UNA VISITA A LA INTIMIDAD DE LOS PAPÁS DE MANU

| 26/09/2022

En el nombre del hijo

En el nombre del hijo
Fotos: Matías Garay.
Fotos: Matías Garay.

Observar el nacimiento y la muerte de los seres es como contemplar los movimientos de un baile.

La vida entera es como un relámpago en el cielo; se precipita a su fin como un torrente por una empinada montaña.

El libro tibetano de la vida y de la muerte

 

Ingresar a una casa con una ausencia de peso produce sensaciones extrañas.

Hace cinco meses, Manuel Benítez salió de esta vivienda sin saber que ya no regresaría. 

El destino lo aguardaba cruel, cuando subía a realizar su trabajo en el refugio Frey.

Una tormenta de nieve, y todo, para él, fue silencio.

Silencio, también, reina en la casa de donde partió aquel día.

Aquí viven sus padres, Ximena y Juan, y su hermana, Rocío.

En este momento, Rocío no está, pero sí Ximena y Juan. Sin embargo, predomina el silencio. Es como si ambos se movieran con sigilo, respetando la memoria del hijo varón.

“Manu cumplió treinta años el 28 de julio. Hubiera cumplido… Tenía veintinueve”, suspira Ximena, con esa mezcla de tiempos verbales que se suelen producir en relación a alguien que falleció recientemente.

Las paredes están repletas de fotografías de Manuel.

Hay, también, una pintura del rostro del joven, que una amiga del muchacho realizó después de la partida.

El nombre de la autora es Rocío Fernández.

Es tatuadora.

Fue ella quien tatuó en el brazo izquierdo de Juan el rostro de Manu.

En el derecho, en tanto, trazó en tinta a un montañista que emprende el camino montaña arriba, con un sol brillando en lo alto.

Esa imagen la selló, también, en varios amigos de Manu, a los que solo les cobró los insumos.

Juan jamás pensó en realizarse un tatuaje. La muerte de Manu derivó en dos, como una forma de llevarlo de manera permanente en la piel.

De a poco, el silencio se quiebra.

La urgencia es el reclamo de justicia.

Ximena y Juan ven distintos grados de responsabilidades en lo que sucedió.

Si bien en el futuro piensan actuar civilmente contra el Club Andino y Parques Nacionales, ya que consideran que no actuaron correctamente, por ejemplo, por lo que ven como falta de controles en la manera de manejar el refugio, lo urgente, para ellos, es accionar desde lo penal con la persona que, en ese momento, estaba a cargo de la concesión. En ese sentido, apuntan a muchas cuestiones, pero, la principal, es la falta de respuesta rápida. “Es una muerte que se podría haber evitado”, afirma Ximena, y sus palabras van dirigidas a la demora en activar el protocolo de búsqueda.

Pero, más allá de esa preocupación, vinculada a que el camino legal acelere los tiempos, la charla toma otros rumbos.

Surgen recuerdos.

Historias.

Anécdotas.

Siempre el eje es Manu.

“Estudiaba Ingeniería Ambiental en la Universidad Nacional de Río Negro. Estaba haciendo la tesis. Adeudaba una materia, que creo que iba a rendir en junio, así que ya estaba por recibirse. Era un estudiante que trabajaba para costear sus estudios”, cuenta la mamá, quien revela que la idea del muchacho era trasladarse a Australia. “Como acá la salida laboral es difícil, quería probar suerte allá”, apunta.

El papá añade que “tenía pensado viajar en marzo del año que viene”.

Desde hace tiempo, Manu veía en Australia la posibilidad de un futuro que, quizá, lo llevase también a otros países.

El bichito del recorrido internacional le había picado en 2017.

La familia materna es oriunda de Chile.

Ximena tiene un hermano, Juan Carlos, que en 1986 salió del país trasandino y recaló en Suecia, como exiliado político. Cabe recordar que todavía, en suelo chileno, reinaba el dictador Augusto Pinochet.

Hace cinco años, Juan Carlos le pagó los pasajes a su sobrino para que viajara al antiguo continente.

“Y allá fue, siempre decidido, de mochilero, con la plata justa”, rememora Ximena.

A los pocos días de llegar a Suecia, salió a recorrer otros países.

“Era muy aventurero. Hasta el tío y los primos se sorprendieron. A la semana de llegar, dijo: ‘Me voy a conocer’, y salió…”, cuenta Juan.

Estuvo en Suiza, Finlandia, Noruega, Alemania… 

En los tres meses que pasó en suelo europeo, entre otras cosas, presenció un festival de música donde pudo ver un show de Sonata Arctica –grupo finlandés que estaba entre sus preferidos– y visitó la casa de Ludwig van Beethoven.

Juan señala que Manu quedó prendado de Noruega.

Australia, en tanto, se presentaba como una posibilidad de iniciar en el exterior un camino vinculado a lo que estudiaba.

Para eso estaba juntando plata.

Hacía cerveza artesanal, que vendía entre los allegados, y en diciembre de 2021 comenzó su labor como refugiero en el Frey.

La paga inicial era de tres mil quinientos pesos por día.

Ximena y Juan cuentan que trabajaba en negro, y que las condiciones distaban de ser las mejores.

Por ejemplo, aparte de la radio en el refugio, no había nada con que poder comunicarse, es decir no había un equipo portátil. Cabe remarcar que, en la montaña, a mitad de camino hacia la cima, ya se perdía la señal de celular.

La mamá y el papá coinciden en la visión de un muchacho activo, que se despertaba temprano para estudiar, desayunaba recién cerca de las 10, hacía una hora de gimnasia en su habitación, seguía estudiando, luego por la tarde solía ir a contemplar el lago y por la noche se iba al skatepark.

Además, tenía una banda de música con amigos que mantenía desde la infancia. 

Sabía tocar el teclado, la guitarra y el ukelele. “Aprendió todo de oído, sacando cosas de Internet”, indica Juan.

Ximena agrega que los miércoles concurría a la Escuela Municipal de Arte La Llave, para aprender canto.

Además, era un amante de la montaña. “Miraba el pronóstico para ver si al día siguiente podía ir”, señala el papá, quien aclara que nunca hizo esquí: “Es un deporte muy caro”, explica.

Pero siempre iba sendero arriba, a caminar, acampar y compartir momentos con amigos.

Juan manifiesta que Manu “era muy curioso, se quería nutrir de todo”.

Narra que también integraba el Circuito Verde, una organización de voluntarios que realiza acciones enfocadas en la mejora de la situación ambiental en Bariloche. “Enseñaba a chicos de las escuelas a cuidar el medioambiente”, detalla el papá.

“También se preocupaba por nuestra salud, vigilaba que comiéramos sano”, sonríe el hombre, que se dedica a realizar trabajos en obra. “Manu una vez vino conmigo, pero no le gustaba… Hace tres o cuatro años surgió la posibilidad de pintar un hotel grande y me preguntó si lo llevaba, porque quería juntar plata para empezar a hacer cerveza. Estuvo tres o cuatro meses, reunió el dinero y se compró todos los elementos”, rememora.

Ximena y Juan tienen el rostro de los que cargan con una pérdida reciente… Una de esas que duelen más de lo normal, por lo inesperada, por cómo llegó, por todo…

“El martes 26 de abril, cerca de la una de la tarde, salió de casa. Quería ir a toda costa, para cumplir con el trabajo porque se había comprometido y sabía que si él no lo hacía en el refugio no quedaría nadie… Le había dicho al padre que si no aparecía nada para poder llegar haría dedo. Porque no había colectivos, y Juan tenía la camioneta rota. Yo le conseguí un taxi y, después, me sentí culpable”, dice la mamá, con lágrimas en los ojos.

Está más que claro que no es culpable de nada, pero ese sentimiento que la invade va más allá de la lógica.

Juan suelta: “Cuesta mucho… Hace dos o tres semanas tuve una caída en un pozo depresivo. Estoy con tratamiento psicológico…”.

Y quien lo sacó de ese estado donde se mira nada más que para abajo fue Manu: “Me planteé que a él no le gustaría verme así”, musita.

El hombre revela que, al sentirse mal, indagó por Internet y descubrió la existencia de una obra titulada El libro tibetano de la vida y de la muerte, claramente espiritual.

“Es un texto muy complejo, pero me ayudó mucho”, afirma.

Ximena cruzó de Osorno a Bariloche en 1985. En el mismo año, Juan, nacido en Uruguay, viajó de Paysandú a Buenos Aires. 

Se conocieron en 1987, a través de una revista llamada Tal cual, que incluía un espacio dedicado al correo sentimental.

La mujer cuenta que, cuando ella escribió, le llegaron cartas de todo el país. “Lo elegí a él, y no me equivoqué, porque ya llevamos más de treinta años de casados”, sostiene.

En este rincón del mundo, armaron su familia.

Ahora, pesa una ausencia…

Ximena y Juan invitan a pasar a la habitación de Manu.

En la pared, se ven un par de banderas de Noruega, muestra del buen recuerdo que le había dejado aquel país, junto a un disco de vinilo pintado con el nombre de La Renga, una de sus bandas de cabecera. 

También está el equipo para preparar cerveza, y en un placar hay pegado un cartel del grupo que vio en Alemania, Sonata Arctica.

Juan expresa: “Había pensado en guardar todo y cerrar su pieza… Pero a él le gustaba mucho la claridad, así que a la noche encendemos las luces, prendemos una vela y ponemos música despacio… No puede ser que todo quede en silencio”.

De esa forma, por la noche, con los cds preferidos de Manu, como una manera de honrarlo, el silencio, entonces, desaparece.

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