28/09/2019

EMOCIONES ENCONTRADAS: Una avioneta en la ruta

EMOCIONES ENCONTRADAS: Una avioneta en la ruta

El motor del camión Ford 600 rezongaba en la subida, cargado, a paso de hombre. Al volante iba Paco Muñoz, sin saber que un par de kilómetros más adelante lo esperaba un hecho que iba a quedar marcado para siempre en su memoria.

Eran las 10 de la mañana de aquel febrero del ‘71, el cielo estaba despejado y amenazaba ser un día cálido. Había salido temprano de Piedra del Águila, donde se había alojado la noche anterior. Llegó allí alrededor de las 9 de la noche y estacionó el camión cerca del Automóvil Club. La idea era cenar y avanzar algo más por la ruta hasta que le diera sueño. Como la noche estaba linda encendió la garrafita debajo del camión, entre las ruedas traseras y el cajón de herramientas que estaba sujeto en la parte de abajo de la caja de madera, puso la plancha para cocinar una costeleta a la que iba a acompañar con un tomate.

Se entretuvo charlando con un colega que se hallaba a unos metros, también estacionado para cenar. Finalmente decidió hacer noche ahí. El camión tenía un pequeño compartimento en la caja, donde Paco tendía su cama. Había salido pasado el mediodía desde Neuquén, después de cargar en una chacra unos cajones de fruta.

Viajaba una vez por semana al valle, haciendo fletes para algunos comercios de Bariloche, también encargues personales; él mismo recorría corralones, distribuidoras, bodegas y demás lugares hasta completar la carga. No dependía de nadie, era su propio jefe, jamás dejó de cumplir, con lluvia, nieve o calor siempre llegó a destino con la carga.

En su recuerdo estaba grabada aquella vez que estuvo dos días encajado en una laguna que tapaba la huella, en una inundación que abarcó toda la zona, lo sacó una maquina de vialidad. Dos años antes había sacado el camión con Ford, con un crédito que en unos meses más terminaría de pagar, casi al mismo tiempo que la hipoteca de la casita, en ella ansiaba reposar en una jubilación que ya se asomaba en su vida. Iba pensando en ello cuando el camión terminó de subir la cuesta y se aprestaba a transitar la recta que cruza por el paraje Sañicó. Fue entonces que vio venir hacia él, carreteando por la ruta, una avioneta, de color blanco con unas líneas azules.

Instintivamente soltó el acelerador y se aferró al volante, asustado. Pensó en tirarse a la banquina pero no era tan sencillo, un camión cargado no es dócil, hay que preparar la maniobra y ejecutarla con cuidado, de no ser así, todo puede terminar en un vuelco. Comenzó a frenar sin dejar de mirar hacia adelante, donde la aeronave se desplazaba por el centro de la ruta. Cuando estaba más o menos a unos doscientos metros del camión comenzó a elevarse, pasando muy cerca del techo del vehículo. Paco instintivamente se agachó y oyó el ruido del motor que inundaba toda la cabina tronando en sus oídos, luego detuvo el camión en la banquina. Se bajó y alcanzó a ver a la distancia la avioneta que se alejaba remontando vuelo, hacia el norte. Miró en ambas direcciones y vio que no venía nadie por la ruta. Se quedó por un momento inmóvil, tratando de entender lo que había sucedido. Después de un rato retomó la marcha, al llegar a Collón Cura, a mitad de la bajada, decidió detenerse nuevamente, para dejar enfriar un poco los frenos y descansar algo. Un nervosismo molesto le recorría el cuerpo desde lo que le había sucedido antes. Decidió apagar el reproductor de magazines y sintonizar la radio, con la compañía de ella anduvo lo que le faltaba para llegar a Bariloche. Las noticias daban cuenta de un asalto de ribetes cinematográficos perpetrado la noche anterior, en la sucursal del Banco de la Provincia de Río Negro y de la fuga de los delincuentes, sin dejar rastro alguno.

La hora del vermut lo encontró en la mesa de siempre, en el bar del Cabezón, tomando su religioso Cinzano con fernet y soda, junto a sus amigos. A su derecha Sotito tomaba un Gancia, enfrente estaba sentado Esteban y completaba la mesa el Bocha, que tenía una agencia de quiniela; generalmente llegaba un poco más tarde porque se quedaba copiando los números en una hoja que llevaba al bar, donde la mayoría eran sus clientes. Por supuesto el tema de conversación de todo el pueblo era el robo al banco y los ribetes cinematográficos que había tenido, lo cual era novedad y noticia en todo el país.

–Parece que robaron un Torino y una F 100, para moverse –comentó Sotito.
–El dueño del Torino dijo que estaba estacionado en Quaglia, de ahí se lo llevaron –comentó Bocha.
–El de la F 100 trabaja en Lausen –aportó Esteban– se quería morir, esta mañana habló por la radio.
–Dicen que secuestraron gente del banco que tenía las llaves para abrir el tesoro –continuó Sotito– en una casa del 12 los juntaron. Necesitaban las tres llaves para abrir.
–Ahí alquilaba el tesorero parece –aportó Esteban– dicen que el dueño de la casa sintió ruidos, se asomó y también lo ataron, con la esposa y un bebito –concluyó.
–Después se vinieron acá, al Pilmayquén, donde se aloja el gerente. Subieron a la habitación y se llevaron a la mujer con las llaves, él no estaba, también a un pasajero que estaba mirando –continuó relatando Sotito– creo que al recepcionista igual se lo llevaron, cayó en la volteada –dudó.
–El recepcionista es hijo de Ayala, che –recordó el Bocha– el que tiene la despensita en el Lera.
– ¡Vamo acarreando nomá! –dijo con una sonrisa el Cabezón, desde atrás del mostrador.
– ¿A la casa del 12? –preguntó Paco, que escuchaba con atención todos los detalles.
–Claro, por eso robaron los autos, para moverse –aseguró Esteban– ahí fueron juntando.
–Debe de haber sido a la madrugada –aventuró Sotito– porque uno de los de la casa, cuando se soltó, vino a la policía y ya era de día.
–Dicen que los trataron muy bien –apuntó el Bocha– se ve que eran profesionales.
–Ahora, decime vos che –interrumpió Salvador Acevedo, que escuchaba desde el mostrador– alguien les pasó los planos y dijo donde vivían los que tenían las llaves.
–Y… –dejó el suspenso Paco– tanta gente ladina anda por ahí –miró al Bocha que asintió.
–Por unos pesos algunos se vuelven serviciales –concluyó Sotito.
–A media mañana encontraron el Torino en la Pampa de Jones, allá en frente –dijo el Cabezón, acercando unos platos con maníes y algo de queso cortado en cubos.
–Seguro se han rajado para la Angostura o a Chile –conjeturó el Bocha– ¿Sabés qué? No los agarran más –concluyó.
– ¿Se habrán llevado mis ahorros che? –bromeó Esteban.
– ¡Por ahí se llevaron los documentos que debo del camión! –dijo Paco, divertido.

Cayó la noche y los parroquianos se fueron retirando. Finalmente la charla había derivado en generalidades de la ciudad; Paco comentó como al pasar lo que le había sucedido esa mañana en la ruta, con esa avioneta que despegó frente a él.

La vida siguió su curso para aquellos hombres que periódicamente se juntaban en torno a la mesa del bar, cada uno con su ocupación. El Bocha siguió con su agencia de quiniela, trayendo cada tarde los números ganadores y contando quién había “salido de pobre”, como le gustaba decir; Esteban siguió siendo engrasador en la estación de servicio y Sotito con su carrera de mozo, hasta llegó a ser metre. Poco tiempo después, Paco Muñoz le encontró la explicación al misterio de la avioneta. Eran aquellos ladrones, que habían huido en ella. La policía encontró un Dodge Polara, abandonado en el paraje Sañicó; en él habían llegado hasta allí, estaba tapado con ramas, a un costado de la ruta, adonde los esperaba la avioneta. El vehículo abandonado camino a Villa la Angostura, el Torino, despistó a la policía que los imaginó rumbo a la frontera. Eso les dio tiempo a escapar.

Las crónicas policiales de la época darían cuenta de que uno de los integrantes de la banda, comenzó a llevar una vida lujosa, en la provincia de Buenos Aires, lo que despertó sospechas en los investigadores y finalmente lograron desbaratarla. Se trataba de una banda que también operó bajo el amparo de servicios de inteligencia durante la dictadura militar, incluso llegó a perpetrar algún secuestro.

A Paco la jubilación le llegó detrás del volante, haciendo la ruta entre Bariloche y el valle. Terminó de pagar su casa y le vendió el camión a un chacarero de El Bolsón, se compró una chata para hacer fletes en el pueblo. Cada tanto, en las charlas del bar, sale a la luz el famoso asalto al banco y la historia de la avioneta, que tiempo después de aquella tarde de febrero del ‘71, en el bar del Cabezón, descubrieron que estaban relacionados.

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