así pasan horas bailando y, cada tanto, tomándose un descanso para hacerle un “dentre” a la cantina, donde se ofrece vino en caja, cerveza y, por ahí, sidra también.
Las mujeres no tienen mucho descanso ya que escasean; entonces, hay permanentes merodeadores que esperan que las desocupen y ya las “atropellan”.
Cuentan que aquel gaucho estaba en un baile en una estancia y, al ver a la chica a la cual le andaba “arrastrando el ala”, bailando con otro, le dijo fuerte a la dueña de casa:
- Patrona, si no para el baile, va a haber un “finao”.
Entonces, el gaucho que iba bailando con la “prenda” en cuestión contestó:
- Patrona, que siga el baile; que, si hay un “finao”, lo pongo yo.
Cuentan por la zona de Esquel que, en otro baile de campo, habían herido a una señorita con una puñalada en la ingle, por lo que la llevaron al hospital y el médico; luego de suturarla y sacarla del peligro, mandó llamar al comisario para que mande un agente a levantar sumario. Imaginen al uniformado, al lado de la cama de la paciente, interrogándola en ese lenguaje tan particular que utilizan ellos para exposiciones, denuncias y acciones sumariales:
- ¿En qué circunstancia sucedió el hecho?
- Nosotros estábamos en el baile, lindo estaba, divertido y, de repente, se armó una pelea y empezaron revolear “poncho y cuchillo” y yo no alcancé a disparar, me pegaron una puñalada.
- ¿Pudo individualizar al atacante?
- Sí, sí, sí, era un tal Medina, que andaba peleando con otro. Muy borrachos los dos.
- ¿Y usted fue herida en la refriega?
- No, no. A mí, me lastimaron entre la refriega y el ombligo.

Edgardo Lanfré

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