ERUPCIÓN DEL CAULLE - PUYEHUE

| 03/06/2020

Nueve años atrás, la noche se apoderó del día

Adrián Moyano / Fotos: Facundo Pardo
Nueve años atrás, la noche se apoderó del día
Así se veía el Nahuel Huapi un día como hoy hace nueve años.
Así se veía el Nahuel Huapi un día como hoy hace nueve años.

La explosión se produjo a las 15.15 y una hora después, la oscuridad era ostensible sobre Bariloche. Acto seguido comenzó a llover ceniza y más tarde, truenos y relámpagos se sucedieron durante 12 horas.

La noche se apoderó de la tarde aquel 4 de junio de 2011. Unos minutos después de las 16 las penumbras envolvieron a Bariloche, ante la incredulidad y el pavor de sus habitantes. El rumor que provocaba la arena que comenzó a desplomarse del cielo, persistirá por siempre en el recuerdo de quienes a esa altura del fenómeno, ya sabían que un volcán cercano había entrado en erupción. Quedaba abierto un período que sería angustiante para la historia de la ciudad pero hoy, a nueve años de la explosión y a la luz del tiempo que corre, la perspectiva puede ser otra: nadie murió, los problemas de salud no se generalizaron y las consecuencias, solo fueron económicas. Pero hubo que estar ahí. Resiliencia le dicen.


Imágenes y textos que impactaron.

El Puyehue venía avisando desde fines de abril pero la mayoría pasó por alto sus advertencias. El asunto se complicó cuando el cordón alcanzó un promedio de 230 sismos por hora y varios de los eventos superaron los 4 grados en la escala de Richter. En rigor, la explosión más significativa se produjo a las 15.15 y el Servicio Nacional de Geología y Minería de Chile -con cuya sigla, SERNAGEOMIN, nos familiarizaríamos rápidamente- dio a conocer la existencia de una columna de 5 kilómetros de ancho y una altitud de 10 kilómetros sobre el nivel del mar. Debajo de esa inmensa polvareda quedamos nosotros, Villa La Angostura, San Martín de los Andes y Villa Traful.

Lejos de traer tranquilidad, la noche verdadera sumó inquietudes: entre el volcán y la nube de cenizas se desató una pavorosa seguidilla de truenos y relámpagos que no solo dejó perpleja a la gente, además provocó pánico entre los miles de perros que viven en la ciudad. Al día siguiente, dejó de caer arena sobre nuestros techos y de a poco, supimos que hacia el oeste, más que arena había precipitado piedra pómez y que hacia el este, el polvo era más fino y en consecuencia, más pernicioso para quienes tuvieran problemas respiratorios. Fue nuestra primera experiencia colectiva con los barbijos, que como siempre sucede, aumentaron estrafalariamente de precio, al igual que el agua mineral.


Así se veían las calles de la ciudad.

Las autoridades recomendaron permanecer en las casas pero por entonces, más allá de la suspensión de clases, nadie declaró cuarentena alguna.

Las primeras mediciones hablaban de 30 centímetros de ceniza acumulada y al igual que en las nevadas, las palas salieron a relucir. El funcionamiento de la ciudad terminó de complicarse al martes siguiente cuando llovió y del cielo, cayó barro volcánico. Como consecuencia, las instalaciones sufrieron una presión inédita y salvo unas pocas cuadras céntricas, Bariloche quedó sin energía eléctrica. En Villa La Angostura, la situación fue peor y las restricciones energéticas se prolongaron por varias semanas, con incidencia además en el servicio de agua potable.

Aguas verdes

Con el correr de los días, las playas del lago ganaron en extensión porque las arenas volcánicas comenzaron a ceñir las costas, mientras las aguas adquirieron una tan hermosa como inquietante tonalidad verdosa. Quienes recordaban la situación similar de 1960, apuntaron que en aquella oportunidad, el Nahuel Huapi se había comportado de manera análoga. Más allá de las incertidumbres y complicaciones, empezamos a advertir que estábamos conviviendo con una situación única que también ofrecía algunos atractivos.

Correspondió al INTA Bariloche aportar un tanto de tranquilidad, porque en los primeros días, se sospechaba que las cenizas podían afectar la calidad del agua que abastece las redes. Pero la Estación Experimental las analizó y si bien constató su acidez, encontró que carecían de calcio, fósforo y azufre. No obstante, esa misma composición implicaba que no beneficiaría a la agricultura, como se especuló inicialmente al comparar el fenómeno con el que había afectado a Los Antiguos en 1991, con la erupción del volcán Hudson.


La gente salió a la calle a palear… otra no le quedaba.

Desde una óptica turística, la erupción echó por la borda la temporada invernal que era inminente. De todas maneras, la situación se tornó más grave aún en la Línea Sur, desde Pilcaniyeu hasta Ingeniero Jacobacci. Las autoridades provinciales resolvieron declararla Zona de Desastre mientras que Bariloche, ingresó en Emergencia Económica y Turística. Luego, el gobierno nacional declaró alerta agropecuaria para Neuquén, Río Negro y Chubut, al constatar que los ganados ovino y caprino llevarían la peor parte. La sequía en el interior rionegrino llevaba por entonces entre tres y cuatro años.

Las cenizas con que nos habituamos a convivir poseían una importante proporción de sílice en su composición, característica que la tornaba ofensiva para los motores. A escala doméstica, hubo que buscar protecciones para los filtros de aire de los vehículos particulares pero los perjuicios más considerables se hicieron notar en la actividad aeronáutica. Efectivamente, el aeropuerto de Bariloche se cerró el mismo 4 de junio y no se abriría con regularidad hasta febrero del año siguiente. Se tornó imperioso comenzar a medir la densidad del polvo volcánico en la atmósfera para resolver si era posible volar o no.

Habituales amantes del buen clima como sinónimo de sol y cielo despejado, tuvimos que redefinir nuestras predilecciones. En la primavera y verano siguientes preferimos que lloviese, aunque fuera tenuemente, para circunscribir la volatilidad de las cenizas que en ocasiones, apenas si dejaban ver a 100 metros de la playa. El martirio se reanudaba cada vez que soplaba viento del oeste, es decir, casi siempre. Los alivios se experimentaban durante los pocos días carentes de vientos o cuando llegaban desde el sur.


Apareció el espíritu solidario de la gente para volver a poner de pie a la ciudad.

Como lejana curiosidad, supimos desde aquí que la pluma demoró 13 días en dar la vuelta al mundo, ya que el 17 de junio se extendió sobre Coyhaique, en el sur de Chile, al llegar desde el oeste. Pero por entonces, eran otras nuestras preocupaciones. Hoy, nueve años después de la manifestación extrema del cordón Caulle-Puyehue, en una situación de pandemia y crisis sanitaria, puede parafrasearse cierta canción de La Renga: “más miedo que ellos dos, me daba el propio ser humano”.

Equivalente a 70 bombas de Hiroshima

A partir de fotos que tomó el satélite “Terra” de la NASA el 5 de junio de 2011, se pudo establecer que la nube de arena y ceniza que expulsó el cordón Caulle-Puyehue siguió una línea prácticamente recta que corrió sobre el lago Nahuel Huapi, desde el oeste-noroeste hacia el sur-sureste.

Investigaciones que en su oportunidad hizo públicas la UNRN, calcularon que el área que se encontró cubierta superó los 1.700 kilómetros cuadrados.

Sin embargo, el espesor no fue uniforme. Según las mediciones, fue Villa La Angostura la localidad más afectada, con 30 centímetros. En el este de Bariloche, la acumulación no superó los 5 centímetros pero en Ingeniero Jacobacci, llegó a los 10 centímetros. Para nuestra ciudad, se estableció que la caída comenzó a las 16.30 y finalizó a las 21.30, es decir, cinco horas de inéditas precipitaciones.


Desoladora imagen de una plaza.

En cuanto a la altura de la columna, si bien algunas fotografías tomadas desde aviones la permitieron calcular en 12 mil metros, se consideró que el promedio se redujo a 5 mil metros, dimensión para nada desdeñable. Para que se entendiera más o menos de forma clara el volumen de la ceniza que salió de las entrañas de la tierra, se graficó que equivalió a 24 millones de camiones, de los que habitualmente están en condiciones de transportar 7 metros cúbicos de áridos.

Para liberar tamaña cantidad de arena y ceniza volcánicas, se estimó que la formación volcánica necesitó liberar energía equivalente a más de mil kilotones, cuando la que liberó la bomba atómica que se arrojó sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945 “apenas” significó 18 kilotones. El cálculo arrojó que el cataclismo que afectó a Bariloche y la región equivalió en términos energéticos, a 70 artefactos como el caído sobre la ciudad japonesa.

La potencia que alcanzó el fenómeno aquella tarde aciaga, significó 18 veces la potencia eléctrica instalada en la Argentina (datos de 2005) y en términos porcentuales, un poco menos del 2 por ciento de la potencia eléctrica instalada a escala planetaria. Los truenos que derivaron de la actividad en el volcán se extendieron por nada menos que 12 horas. Como la expulsión de cenizas continuó por varios meses, la superficie calculada inicialmente, pudo ser mayor.

Adrián Moyano / Fotos: Facundo Pardo

Te puede interesar
Ultimas noticias