Los detalles varían, pero la historia troncal más o menos permanece.

El Gauchito Gil se llamaba Antonio Mamerto Gil Núñez, y era oriundo de Pay Ubre, en la provincia de Corrientes. 

Se dice que era devoto de San La Muerte, hábil con el facón, con una mirada fulminante para los enemigos e hipnótica para las mujeres.

La tradición señala que peleó en la Guerra de la Triple Alianza, entre Argentina, Brasil y Uruguay, y que a su regreso lo llamaron a combatir en una guerra civil.

En este punto, la leyenda habla de una aparición en sueños de un dios guaraní (Ñandeyara) que le dijo: “No quieras derramar sangre de tus semejantes”.

El Gauchito no lo dudó y desertó. Eso –y también conquistar a una mujer que pretendía un comisario– selló su muerte.

Se había ganado la complicidad de los peones correntinos, que lo identificaban como a un justiciero.

Lo protegieron y lo alimentaron, hasta que fue capturado.

Según los relatos que traspasaron el tiempo, un 8 de enero (algunos lo sitúan en 1874; otros, en 1878) decidieron trasladarlo a Goya, para ser juzgado.

Pero, en el camino, a ocho kilómetros de Mercedes, los planes cambiaron.

Lo colgaron boca abajo en un árbol.

Ninguno de los presentes, conocedores y respetuosos de sus aventuras, se animaba a ejecutarlo. Finalmente, uno de ellos, por órdenes de un superior, lo degolló.

“Con la sangre de un inocente se curará a otro”, le dijo el gaucho a su verdugo, que, tras entregar la cabeza del muerto a las autoridades, llegó a su casa y encontró a su hijo moribundo.

Fue entonces que recordó las palabras de Gil, fue hasta donde había sido enterrado el cuerpo, y con la tierra todavía húmeda por la sangre untó a su hijo, quien se salvó.

Así, quien le quitó la vida se transformó en el primer devoto del Gauchito Gil, un santo pagano.

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