MIENTRAS EN BUENOS AIRES SE CONTENTABAN CON LA OLLA PODRIDA

| 25/05/2021

En Nahuel Huapi regalaban costillares de guanaco

En Nahuel Huapi regalaban costillares de guanaco
Guanaco - Foto Paula Levi
Guanaco - Foto Paula Levi

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No hay crónicas cercanas a 1810 que permitan reconstruir cómo se comía por aquí en tiempos de la Revolución de Mayo. Pero puede sospecharse, a partir del registro de fray Menéndez.

En mayo de 1810, el área del Nahuel Huapi no formaba parte efectiva del Virreinato del Río de La Plata. En consecuencia, los sucesos que tuvieron lugar en la lejana Buenos Aires pasaron desapercibidos. Tampoco se comía por aquí según las costumbres que, por entonces, tenían los porteños. La ausencia de crónicas dificulta reconstruir los hábitos alimentarios de la época en la zona donde se erige Bariloche, pero sin embargo, pueden intuirse.

En enero de 1792 arribó a la jurisdicción barilochense del presente la expedición que integraba el sacerdote Francisco Menéndez. Había partido de Chiloé y cruzó la cordillera por el actual Paso Vicente Pérez Rosales, es decir, se hizo a la navegación del lago desde el emplazamiento presente de Puerto Blest. Los expedicionarios observaron “monte quemado” en la Península San Pedro y, como supusieron que se trataba de obra humana, se acercaron.

“Registramos la costa y presumimos que fuese el lugar donde había estado la Misión, porque había papas, nabos, romazas y otras señas de haber estado allí residencia de gente”, anotó el religioso en su diario de viaje. En realidad, para esa fecha, el antiguo establecimiento llevaba 70 años de destruido. Es bastante más probable que esos sembradíos fueran obra de los puelches, con quienes los españoles no tardarían en encontrarse.

Además, tanto Diego Flores de León en 1621 como Diego de Rosales en 1643, habían observado prácticas agrícolas en el Nahuel Huapi, aunque de baja intensidad. Cuando una fracción de los españoles decidió acampar sobre el río Ñirihuau, Menéndez observó la presencia de quinoa. El encuentro con la gente del lonco Mankewenüy se produjo finalmente el 22 de enero.

A pesar de la lógica desconfianza, aquellos “indios puelches”, según la terminología del religioso, ofrecieron a los recién llegados una hospitalaria comida. En el grupo español había gente que hablaba el mapudungun de Chiloé, que apenas difiere con la variante dialectal que, evidentemente, hablaban los anfitriones. “Luego comenzaron a tratar unos con otros y todos se hicieron compadres”, observó el sacerdote, de origen aragonés.

El contingente visitante se conformaba con 12 soldados o milicianos, entonces, los dueños de casa carnearon “tres carneros”. La carne fue muy bienvenida por los de Chiloé porque hacía varios días que solo ingerían harina tostada con agua. El paladar de Menéndez se sintió particularmente agasajado por el condimento: “Nos dieron sal muy rico (sic), y a mi juicio es mejor que la de Lima”, consignó.

Difícilmente hubieran terminado la digestión cuando, a media tarde, arribó a las tolderías del Ñirihuau “otro cacique, llamado Cayeco”, quien venía “con un caballo cargado con carne de guanaco”. Puede suponerse, entonces, que llegaba de cazar. Después de un diálogo más bien breve y, de nuevo, con gran hospitalidad, el lonco que recién llegaba obsequió a Menéndez un costillar de guanaco.

El acontecimiento tuvo lugar cuando todavía faltaban 18 años para la Revolución de Mayo. Solo de seguir la crónica del franciscano se concluye que, por entonces, los moradores del lago desarrollaban prácticas agrícolas (papas, nabos, quinoa), cuidaban de ganado doméstico (carneros) y también cazaban (guanacos). La sal seguro llegaba del comercio con los grupos picunches del actual norte neuquino. No hay razones para pensar que la dieta cambiara mucho hacia 1810. Bastante más suculenta que la “olla podrida” de Buenos Aires.

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