“ONÍRIKA” Y UNA ARENGA FUNDAMENTAL EN LAS NEVADAS ESCÉNICAS

| 18/11/2022

“Si dejamos de soñar, morimos”

“Si dejamos de soñar, morimos”
La uruguaya Angie Oña como Emma Goldman en "Onírika". Foto: Eugenia Neme - Nevadas Escénicas.
La uruguaya Angie Oña como Emma Goldman en "Onírika". Foto: Eugenia Neme - Nevadas Escénicas.

La obra que ideó y protagoniza la uruguaya Angie Oña conmovió a la gente que colmó la sala en la noche del miércoles. Se basa en la trayectoria vital de Emma Goldman, “enemigo público uno” para Estados Unidos unos cien años atrás.

Podría objetarse que en sí misma la vida de Emma Goldman fue de película: huyó del imperio zarista a los 16 años, recaló en Estados Unidos donde trabajó como operaria textil, se dejó conmocionar por los sucesos que inmortalizaron a los Mártires de Chicago, se convirtió en militante anarquista, pasó varias temporadas entre rejas, se opuso a la Primera Guerra Mundial, saludó la Revolución Rusa pero se decepcionó rápidamente y, ya en su vejez, pasó de la exaltación a la amargura cuando la experiencia ácrata en Cataluña sucumbió ante el triunfo fascista.

Guion que casi se escribe solo. Sin embargo, también hay que admitir que el anarquismo no goza de buena prensa en la Argentina y en Uruguay, no debe ser muy distinto. De la Banda Oriental llegó a las Nevadas Escénicas Onírika (si dejamos de soñar morimos), una obra que se inspira en la trayectoria vital de Goldman, con texto y actuación superlativa de Angie Oña, teatrera que, a pesar de su relativa juventud, tiene como mínimo dos décadas de experiencia y se nota. Un cometido valiente.

En el festival barilochense tocó que la propuesta se compartiera en la Usina Cultural del Cívico (Biblioteca Sarmiento) con la platea colmada. Una escenografía más bien despojada: una silla, una mesa con una vieja máquina de escribir, una especie de atril y un remedo de palco que cobijaría las encendidas arengas proletarias de Emma/Angie en varias ocasiones, durante la hora y veinte de espectáculo.

También una guitarra eléctrica, de la que la actriz se valió en algunas oportunidades para vociferar fragmentos de la trama. Es que si bien durante Onírika hay un tono general más bien vehemente con énfasis en la palabra, la trama presenta varios quiebres a partir de apelaciones al humor, precisamente aproximaciones a la música o pequeños paréntesis de carácter confesional y complicidad con el público.

Quizá el pasaje más intenso coincida con la alusión al período durante el cual Goldman se desempeñó como enfermera. En uno de sus encierros, merced a la generosidad del médico penitenciario, la agitadora aprendió el oficio. Al recuperar su libertad, profundizó sus conocimientos y se convirtió en comadrona, especialmente para asistir a las mujeres trabajadoras o esposas de obreros.

La descripción que Goldman/Oña hace de un hogar proletario, cuando una madre de otros cuatro hijos está por parir al quinto, turba cualquier espíritu que todavía pueda albergar algún rastro de humanidad. Si hasta sollozos creyó escuchar el que firma en butacas cercanas… Desde ya, la estadounidense de origen lituano fue una de las pioneras del feminismo, pero con fuerte anclaje en la clase. Aunque con guiños a la actualidad, el trabajo que cuenta con dirección de Freddy González, no pierde de vista la singularidad ideológica de aquella mujer que Estados Unidos catalogaría en épocas bélicas como “enemigo público número uno”.

Caracterizada con notable similitud, la actriz logra que nos olvidemos que estamos en 2022 y en un teatro: con sus gestos, su vestimenta, sus desplazamientos y los tonos de su voz, respiramos la humedad de los calabozos que habitó, palpitamos las llamaradas de sus discursos, lamentamos las muertes de sus camaradas y nos indignamos ante las arbitrariedades del Poder Judicial en “la primera democracia del mundo”, que, en realidad, de libertad para les explotades sabía más bien poco.

En la vida real, Emma Goldman dejó de existir en Canadá, en mayo de 1940. En el desarrollo de la obra, su muerte no está al final sino más bien cerca del comienzo y con espíritu divertido. En los últimos pasajes, la postrera exhortación no tiene que ver con la ideología específicamente. Onírika no quiere convertirnos en anarquistas, simplemente advierte que “si dejamos de soñar, morimos”.

Hubo gente que aplaudió de pie y el saludo se extendió en el tiempo. Oña se despojó de los lentes, inseparables en su inspiradora, y pareció feliz. Ya en el exterior de la sala, el periodista escuchó una breve conversación entre una pareja más bien madura. Ella preguntó si lo que acababa de ver estaba basada en hechos reales. Él respondió que sí. Puede parecer de película, pero así fue la vida de Emma Goldman. Una mujer enorme que 82 años después de su muerte y gracias al teatro, todavía se las arregla para seguir arengando.

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