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| 15/08/2021

La esquina de 43

La esquina de 43
Tito Elvira. (Fotos: Facundo Pardo)
Tito Elvira. (Fotos: Facundo Pardo)

A principios del siglo XX, don José María Benito llegó a ese puñado de casas junto al lago, al que hacía poco tiempo habían bautizado San Carlos de Bariloche. Se instaló en un terreno en Mitre al 500 (donde estuvo el Banco Provincia de Río Negro y actualmente las oficinas municipales). Al fondo de ese solar había una casa grande en la que vivía con su familia y además tenía un comercio, de los que hoy llamaríamos polirubro. Al poco tiempo, Benito alquiló una pequeña casa de madera ubicada en la esquina con la calle Beschtedt, propiedad de Sebastián Lagos, con la idea de instalar allí su negocio y ampliarlo a la distribución de revistas, las cuales comenzarían a llegarle por el ferrocarril recientemente inaugurado. Aquel negocio que comenzó a funcionar muy bien, llevó a don José a necesitar ayuda. Se acordó de la familia que había quedado en Carmen de Patagones y a ellos se dirigió. Al poco tiempo llegó como “refuerzo” Alberto Elvira, su sobrino, un muchachito de apenas 13 años, con la escuela primaria completa, quien de inmediato fue el brazo derecho de don Benito.

Esa casita de la esquina tenía el local en la parte de abajo y en el primer piso, la vivienda, con el correspondiente patio con gallinero. Se la conoció con el nombre de Casa Benito. Precisamente don José María, viendo los progresos y el empeño que ponía en la tarea su sobrino, dedicó pacientes horas enseñándole los pormenores de la administración del comercio.  

Una de las hijas de don Benito enfermó de asma, por lo que decidió mudarse con su familia a Córdoba, donde hallarían un clima más propicio. Fue entonces que decidió venderle el negocio al joven Alberto, quien por ser menor de edad, tuvo que llamar a su padre para que venga a firmar los papeles. Quirico Elvira, quien trabajó para el ferrocarril en la construcción del puente entre Patagones y Viedma, decidió acudir al llamado de su hijo. Se contradijo la tradición de que los padres  marquen el camino de los hijos: aquí, el joven Alberto marcó el de su padre. Fue un negocio entre parientes, en el que los compradores se comprometían a girar dinero a Córdoba hasta completar la suma pautada.

El comercio dejó de llamarse Casa Benito para llamarse Casa Elvira, pero fue bautizado por los vecinos como 43, ya que en el frente lucía un cartel de importantes dimensiones de aquella marca de cigarrillos. Se entraba descendiendo dos escalones. Adentro, el piso de madera crujía bajo los pies de los clientes. Rodeado de vitrinas y estantes donde se exhibían cigarrillos, golosinas, revistas y artículos de deporte, entre otras ofertas. Quirico adaptó sus rudas manos, acostumbradas a las soldaduras y los martillos, a la costura de pelotas de fútbol, cuyo cuero manipulaba con maestría.

El joven Alberto alternaba sus horas entre el negocio y el club Estudiantes Unidos, donde jugó y con los años llegó a ser dirigente. En uno de los viajes a Chile, en Puerto Varas, en oportunidad de un amistoso, el muchacho consiguió algo más que una amistad: allí conoció a Lucy, hija del presidente del club trasandino, y al poco tiempo se casaron.

Vista del predio donde hoy se encuentra el estadio del club Estudiantes Unidos

Gloriosos años de “El 43”. Imaginemos hoy a alguien bajando al centro, viendo, desde las calles Elflein o Tiscornia, allá abajo ese cartel que prometía la revista esperada o la camiseta de algún club de futbol. Un verdadero arsenal guardaba en el galpón de atrás, para las fiestas, cajones repletos de todo tipo de pirotecnia. Elásticos para gomeras, bolitas, figuritas, papel de calcar, artículos de pesca y postales panorámicas. En la vidriera había un exhibidor con las fotos que sacaba Longhi. Allí, la gente se veía retratada y solicitaba una copia. En un costado, sobre Mitre, le habían alquilado al peluquero Domínguez.

 

“Tito” Elvira con el cuadro que guarda la foto del antiguo local

Esa casa fue demolida en el año 72, para dejar espacio al edificio que se construyó allí, donde “Tito”, hijo de Alberto y nieto de Quirico, continúa con la tradición familiar, contando con emoción cada detalle de su historia. Un comercio atípico para el centro actual, alejado de franquicias y marketing, con camisetas de fútbol, pelotas, artículos de pesca, librería, tabaquería y tantas cosas que se niega a dejar atrás, manteniendo viva en su vientre el alma de aquel local con el 43 pintado muy grande en el frente, que fue un referente del centro de la ciudad.

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