22/05/2020

EMOCIONES ENCONTRADAS: El negro Pantaleón

EMOCIONES ENCONTRADAS: El negro Pantaleón

Así le decían: Pantaleón o el Negro. Su verdadero nombre, Ricardo González. Hombre de la música, del folklore, guitarrero y algo de talabartero. En estos tiempos se diría un gestor cultural. Cuando falleció, la noticia corrió como un reguero de pólvora a través de las redes, desde Ushuaia a La Pampa y mas allá también; ello dio dimensión a la trascendencia de su nombre, de su actividad y de su don de ganar amigos.

Gordito, petizón, de tranco corto, se podría decir que de mirada triste, su pelo oscuro siempre peinado al costado y un infaltable jopo, esa es la imagen que nos ha quedado a quienes lo tratamos.

Es casi de madrugada y el insomnio se apoderó de mí y, vaya a saber por qué razón, apareció el recuerdo del “Negro” y aquí estoy, desgranando algunas letras en su homenaje. No es raro que haya venido de madrugada, él de eso sabía bastante, de estirar noches, ese era el terreno, donde brillaba. Guitarrero de vino largo. No recuerdo haber escuchado en estos lares un sonido tan particular como el que sacaban de la guitarra sus manos, con un fraseo casi queriendo caerse del ritmo y un sonido llorón, cargado de melancolía. De un humor acido y “salidas” que dejaban boquiabiertos a quienes lo rodeaban, cargado de anécdotas.

Lo conocí allá por fines de los ´70. Yo era un adolescente de secundario que andaba guitarra en mano buscando experiencias musicales; él acompañaba a un cantor del valle medio, por intermedio del cual nos conocimos. Pronto apurábamos tardes y noches (que hacían estragos en mi boletín de inasistencias). Junto a él, me inicié como humorista y relator de historias, eso que estaba en mí y yo ignoraba. Sucedió que una noche de sábado, el mentado cantor había sido contratado para actuar en una peña en Centenario. Quedamos en encontrarnos allá. Estábamos los dos, con Ricardo, pero el cantor jamás apareció. En determinado momento, el organizador nos pidió que hagamos algo, pues el público estaba esperando. El Negro capitaneó la situación y fuimos dosificando las pocas piezas que teníamos preparadas, medio improvisadas porque nuestro repertorio eran las que cantaba el cantor. A instancias de él, empecé a contar algunos cuentos. Al sábado siguiente fuimos contratados nuevamente. Todo un suceso el dúo.

Se puede decir que “Pantaleón”, (nunca supe quien lo bautizó así), atravesaba todo el amplio espectro de los folkloristas barilochenses. Desde noches en la peña La Escalerita (en la escalera de la calle Frey, entre Mitre y Moreno), Los Cerrillos, 07 (aquella confitería y peña del entrepiso del Center), Ruf Garden (en el quinto piso del hotel Cristal) y cuanto local hubiese; también de algunos bares y lugares donde se guitarreara. Hombre de vino largo y gran capacidad de amistad. Su obra mayor fue la concreción de La Patagonia Canta en Bariloche, un encuentro de cantores, poetas y escritores que quedó en el recuerdo de todo el ambiente patagónico. Comenzó con un par de noches en el salón de la escuela 273 y tuvo su pico máximo en los gimnasios de Bomberos Voluntarios y Don Bosco, con platea y gradas repletas, ávidas de música regional. Llegaban artistas de los cuatro puntos cardinales de la Patagonia, la mayoría asumiendo costos de su propio bolsillo, con la intención de participar de aquello, que además de ser un espectáculo, era un verdadero congreso de hacedores de la región. Durante los tres días que duraban los clásicos encuentros de junio, se hablaba y hacía música mañana, tarde y noche. Ricardo González logró con el festival, el apoyo del sector empresarial turístico, que lo veía como un atractivo de exportación para la ciudad. Por un sinnúmero de factores e fue perdiendo hasta desaparecer aquel encuentro, que debió ser despedido junto con su mentor.

Aquella Patagonia Canta, había contagiado a otras ciudades de la región, que también organizaban en algún momento del año un encuentro de similares características. El Bolsón, Rawson, General Roca, Ingeniero Jacobacci. En esta última ciudad estábamos una noche en el camarín del gimnasio, mientras se desarrollaba en el escenario la actividad artística. Andaban niños y niñas de un ballet, que entraban y salían de acuerdo a los requerimientos de la coreografía, dirigidos por una señora. En determinado momento le dije a ella: “Que lindo bailan los nenes”, a lo que me respondió, orgullosa: “son todos hijos de Jacobacci”. El Negro, que estaba afinando su guitarra en un rincón, dijo “¿Del Ingeniero?”, lo cual genero una catarata de risas de los presentes. Solo el carisma de él pudo evitar la ofensa de la mujer. Ese era Pantaleón. En otra oportunidad, noche adentro, guitarreando en rueda, con otros colegas, había uno tocando un gato cuyano al que le faltaban algunas garras. El guitarrero venia por las orillas de la obra musical y le iban faltando notas que se le quedaban por el camino, pifiando tupido. Apareció el Negro desde la cocina del local, con una palangana, a la que dejó debajo de la guitarra del intérprete. Todos nos quedamos en silencio hasta que el hombre preguntó: “¿Para qué es esto?” y el Negrito, alejándose, por las dudas, respondió: “para juntar las notas que se te van cayendo”.

Estos personajes son necesarios en los pueblos, quedan en su historia, son parte del patrimonio cultural que no se ve ni consta en libros, pero que inevitablemente aparecen cada tanto y van creciendo hasta convertirse en un mito. El pueblo los guarda porque se ve en ellos. Tuve una relación con altibajos con él, a veces más cerca, otras no tanto, pero a la distancia, con la madurez que dan los años, puedo dimensionar la magnitud del personaje y la impronta que dejó en la historia de la música barilochense. Aun hoy, donde hay gente de la guardia vieja reunida en torno a la guitarra, inevitablemente aparece alguna contada que lo tiene de protagonista.

Por algún pacto con el destino, se fue a las estrellas un día de la música, luego de organizar “su” festival y en pleno desarrollo del mismo. Como si hubiese esperado la fecha. Un coro de cantores emocionados lo acompañó en su entierro, como debe ser a alguien que llenó de notas musicales y de bellos momentos las noches de nuestro pueblo.

Ya está queriendo aclarar. Así debía aparecer el Negro, a esta hora habrá llegando de noches de peña, arrastrando algo los pies al caminar, con la guitarra debajo del brazo y el jopo cansado, cayéndole en la frente.

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