05/07/2020

Cuarentena de sábado bajo cero

Hoy 4 de julio salí a caminar… ¡Se siente tanto el frío!

Salí de recorrida céntrica como de las tantas que tengo; a pispear las calles, las luces, la gente, los bares…

Era temprano pero ya oscurecía, creo eran cerca de las 19.

Tanto se escucha en algunos medios ese entusiasmo bien arriba! que hasta comparten algunos dueños de bares y chocolaterías… esa mezcla de emoción, con un dejo de miedo y tristeza que poco se disimula. Ese entusiasmo que de inmediato se contagia y nos empuja a salir a ver las calles y lugares.

“¡Empiezan a abrir los bares y restaurantes!”, y ese aire esperanzador que nos hace ilusionar.

Llegué a la zona del “paseo de las picadas, o de la montaña”, ahí pegado al Club Andino, en 20 de Febrero.

Me paré en medio de la calle y pude permanecer por minutos ahí, porque, aunque “está abierta”, no pasó ni un auto siquiera.

Miré en una lenta vuelta a 360 grados.

Miré los tres bares sobre 20 de Febrero y los tres iguales: “empapelados”, como “abandonados”.

Miré hacia el cordón de la vereda donde estaba armado el escenario; recordé el sonido armoniosamente estridente de las tantas bandas que sonaron haciéndonos bailar a todos; conocidos y desconocidos; todos juntos riendo y disfrutando unos cuantos “pogos” de verano; jóvenes, viejos, niños.

Tantos músicos entregando lo mejor de sus voces y energía ahí arriba.

Miré hacia la vereda de enfrente y recordé que se hacían pocas las tantas mesas y sillas de madera, puestas ahí para el que corriera buena suerte y encontrara un lugar para sentarse a compartir unas cervezas, pizzas o picadas. Mientras cantábamos, aplaudíamos y chiflábamos gritando como en un gran piquete colectivo, por: “¡otra, otra, otraaa!

Esas tardecitas tibias de verano.

Y hasta para el que quedaba sin mesa, no existía problema, porque se improvisaba un picnic de pizza y cerveza en el piso.

Se escuchaba tanta música y tanto bullicio en distintos idiomas, tantos extranjeros entre tantos de nosotros, los de aquí, y los de más allá que nos visitaban.

Tantas luces de colores en el escenario, tantas luces en la noche, en la calle, conseguir lugar para estacionar era casi un milagro.

Hoy sábado 4 de julio y no era tan tarde cuando estuve y me detuve por un rato ahí, las 19 o un poco más quizás.

Y créanme lo difícil que se hace procesar y entender y menos explicar lo que se siente.

Parada en el medio de la calle “sin cortar”, (como se corta en el verano) y poder permanecer segura porque no pasa ni un auto.

En un silencio y vacío de vida muy denso. Mirando solo como un pedazo de nylon pasa flotando por las veredas atravesando la calle.

Y eso es absolutamente todo lo que vi.

Y el silencio es tremendo.

Tuve la sensación de que esto es así desde hace como 40 años; como que por acá pasó un tornado, o algo así. Y que de repente me invadió un “déjà vu”: el recuerdo intensamente vívido de un maravilloso tiempo lejano, y estallado de vida...

Mónica Argüello
DNI 17.002.379

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