MARCELO BERBEL Y LA HISTORIA DE UNA MILONGA CERTERA

| 21/01/2023

“Suerte que el cielo está encima, sino también lo alambraban”

“Suerte que el cielo está encima, sino también lo alambraban”
Rumbo a la veranada en la zona de Caviahue.
Rumbo a la veranada en la zona de Caviahue.

Dice la memorable canción en una de sus estrofas: “Pago donde largos años / veranaron mis abuelos / por esas leguas del suelo / donde yo hoy parezco extraño / las leyes gauchas de antaño / cayeron al papelaje / le han puesto precio al pastaje / y cercaron las aguadas / quise ser algo y soy nada / ya no es mío ni el paisaje”.

No se ve mucho por acá, pero la escena es habitual en el norte neuquino y también en parte de Mendoza: un grupo de arrieros interrumpe el tránsito de alguna cinta asfáltica con su piño de chivos, para mudar de campo y aprovechar los pastos de las zonas que alimentaron lluvias y nieves durante el invierno. Trashumancia se dice cultamente, pero en criollo, es el camino hacia la veranada.

En los últimos años, la costumbre sufrió varios golpes importantes, porque nuevos alambrados alteraron el trayecto por caminos de tránsito inmemorial. Marcelo Berbel, el compositor y poeta neuquino, detuvo su mirada en el fenómeno cuando recién empezaba a despuntar y acuñó una de sus frases memorables: “suerte que el cielo está encima, sino también lo alambraban”.

La precedente es la línea final de “Alambrado de veranada”, uno de los temas del creador cuya letra y acordes se incluyeron en “Desde la Patagonia. El legado de Marcelo Berbel”, el libro que lanzó el Instituto Nacional de la Música (INAMU) en diciembre último. Como ya informó El Cordillerano, el volumen se distribuirá en instituciones educativas, pero, además, está disponible online para su descarga.

En tiempo de milonga, la descripción es inequívoca: “Que esta tierra era de Dios / mi padre me dijo un día, / que era de Dios y era mía / y no tenía patrón. Dijo no ver la razón / de tener miedo que alambren / ya que la tierra es tan grande, / criolla herencia del paisano / hoy de prepo echaron mano / hasta ande duerme mi padre”. Es una semblanza de la enajenación tan en boga: “Pago donde largos años / veranaron mis abuelos / por esas leguas del suelo / donde yo hoy parezco extraño / las leyes gauchas de antaño / cayeron al papelaje / le han puesto precio al pastaje / y cercaron las aguadas / quise ser algo y soy nada / ya no es mío ni el paisaje”.

Como decíamos, un atentado contra una forma de vida varias veces centenaria: “Por dónde no habrá tranqueras / para poder galopar / quién fuera viento pa’ andar / tiempo adentro y campo afuera / volver con la primavera / señalar junto al fogón / sentir la lluvia y el sol / guitarrear pialando estrellas / ahora tan solo la huella / inverna en mi corazón”. En efecto, “aquí nací y me crie / campeador de sueño y vacas / hoy me queda un piño e’ flacas / y este pobre pangaré. / ¡Pucha! P’ande rumbearé / ya que todo esto que amaba / lo que a mis hijos dejaba / ahora es para los de arriba / suerte que el cielo está encima, / sino también lo alambraban”.

La publicación del INAMU incluye una explicación que aportó Marité Berbel, que evidentemente se pensó para quienes no conocen mucho de las realidades patagónicas. “Las veranadas son los lugares hacia donde marchan los crianceros en verano. En realidad, lo hacen cuando empieza a mermar el frío, allá por octubre o noviembre. En esa época parten los arrieros a los lugares altos, donde pasarán aproximadamente seis meses para preservar los pastos de los bajos (allí regresarán a hacer la invernada por otros seis meses). Así es su vida, trashumando con sus animales, en algunos casos con toda su familia”.

Añade la hija de don Marcelo que “el recorrido les puede llevar muchos días, hasta llegar a la veranada y encontrar alambrado (como es citado por la milonga). De este modo, esa tierra que les ha pertenecido por generaciones, sin papeles de por medio, ya no es suya; no pueden entrar para que sus animales pasten o tomen agua, y sus muertos, que quedaron dentro del alambrado, no podrán recibir una flor”. No es metáfora.

La que sigue es una recomendación. “Al ver a los arrieros disfrutaremos un paisaje lindo: ellos montados sobre sus caballos guiando un piño (tan grande como se pueda) de chivos o de vacas, con la ayuda de sus fieles perros. Si tenés la suerte de cruzarte con algún arreo, pensá hace cuántos días que esa gente viene en camino o cuánto le queda por recorrer. Van trabajando... Y nuestro viaje seguramente será más corto. Entonces detengámonos unos minutos, plasmemos con nuestras cámaras imágenes que nos acompañarán toda la vida… Y no toquemos bocina. Tal vez el ruido asuste a los animales y haga que se escapen o pierdan. Si eso sucede, mientras nosotros seguimos rumbo, ese trabajador tendrá que detenerse por horas hasta reunir nuevamente a su rebaño”. Y ya tiene bastante con la pérdida de tantos campos.

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