EN EL ANIVERSARIO DE SU MUERTE

| 07/11/2022

Leonard Cohen y una influencia que llega hasta la Patagonia

Leonard Cohen y una influencia que llega hasta la Patagonia

Murió hace seis años, a los ochenta y dos, el 7 de noviembre de 2016.

Quedan sus libros y sus discos, porque el canadiense era poeta, novelista y cantante.

El tipo escribía en Montreal.

También en Hydra, una bella isla del Mar Egeo que en los sesenta era un refugio para cierta bohemia artística.

O en el cuarto 424 del mítico Chelsea Hotel de Nueva York, donde se concretó la fellatio más famosa del rock, porque Leonard Cohen –de él hablamos–, que siempre hizo gala de su discreción, en una ocasión fue lo más indiscreto que se puede ser e inmortalizó aquella situación que vivió con Janis Joplin en una canción (Chelsea Hotel N° 2).

Leonard iba en un ascensor cuando se abrieron las puertas y apareció Joplin. Ella le preguntó por el cantante y actor Kris Kristofferson. Él contestó: “Está de suerte señorita, yo soy Kris Kristofferson”. La respuesta hizo reír a Joplin y dicen que en ese mismo momento dejó de buscar al amigo para irse a la habitación con el poeta canadiense. Fue en 1968.

Leonard también escribía en California, tanto en la urbe de Los Ángeles como en el monte Baldy, donde durante largos períodos estuvo recluido en un centro zen.

Y en la India, sitio al que acudió en búsqueda de respuestas a inquietudes espirituales que siempre lo persiguieron.

Seguramente, además, debe haber escrito en diferentes sitios del mundo en los que actuó, incluso durante la última etapa de su vida, cuando al ser estafado por una representante se vio obligado a volver a la ruta y luego le tomó el gustito al asunto estirando las giras.

Cohen siempre fue un artista de culto.

Muchos lo consideramos uno de los más grandes escritores que existieron, además de cautivar con su voz grave y monótona que esparció en no tantos discos.

Su tinta tenía algo de profética.

Era alguien que imponía cercanía pero con las palabras de un iluminado.

Resulta difícil de explicar, pero quienes aceptan adentrarse en su universo no pueden pasar por la experiencia sin salir transformados.

La lista de admiradores famosos es de una calidad notable.

“Si no fuera Bob Dylan, me gustaría ser Leonard Cohen”, dijo el nacido en Minnesota en cierta ocasión.

A propósito, Cohen recibió el Príncipe de Asturias de las Letras en 2011, ocasión donde brindó un emotivo discurso que reflejó su amor por Federico García Lorca. Dylan, en tanto, fue Premio Nobel de Literatura en 2016, lo que resultó muy cuestionado por diversos sectores.

El Indio Solari es un admirador de Cohen, y en su libro de conversaciones con Marcelo Figueras, Recuerdos que mienten un poco, dejó en claro su opinión: “La belleza es una cosa tan subjetiva… ¡Pero el Nobel se lo tendrían que haber dado a Leonard Cohen, antes!”.

Alguna vez, conversando con Joaquín Sabina, me habló del canadiense –que por aquel entonces estaba vivo– como de “la adulta sabiduría”.

“Es el mejor poeta anglosajón contemporáneo”, añadió el español.

Y la influencia de Cohen también arribó a la Patagonia.

En Bariloche, el artista Pablo Bernasconi tradujo desde lo visual la poesía de Cohen.

Así, en 2020, la editorial Edhasa publicó la trilogía Paisaje interior, con libros que representan textos cohenianos: How to speak poetry (Cómo decir poesía), Anthem (Himno) y Everybody knows (Todos saben).

Como se ve, la fosforescencia oscura –vaya paradoja– de la obra de Cohen es perpetua, y se las arregla para llegar a este rincón del sur.

Su arte puede mutar en el modo en que se refleja, pero, de una u otra manera –con las ilustraciones de Bernasconi, por ejemplo–, tenemos la dicha de poder disfrutarlo.

Ya lo dijo el Maestro: “En cada cosa hay una grieta / es así como entra la luz”.

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