PATOTAS, PUNKS Y CÓDIGOS EN EL ALTO DE LOS 90

| 12/05/2023

Para ingresar al concierto, deje su arma en la cajita por favor

Para ingresar al concierto, deje su arma en la cajita por favor
Bariloche detrás de la postal.
Bariloche detrás de la postal.

¿Se acuerda de Los Gorritas, Los Bori Bori o Las Intocables? A la marginación que provocó el menemismo, otros jóvenes la enfrentaron con inventiva y a veces, con coraje.

No es que ahora sea un remanso de paz, pero a mediados de los 90, el Alto de Bariloche no era para cualquiera. La exclusión menemista hizo su tarea con creces y, como se sabe, entre la marginación y la violencia no hay mucha distancia. Por entonces, proliferaron patotas que cobraron trascendencia mediática, como Los Gorritas o Los Bori Bori, pero hubo jóvenes que trataron de enfrentar la desintegración social con otras armas. Tampoco eran monaguillos, pero un par de porotos se anotaron y, seguramente sin saberlo, hicieron historia.

“Por aquel tiempo, Bariloche pasaba por un proceso bastante doloroso para esa juventud. El Alto barilochense se llenaba de violencia con muchísimos grupos adversarios y, en especial en esa zona, con una infinidad de pandillas. En el lugar pululaban estos grupos llamados Los Panduros, Chascones, Cobras, Tortas Fritas, Los de la Loma, Bori Bori, Gorritas, Los Lustrabotas y hasta un grupo de mujeres: Las Intocables”.

El párrafo precedente forma parte de “La otra cara de la postal. Punk en Bariloche”, el libro poco más que casero que editó Claudio Vargas a comienzos de 2022. Más allá de sus aspectos específicamente musicales, el trabajo aporta ingredientes sociales que permiten reconstruir la historia reciente de la ciudad con la mirada de un partícipe de los sucesos, ya que el autor fue y es parte del movimiento punk local.

Tres décadas atrás, Hugo Galván formaba parte de la banda Calibre 45 y en una entrevista para el libro, recordó el panorama: “Por aquellos años, si no participabas de ese mundo (el de las patotas) no existías. La Policía estaba a full corriendo a la juventud, por suerte nosotros elegimos el camino de la música, aunque también nos perseguían por tener una vestimenta parecida. Ellos buscaban gorras, pañuelos, vinchas y ropa negra que consideraban antisocial. Y como esto era un gran problema que veíamos con gran preocupación, los que para esa época éramos los más grandes considerábamos que debíamos hacer algo. ¿En qué consistía? Darle un enfoque de sentido de pertenencia a los festipunk (festivales de punk rock) y así los pibes podrían abandonar las patotas y enfocarse en la música, crear esa anticultura que rezaba el movimiento punk”, reconstruyó.

El primero de los encuentros se concretó a mediados de 1995 y, como decíamos, sus organizadores tampoco eran carmelitas descalzas. “No teníamos juego de luces, pero uno de los cerebros se acordó de algo que iba a poder servir para tal fin: en alguna noche de rock se había expropiado un chichón de luz de algún patrullero de la Policía de Río Negro, en este caso, era la luz roja que, con un conveniente cable y un poco de trabajo, se podía conectar a la luz y giraba sobre amplificador dando su rayo de luz en el blanco salón. ¿Qué más punk que eso?”

Aquel primer festival fue un tanto traumático para Ismael Gallardo, quien por entonces contaba con 15 años y luego sería parte de Sirrosis (sic). “Un hermano mayor le peguntó si iba a ir así vestido o le iba a poner un poco de onda. Entonces, el pidió una remera blanca y con un marcador, se pusieron a diseñar con la palabra Punk una A anarquista que, según su hermano, a todos los punks les iba a gustar. Y para finalizar, una esvástica tachada. Pero para ese momento, el marcador ya estaba abonando esta vida y no quedó tan bien tachada”, reconstruyó Vargas.

Aquella falta de tinta pudo tener consecuencias severas. “A unas cuadras ya se sentía la música y la adrenalina iba en aumento, ahí (Ismael) divisó a los punks en la puerta charlando y tomando vino. Para cuando llegó lo miraron como sapo de otro pozo y vieron esa esvástica mal tachada, a lo cual le dieron una hermosa paliza por facho, que paró cuando un punki al que le decían El Chileno le salvó el cuero, con un: ¿no ven que la esvástica está tachada? El pibe no es facho”. Moraleja, no dibujar esvásticas si no se está seguro o segura de poder tacharla…

Aquel primer festival punk fue un éxito. Después, hubo varios más. Para el tercero, los organizadores tuvieron que tomar una decisión muy valiente. “Para ese momento ya nos habíamos dado cuenta de que muchos de nuestros asistentes punks y los del barrio que andaban en las bandas –las patotas–, algunos usaban armas y para evitar algún enfrentamiento decidimos poner una cajita en la puerta donde dejaran los fierros. Los primeros nos miraron raro cuando les dijimos, pero no se resistieron y empezaron a dejar cadenas, facas, sevillanas y alguna que otra 22. Cuando se retiraban, buscaban sus pertenencias en la cajita y nadie se llevó algo que no haya dejado: un ejemplo de civilidad”. A mediados de los 90, el Alto no era para cualquiera, pero los códigos eran códigos.

¿Que opinión tenés sobre esta nota?


Me gusta 0%
No me gusta 0%
Me da tristeza 0%
Me da alegría 0%
Me da bronca 0%
Te puede interesar
Ultimas noticias