1º DE ENERO DE 1863, VIVAC EN PUERTO BLEST

| 01/01/2023

¿Quiénes eran y qué hacían los peuquenes o genios de la montaña?

¿Quiénes eran y qué hacían los peuquenes o genios de la montaña?
Si se escuchan hachazos en el corazón del bosque, no hay que torcer la mirada.
Si se escuchan hachazos en el corazón del bosque, no hay que torcer la mirada.

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160 años atrás, la expedición que lideraba Guillermo Cox aguardaba que los carpinteros finalizaran una embarcación para cruzar el Nahuel Huapi. Mientras, se contaban historias.

Cuando amaneció el 1º de enero de 1863, Guillermo Cox y los hombres que integraban su expedición todavía estaban en Puerto Blest. Aguardaban que los carpinteros del grupo terminaran de construir la embarcación con que aspiraban llegar a Carmen de Patagones. Un tanto aburrido, el jefe de la partida arrimó al vivac de sus empleados para pasar el tiempo y allí escuchó historias sobre unos seres tan curiosos como libertinos.

Vayamos a su testimonio: “Como estábamos en el primer día del año, a falta de otras diversiones, y no teniendo en la vecindad ninguna bella a quien poder ofrecer, como es la moda, nuestra fotografía, fuimos (su ayudante) Lenglier y yo al vivaque de la gente. Uno de los peones que habían trabajado mucho tiempo como maderero refería muchas cosas muy interesantes de los peuquenes o genios de la montaña”, interpretó el médico.

Quizás haga falta recapitular. El 7 de diciembre de 1862 había partido de Puerto Montt una expedición que se proponía cruzar la cordillera por el antiguo Camino de las Lagunas –Cruce Andino, según la terminología turística de hoy–, navegar el Nahuel Huapi, encontrar el Limay y arribar al Atlántico por vía fluvial. El intento se frustró porque, un mes después, aquella embarcación que 160 años atrás estaba en construcción se hizo añicos en los rápidos del río.

La aventura de Cox estuvo lejos de finalizar después del naufragio. Los frustrados navegantes solo sufrieron unas mojaduras y la pérdida de las reservas alimentarias que transportaban, pero enseguida fueron avistados por la gente del lonco Paillacán, que reaccionó airadamente ante los intrusos. Para aplacar su ira, el viajero debió ir a Valdivia y retornar con ciertos pedidos de la autoridad mapuche, pero, aunque igual de fascinante, esa es otra historia.

“Los peuquenes son unos hombrecitos que llevan vestidos hechos con hojas de avellano, con costuras o sin costuras, el cronista no nos dice nada a este respecto, no nos dice tampoco si son impermeables o no”, ironiza el texto de Cox, respecto del peón que contó la historia. “Estos pequeños leñadores tiene un sombrero de corteza, un hacha y su mango, hechos de palo de avellano; es el avellano que da todo el material del vestido, como la hoja de parra lo dio a nuestros primeros padres”, comparó el autor del diario, de ascendencia galesa.

Pero nada que ver con Adán y Eva. “Lo pasa el peuquen, paseándose en el bosque, derribando árboles con sólo un golpe de su hacha de palo, no para alimentar su fuego, porque, como veremos más tarde, le gusta el peuquen calentarse en el fuego del vecino. Lo que hay es que el peuquen derriba árboles, y como muchos honrados chilotes se ocupan en eso, sucede que el peuquen encuentra colegas”.

De más está decir que buena parte de la partida de Cox se integraba precisamente, con gente de Chiloé. “Pero ¡ay de estos últimos si tienen la desgracia de volver la cara para examinar al peuquen! Se quedan con la cabeza torcida hasta el fin de su vida. Luego no es bueno ser demasiado curioso ni tampoco volver la cara cuando se oyen hachazos en los bosques”, interpretó Cox. Puede encontrarse cierta similitud con la fisonomía que se asigna popularmente al trauco.

El viajero encontró de particular interés aquel relato, porque era funcional a sus intereses. “¡Qué útil historia! Si yo tuviera una explotación de alerces alrededor de la Colonia (se refería a Llanquihue), la haría imprimir a mi costa con grandes caracteres a fin de que todos pudiesen leerla, niños y grandes, madereros e hijos de madereros, desde el abuelo hasta el nieto, y una vez que la supiesen de memoria, estoy convencido de que, al fin del año, haciendo la suma de los árboles derribados en 365 días y 366 por los años bisiestos, hallaría un aumento notable sobre los años en que nuestros madereros no estaban penetrados del peligro que hay en volver la cara al oír hachazos en la vecindad y de la poca ventaja que se saca con ver al peuquen”.

La redacción es un tanto confusa, pero se entiende que Cox se molestaba ante las miradas indiscretas que debió encontrar al talar de más en bosques varias veces milenarios, molestia que debió ser común entre los colonos de origen europeo que para 1863, recién llegaban al sur de Chile. 160 años más tarde, del otro lado de la cordillera, poco queda de aquellas frondas tan inmensas como misteriosas. Y de aquellos genios de la montaña, ni noticias.

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