LLEGÓ EL MOMENTO DE JUBILARSE

| 23/06/2022

José Luis, un corazón que hizo latir al Hogar Emaús

José Luis, un corazón que hizo latir al Hogar Emaús

El Hogar Emaús sigue creciendo paso a paso, tomando más fuerza en su andar. Todo esto, gracias a la enorme predisposición de todo el equipo que lo conforma.

José Luis Cáceres fue uno de los pilares fundamentales en estos años del Hogar, ha dedicado su vida -con enorme compromiso y mucho amor- para que los beneficiarios del hogar tengan una mejor calidad de vida. Ahora comienza para él una nueva etapa, porque le llegó el momento de jubilarse.

En un mano a mano con El Cordillerano habló de lo que ha significado para él lo vivido dentro del Hogar y todo lo que le pasó antes de llegar a ese hermoso espacio. “Yo comencé cuando todavía no era Emaús, en 2007 habían muerto tres personas de hipotermia en las calles de Bariloche y me mandaron a llamar en mayo del 2008”, recordó.

José Luis tiene once hijos e hijas, y una de ellas trabajaba con Mirta Elvira. Buenos Aires se estaba volviendo inseguro; “me mandaron a llamar porque necesitaban un trabajo de albañil, lo hice, les gustó y me volvieron a pedir que viniera”.

Aquí comenzó a conocer gente, “había mucho trabajo en construcción y después me recomendaron en el hotel Antártida donde hice mantenimiento general”.

Fue Mirta precisamente quien, viendo la manera de manejarse que tenía José Luis, le contó que algo nuevo se estaba gestando “me dijo que hablara con Jorge Linquiman y me pusiera de acuerdo”.

Así fue que arrancó en el ex Dinara, “yo buscaba algún galpón, garaje o algo donde empezar pero no encontrábamos nada, fui al municipio y me dijeron que no había dinero para alquilar”, comentó.

Ya había llegado julio, “en ese lugar de día funcionaban talleres pero de noche, no había nadie, ahí me conocí con el padre Pepe y con otros voluntarios”. Iban aproximadamente 80 hombres a dormir, “como era solo por las noches,  no nos dejaban poner camas, así que tirábamos los colchones en el piso, en algunos de dos plazas dormían cuatro o cinco”.

Recordó “la pasábamos mal ahí, cuando llovía se inundaba todo así que había que acostarse arriba de tablones o cajones, era eso o morir congelados tirados en alguna vereda”.

Tiempo después, el Obispado donó el predio donde están desde entonces. “Me traje a cuatro hijos y con otro hombre empezamos a levantar todo, pedíamos donaciones por los medios y Palm nos dio la oportunidad de ir sacando materiales”.

Hasta ese momento todo lo que hacía José Luis era como voluntario porque él seguía viviendo de su trabajo, “me ofrecieron un plan que era de $400, yo estaba toda la noche con los muchachos y a las 9 de la mañana entraba al hotel”.

Después lo contrataron porque en el Hogar Rogelio necesitaban también de día, eso fue en el 2010, dos años más tarde pasó a planta permanente dedicándose de lleno a Emaús. Seguía con otras changas, pero prácticamente no dormía.

 

Soledad y desamor

Para lograr entender un poco más de la historia es necesario ir muchos años hacia atrás. “Nací en Florida, Buenos Aires, cuando tenía dos años mi papá me quiso matar” dijo muy conmovido. “Mi mamá me sacó de ahí y me llevó a una persona para que me cuidase, ella trabaja en un departamento en Capital y cuando tenía tres años, mi papá volvió y me secuestró”.

Se lo llevó y lo dejó en el monte, “cruzando un arroyo me tiró para que me muriera, a los tres días me encontró un hombre que andaba buscando sus vacas, yo estaba todo picado de mosquitos y pasado de hambre”.

Con tan solo tres años le tocó vivir terrible experiencia, “me llevó a la policía para ubicar a mi mamá y ella me dejó con mi abuela y tíos en Corrientes, ya había cumplido los cuatro y a los cinco, me trajo de nuevo a Buenos Aires a la casa de otro tío”.

Este hombre era alcohólico “no podía vivir con él así que me fui y agarré la calle, me crie solo y a los cinco ya empecé a tomar bebidas alcohólicas con los más grandes”.

Un día llegó a una gran feria de verduras, “deambulaba siguiéndolos adonde iban a vender, ayudaba en todo lo que podía así me iban pagando algunos pesitos”.

En ese andar se hizo muy amigo de un joven mayor que él, “también vivía en la calle pero pegamos mucha onda y empezamos a acompañarnos”. Cuando cumplió 9 años una de sus tías le dijo si quería volver a Corrientes, “otra tía había llevado también a un hermano mío con el que me reencontré cuando fui, era ese pibe del que me había hecho tan amigo”. Ninguno de los dos sabía que eran hermanos.

“A los diez años ya era albañil, pintor y trabajaba en una panadería pero no pude ir a la escuela como todos los chicos” se lamentó. Con 15 años decidió regresar a Buenos Aires “conseguí trabajo en el matadero, empecé ayudando hasta aprender el oficio”.

José Luis transformó todo el desamor y abandono que vivió hasta su adolescencia en solidaridad, “si yo viví en la calle cómo no voy a sentirme conmovido por los muchachos que llegan a Emaús” reflexionó.

Antes de venirse a Bariloche en Buenos Aires hacía comidas y le daba a chicos “a los que no tenían trabajo, elaboraba chorizos y les daba para que hicieran choripanes, los vendieran y se ganaran unos mangos”.

Hasta los 17 años tomaba mucho alcohol, “pero nunca dejé de trabajar, me gustaba hacer mucho deporte y un día me dije 'basta' y no volví a tomar”. A los 18 ya tenía casa propia.

En tiempos de Alfonsín perdió todos sus ahorros, “compré harina y grasa y empecé a hacer pan que vendía muy barato y con eso fui saliendo adelante”. Otros panes los donaba a personas con discapacidad.

“Un día mirando televisión me entero que se había prendido fuego mi casita, en realidad entraron a robar y después me la quemaron, volví a perder todo”. Recordó, “laburando fui comprando ladrillos y la volví a levantar”.

Ya con 66, comenzó su vida de jubilado y tiene ganas de viajar por nuestro país y conocer nuevos lugares, “pero voy a seguir colaborando en Emaús porque es mi segundo hogar y no podría vivir sin todos los muchachos y compañeros” explicó.

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