LA TOMA DEL OTTO

| 09/09/2021

Donde se palpa el dolor y se mastica bronca

Donde se palpa el dolor y se mastica bronca
Fotos: Matías Garay.
Fotos: Matías Garay.

La toma de la ladera sur del cerro Otto tiene muchas caras.

Está la de la necesidad.

Eso, claramente, no se puede ocultar.

Primero se hablaba de un centenar de personas, luego de trescientas, cuatrocientas, seiscientas, e incluso se especuló con ochocientas.

Y algo más: el número, en realidad, no es de individuos, porque cada uno tiene una familia detrás. Si bien no se encuentran allí, la idea de gran parte de los ocupantes es ir a vivir con sus familiares.

Quienes fueron a limpiar un rincón y a poner un cartelito con su nombre -para que no venga otro a instalarse en “su lugar”- no pasan, en su mayoría, de los cuarenta años.

Así, se repiten las historias que hablan de la imposibilidad de pagar un alquiler, lo que acarrea que tengan que estar con los padres (aquellos que los tienen), en una edad en la que eso causa vergüenza, en casas atiborradas en las que no cabe un alfiler.

Muchos dicen que aguantaron hasta que llegaron los hijos.

Nuevas bocas que alimentar no solo implican mayores gastos, sino también ciertos resquemores a la hora de ser tenidos en cuenta para un empleo, porque la presencia de chicos, para varios de los que tienen el poder de decidir, es vista como un inconveniente.

Entonces, a la casa de “los viejos” ya no solo van a parar los hijos, sino los hijos de los hijos…

También nacen conflictos familiares, separaciones, problemas por la custodia de los nenes… Es un círculo infernal del que se hace difícil huir.

Todo está ahí, para quien quiera verlo: en la ladera del cerro se palpa el dolor y se mastica bronca.

Pero tampoco es cuestión de beatificar.

Allí, también, se cuece lo peor de la marginalidad.

Se habla de exceso de alcohol y droga, más un sinfín variopinto de atropellos.

Están lejos de ser todos. Al contrario, queda claro que se trata de una minoría, pero “de peso”.

Esto ha provocado internas.

Los que no forman parte del lado sombrío pretenden diferenciarse de aquellos.

No quieren tener que “pagar peaje” para pasar. Eso de dejar algo de comida, o entregar lo que sea, no les gusta nada.

Tampoco que alguien se presente como el mandamás y distribuya los lugares a su gusto, corriendo a los que tal vez se enteraron del asentamiento y acudieron, en su desesperación, para ver si podían hacerse de un sitio que los alejara de la dependencia de sus mayores, o, incluso, de la calle misma.  

Y lo de “reubicarlos” solo tiene como motivo poner a su adláteres a su alrededor, o en los espacios que considera mejores, desplazando al resto.

Igualmente, cuando comenzó a apreciarse la actitud carroñera, la mayoría intentó despegarse del que se autoproclamó rey de la montaña.

Ahí, en ese caldero donde se asa la penuria de un segmento importante de la población, existen resquebrajamientos, internas… y mucha incertidumbre.

Nadie sabe qué pasará, aunque se juraron permanecer en el lugar.

Están los que detestan a la policía, pero también aquellos que reconocen que los efectivos no hacen más que cumplir con su labor, aunque muchos hablan de abusos. 

Hay comentarios de armas gatilladas, corridas, golpes…

Incluso sueltan historias de “paseos” de golpizas.

Otros, simplemente, tienen miedo.

“Los policías que mandaron son pibes, y ni siquiera de Bariloche, no conocen lo que pasa acá. A alguno se le va a escapar un tiro, van a boletear a alguien… Acordate de lo que te digo”, vaticina un muchacho.

A la espera de que eso no suceda, y de que la película tenga un inesperado final feliz, los que quieren escapar de la miseria, e insisten en ver en esa ladera el final del arcoíris, no con una olla repleta de monedas de oro, sino apenas con un poco de paz, en un escenario donde priman las banderas argentinas, cruzan los dedos. 

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