UNA HISTORIA TAN OCULTA COMO DESLUMBRANTE

| 13/11/2022

¿Ritos bantúes en la Patagonia?

¿Ritos bantúes en la Patagonia?
Danza bantú en la actualidad.
Danza bantú en la actualidad.

Como consecuencia de la guerra del Brasil (1825-1828), la población de origen africano en Carmen de Patagones y la futura Viedma aumentó considerablemente. Originaria de Angola y Congo, trajo consigo su música y sus concepciones espirituales.

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A orillas del río Negro, cuando nada hacía pensar que siglo y medio después las culturas africanas gozarían de cierta moda en la Argentina, sonaban tambores a ritmo de candombe. Batía los cueros y bailaba gente que hablaban lengua bantú. Algunos de ellos y ellas provenían directamente de África y, como parte de sus bagajes culturales, llevaban a cabo ceremonias en las que invocaban a las divinidades de sus lugares de origen. Un paraje afro, en la puerta de entrada de la Patagonia.

La historia es poco conocida, pero existen trabajos minuciosos al respecto. Si bien la presencia de población africana en el noreste de la región es tan antigua como Carmen de Patagones, durante la guerra con Brasil (1825-1828) creció considerablemente como consecuencia de las prácticas corsarias. A raíz de sus procedencias más allá del Atlántico, puede afirmarse que, en los márgenes del río que da nombre a la provincia y por varias décadas, se celebraron “ritos y cultos de origen bantú”.

Exploró la temática el antropólogo Guido Alberto Casano, quien en 2016 publicó en una revista académica “Cultos bantúes en la Nor-Patagonia Argentina. Prácticas religiosas de africanos y afrodescendientes en Carmen de Patagones (siglo XIX). Una aproximación desde la antropología histórica”. Durante la conflagración con el Imperio, la localidad maragata sufrió una profunda transformación, a raíz del ingreso de “centenares de africanos esclavizados, por causa de la actividad corsaria en ese periodo”.

En efecto, “un grupo importante de ellos se arraigó en la ciudad y de acuerdo a testimonios recogidos por diferentes investigaciones, africanos y afrodescendientes habrían celebrado ritos y cultos de origen bantú”, afirma la investigación. Es que “los corsarios armados bajo la bandera de las Provincias Unidas del Río de la Plata y que operaban desde el Río Negro”, se dieron “a la captura de navíos negreros y mercantes” que llevaban pendón brasileño.

En esa tarea se destacó el bergantín “General Lavalleja”, al mando del francés Francisco Fourmantin. Para febrero de 1826 ya había capturado 20 presas, entre ellas, “el buque negrero San José Diligente, con su carga de 382 africanos esclavizados, que se dirigía a Río de Janeiro proveniente de Cabinda”. Se trataba de “negros bozales”, es decir, gente proveniente directamente del África que no conocía el idioma de la sociedad esclavista ni estaba bautizada.

A cambio de recibir la supuesta libertad, 100 de ellos fueron incorporados como soldados de Infantería a la guarnición del fuerte. El resto, se distribuyó entre los vecinos de la localidad “a través de contratos de patronato, para que se hicieran de sus servicios durante seis años”. En una de sus notas el pie, Casano aclara que las relaciones entre patrono y manumitido no diferían en mucho de las que existieron entre amo y esclavo, salvo por el período acotado de la nueva modalidad.

En 1829 visitó el poblado Alcide D´Orbigny, quien calculó en 500 o 600 personas su población, entre ellas, los “negros esclavos, empleados como peones en diversas explotaciones”. En el fuerte servían “sesenta a ochenta negros venidos de la costa de África y apresados a las naves brasileñas”. Para el investigador al que recurrimos, hasta 1852 la población de origen afro significó el 26 por ciento del total de Patagones, magnitud que representó según los años, entre 273 y 345 personas.

El antropólogo se tomó el trabajo de consultar los libros parroquiales, donde se asentaron los bautismos de aquellos “negros bozales” y otros. “De acuerdo a la declaración hecha por los propios africanos ante los párrocos locales en ocasión de su bautismo o matrimonio, los principales reinos, ciudades y naciones africanas con los cuales ellos se identificaron son los siguientes: Angola, Banguela, Barunda, Bateque, Bayombe, Bini, Boma, Buale, Buenie, Camba, Cabinda, Congo, Chandembe, Chinba, Fando, Guinea-Huambo, Masinga, Muanda, Loango, Mina, Monyolo, Mozambique, Munquingo, Mussumbe y Sundi”.

Para el estudioso, “estos reinos, ciudades y naciones (salvo el caso de Mina), pertenecen al grupo etno-lingüístico bantú, y salvo Mozambique (que se encuentra en el África Oriental), corresponden a la región del África Centro-Occidental, hoy ocupada por Congo y Angola”. Los paréntesis están en el original. Aclara Casano que hay una polémica en torno al término bantú.

Por un lado, se utiliza para designar el parentesco lingüístico que existe en la mayoría de las lenguas que se habla al sur de una línea imaginaria que uniría el centro de Camerún con el centro de Kenia. Sin embargo, valerse del concepto para unificar determinadas características culturales sería un error. A pesar de la controversia, como su análisis se centra en “determinadas prácticas religiosas del colectivo afro de del Carmen”, el autor se inclinó por “hablar a lo largo del texto, de ritos, rituales y cultos bantúes”, porque “es el África Bantú el lugar donde se originan”.

Hay testimonios que llegaron a nuestros días, que reflejan cómo durante la interpretación de candombes se invocaban divinidades bantúes. Pero, además, otras fuentes remiten a la actuación de “especialistas” en ciertas “artes mágicas” y la “manipulación de fuerzas sobrenaturales”. Mucho antes de que se acuñara el término y que el rescate de la cultura afro se convirtiera en asunto de Estado, el corazón de África ya latía en el rincón patagónico más lejano.

 

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