UN POSIBLE CASO DE TRATA DE PERSONAS

| 20/11/2020

Desgarradora historia de un padre que busca a su hija hace 31 años

Christian Masello / Fotos: Facundo Pardo
Desgarradora historia de un padre que busca a su hija hace 31 años

En un departamento de un edificio barilochense, un hombre desenvuelve fantasmas…

Se llama Omar González (en Facebook, se lo puede ubicar como Omar Gonzaleza), tiene setenta años. Habla de una hija desaparecida hace algo más de treinta y un años, exactamente “el 29 de junio de 1989, en el barrio San José, es María Elizabeth". En aquel momento, contaba con dieciséis años, había nacido el 17 de marzo de 1973, es decir que hoy tiene/tendría cuarenta y siete.

El día de la desaparición, según el relato de Omar, la chica se subió al colectivo y partió rumbo al colegio. Se bajó en el lugar en el que tenía que hacerlo, pero nunca llegó a la escuela…

El hombre, desde 1976, vivía en Bariloche, ya que cuando se separó de quien era su esposa, decidió venir al sur, como lugar de refugio de un conflicto matrimonial traumático. Conocía la zona por haber hecho el servicio militar aquí y pensó que quizás, al poner distancia, encontraría algo de sosiego.

Si bien él tenía la patria potestad, al decidir rumbear para otros pagos, prefirió que los hijos (además de María Elizabeth, estaba el varón, un par de años mayor) quedaran al cuidado de los abuelos maternos, por lo que firmó los papeles necesarios y vino al sur.

Aquí, formó una nueva familia: esposa (falleció en marzo de este año) y cuatro hijos varones, pero seguía en contacto con los niños que quedaron a kilómetros de distancia, ya que viajaba a verlos varias veces al año.

Incluso, empujado por su nueva mujer, en una ocasión estuvo a punto de traerlos, pero conversó con su exsuegro y vio que estaba tan apegado a ellos que consideró que sería mejor que continuaran su vida en aquel sitio. Dice que siempre prefirió ser él quien iba de visita y no que ellos vinieran a Bariloche, porque, una vez acá, le hubiera sido imposible dejarlos que se fueran.

Sin embargo, aquel junio de 1989, todo se rompió y aún continúa sin enmendarse. Apenas se enteró partió a Buenos Aires.

Realizó el trayecto de colectivo que hizo María Elizabeth el día de la desaparición, en el mismo horario y línea infinitas veces, mostrando a los pasajeros una foto de la chica, por si alguien sabía algo…

Solo se supo que había subido al vehículo (porque el hermano la había acompañado hasta la parada). También se comprobó que descendió donde debía.

Luego, se agregó un dato que hizo temblequear el alma. Se encontró un auto Opel naranja, que había sido robado, con una patente que pertenecía a otro vehículo (un Mercedes Benz registrado en General Pueyrredon). Dentro, estaba la mochila de María Elizabeth.

Una pista que no llevó a nada, más que a la confirmación de que se había tratado de un secuestro, según explica Omar.

El hombre dice que así lo determinó la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE), como también personal de investigación de la Marina, ya que su exsuegro había pertenecido a esa fuerza y pidió que ayudaran en el caso.

Se realizaron averiguaciones en los ámbitos cercanos (la familia, un novio que tenía la chica), pero la falta de signos que apuntaran hacia otro lado solo propició que se pensara en la trata de personas relacionada con la prostitución.

Desde ese momento, saber qué había pasado con María Elizabeth fue el objetivo principal en la vida de Omar, quien tenía problemas de alcoholismo que, ante la desaparición de su hija, se acrecentaron hasta tornarse de una envergadura demasiado peligrosa.  

“A medida que pasaba el tiempo y no tenía noticias, era terrible…”, señala. Y apunta: “Vos tomás y te olvidás… después, al otro día, te levantás peor, pero igual empezás de vuelta a beber…”.

Esa cadena viciosa se interrumpió en 1999, cuando acudió al Grupo Institucional de Alcoholismo (G.I.A.), un modelo de atención terapéutico que, ante el proceso de enfermedad, se propone como integral. No solo dejó de beber, sino que comenzó a trabajar como operador en salud mental. Así, con su labor, partió de Bariloche y recorrió diversas ciudades. Vivió en Viedma, Centenario, Allen, Fernández Oro, Roca, Cinco Saltos…

Hace cuatro meses, tras veintiún años, volvió a residir en Bariloche. Llegó en ambulancia. Años de fumador derivaron en un problema importante de EPOC (enfermedad pulmonar obstructiva crónica). Con él, vino toda su carga de dolor a cuestas (no solo el físico, sobre todo el espiritual).

Siempre estuvo ligado al justicialismo, y, a lo largo de su peregrinar para saber qué pasó son su hija, habló con varios políticos, pero nunca obtuvo respuestas, más que palabras de ocasión… y a veces ni eso. Recuerda, por ejemplo, cuando Eduardo Duhalde, como vicepresidente, le soltó: “Yo que usted, no busco más; porque, si es un asunto de trata, no va a aparecer… ni tampoco si es una cuestión relacionada con el tráfico de órganos”.

Omar enumera personas que ocuparon diferentes cargos, con quienes se comunicó a lo largo de los años, sin resultados: José Luis Manzano, Florencio Randazzo, Miguel Ángel Pichetto, y muchos otros. También envió cartas a Cristina Fernández de Kirchner, en busca de una sensibilidad femenina que derivara en una respuesta. Incluso intentó comunicarse con personas de otras banderías políticas: Gabriela Michetti y Mauricio Macri, por ejemplo. Pero ninguna tentativa llegó a buen término.

“Busqué a mi hija por todos lados, y ningún gobierno hace nada”, se queja.

Incluso emprendió una búsqueda particular, yendo con la foto de su hija a cabarets de todas las regiones por donde pasó. No supo de ella, pero sí de otras jóvenes en situaciones similares.

“He visto unos cincuenta casos de menores ‘trabajando’”, relata. Hacía las denuncias, pero o no eran tenidas en cuenta, o iban a revisar en horarios que no correspondían al momento en que deberían acudir para encontrarlas, o bien las chicas, justo cuando la policía iba, no estaban, lo que claramente hacía sospechar que había un entramado de complicidad detrás.

“En estas cosas están metidos políticos, jueces, comisarios, expolicías…”, afirma.

Omar señala que, entre 2008 y 2009, a veinte años de la desaparición, con el dinero que tenía ahorrado a partir de su trabajo, emprendió un último intento por hallar algún indicio sobre María Elizabeth. Indica que estuvo en Misiones, Entre Ríos, Corrientes, Chaco, Formosa, Buenos Aires, Viedma, Neuquén e, incluso, Paraguay y Brasil. “Removí cielo y tierra, pero nada”, suspira.

Tira datos, cifras, dice que a las chicas las trasladan, a través de Misiones, a Paraguay, de ahí a Colombia, desde donde vuelan a España, para luego ser vendidas a los países de Europa del Este, sin contar a todas “las que se mueven dentro de Argentina con la prostitución”.

“La trata es más negocio que la droga. Una chica que comenzás a prostituir a los quince o dieciséis primero vale más que una prostituta de veinticinco, además de que la vendés diez o quince veces por día, no solo una, como podés hacer con la cocaína”, manifiesta.

Esa mención trae otro comentario: “Me he encontrado con mujeres que no sabían su nombre, ni de dónde eran… es lo que hace la droga”. Justamente, precisa que en los cabarets veía a las prostitutas consumir coca y psicotrópicos, para aguantar toda la noche.

En su recorrido de más de un año, encontró de todo, incluso “casos donde madres venden a sus hijas por monedas…”.

Explica que, además, notó que “más del noventa por ciento de las chicas que se llevan provienen de familias con problemas y también de sectores humildes”.

“Desaparecen entre mil ochocientas y dos mil por año que no aparecen más…”, sostiene.

                               

Omar toma del aparador una foto donde se ve a María Elizabeth durante el festejo de su cumpleaños de quince. Lamenta no haber estado en esa ocasión. “Fue uno de los mayores errores de mi vida. Le mandé plata para el festejo, pero no fui para no cruzarme con la madre… no quería arruinarle la fiesta… La vi por última vez cuando tenía catorce, y nunca más…”, suspira.

Se pone una remera con la estampa de su hija.

Explica que cuando él salía a bailar o al casino, se la colocaba debajo de la camisa y se ponía a conversar con la fotografía adherida a la piel. “Frente a los tragamonedas, la gente me miraba como si estuviera loco, porque me veían hablar ante las máquinas, pero, en realidad, yo charlaba con ella”, comenta.

“El refrán dice que la esperanza es lo último que se pierde, pero ya no creo que esté viva”, suelta. “Cada día estoy más viejo, y siempre tuve miedo de morirme sin saber qué pasó con mi hija”, se vacía.

Así, continúa: “Daría lo que sea para saber qué sucedió… Todo es incertidumbre: ¿la mataron ese mismo día?, ¿la prostituyeron diez o quince años?, ¿se la llevaron a Europa?”.

Omar revela: “Tuve cinco intentos de suicidio, también internaciones por depresiones, incluso mientras trabajaba en el área de salud mental…”. Así, franquea que una vez estuvo a punto de pasar al otro lado con la ingesta de psicofármacos. También desnuda momentos en que se arrimó a la ruta con la intención de arrojarse bajo algún colectivo…

Por lo general, esas situaciones coincidían con la proximidad de las fechas de nacimiento y desaparición de María Elizabeth. “Es una tortura”, asevera.

Igualmente, aclara que ha desistido de las ideas suicidas, porque no le gustaría que les dijeran a los nietos que su abuelo murió por mano propia. Eso, claro, no quita que se abra y exteriorice que la cuarentena, con el encierro, lo volcó a pensamientos que lo han hecho caer en un nuevo pozo depresivo.

Omar explica que “Muñe” (tal como él le decía), a pesar de estar en edad de hacerlo, no llegó a renovar el documento, cosa que en aquella época se realizaba a los dieciséis años, para luego votar a los dieciocho.

“Por eso, nunca figuró en los padrones electorales. Siempre, en época de elecciones, la busqué”, menciona.

“Aún lo hago”, confiesa.

Christian Masello / Fotos: Facundo Pardo

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